“Hablé hace unos días con Felipe. Estaba muy preocupado. La verdad es que yo no tenía el tema en mi agenda, pero me ocupé de inmediato. No porque me lo pidiera él, sino porque cuando él me avisó y pedí el caso, vi que era una barbaridad que Molares estuviera preso, enfermo y esposado. No hay una sola prueba que lo incrimine. Vamos a ocuparnos de eso, tranquilo…”.
Quien así me habla es Iván Lima, el nuevo ministro de Justicia y Derechos Humanos de Bolivia.
Lo llamé por preocupación personal. Estaba al tanto del caso y pregunté.
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A Iván lo conozco hace tiempo. Alguna vez debatimos en algunos programas de televisión sobre el mismo tema: el funcionamiento de la justicia, el comportamiento de los jueces, y el código penal. Él como jurista de fuste, y yo como ciudadano que intenta saber por qué funciona tan para la mierda. Su respuesta fue siempre amable tras una sonrisa de taumaturgo que puede explicar (aún sin estar de acuerdo) cosas tan inexplicables como esa.
Es un hombre cuya calma y actitud reflexiva contrasta con su juventud. No solo se preparó para hacer la carrera de derecho. También forjó su espíritu para la batalla de las ideas. Es capaz de llegar a conclusiones por los caminos más arrevesados de la cabeza. Piensa. Y habla pausadito.
“Sé que la oposición va a salir a decir que llegamos y liberamos guerrilleros, extranjeros, y claro, maleantes. No me importa. Mi sentido de la justicia no está amarrado a las tapas de los diarios y a los titulares de los noticieros. Hay que educar a la gente”
Iván Lima repite lo mismo que decía hace años en los debates. Y agrega “ya le avisé a Felipe Solá cómo va el caso. Él está muy preocupado con esto. Por lo pronto lo mandamos a una clínica y le quitamos las esposas. Es inhumano tenerlo así mientras esta tan enfermo. Le quitamos las esposas y mostramos con una foto que ahora están garantizados el buen trato y sus derechos. Y ya salió la oposición a decir lo que te decía: que liberamos asesinos. Y no es cierto. No hay ni media prueba de que Molares tenga relación con los hechos de lo que lo acusan. Esto es una barbaridad…si supieras cuantos casos como este dejó el gobierno anterior…”
Se lo escucha apenado. Sabe que tiene una responsabilidad enorme sobre los hombros, que va mucho más allá del cargo que ocupa. Sabe que quizá debiera dejar de lado su trato casi tímido y aparentemente supersticioso, pero también sabe que con ese suave sello personal, podrá esquivar los arteros golpe que la ahora “democrática prensa” opositora se prepara a asestarle. Pero nada en el parece moverse de donde estaba: ni su ritmo al hablar, ni su peinado con gomina, ni el chalequito de por las dudas.
Pensé en Patricia Hermosa, ex jefa de gabinete de Evo Morales, que por llevar los documentos de éste para inscribirlo como candidato, fue presa sin causa ni razón ninguna, torturada, encadenada a una cama mientras se desangrada sin remedio en un aborto producto de la crueldad con que fue maltratada bajo las órdenes del entonces ministro Murillo.
Comparé la situación de Marcel Rivas, (director de migraciones del gobierno golpista) que fue detenido con dos causas penales gravísimas, siendo llevado a una clínica porque se “descompensó” al segundo que lo detuvieron. Y vuelvo a la imagen de Molares, preso ilegalmente por los golpistas, gravemente enfermo y esposado, recibiendo ahora la orden de darle trato humanitario.
Pienso en la cantidad de periodistas que festejaron la detención de Patricia Hermosa. Pienso en los que hicieron silencios aprobatorios. Y no puedo evitar la comparación: sé que lo que me dijo el ministro Iván Lima, es cierto. Sé que los que festejaron que Patricia se desangre encadenada a una cama, saldrán a vociferar contra lo que vaya a suceder con Molares: les conozco el resentimiento y la crueldad. El grado de miseria. Los sé, tanto como sé que Iván Lima trabajará para llegar a tener una justica justa, al margen de los propagandistas del odio.
Es absolutamente necesario.
Ojalá pueda.