La voluntad y la distopía de la revolución conservadora

Para quién cree realmente en el discurso Billiken, la solución de todos los problemas es, además de resolver el déficit fiscal, la completa desregulación de la economía. Lo que viene no será fácil para nadie.

21 de diciembre, 2023 | 15.40

Hay quienes sostienen que la psicología es una herramienta inapropiada para el análisis político y económico. Es verdad, la economía política, en última instancia la lucha de clases, es un instrumento muy superior. Sin embargo, los movimientos de fondo pueden impedir la observación de los matices, del rol de la psicología de los personajes en la historia. Por ejemplo ¿el reciente gobierno de Alberto Fernández puede explicarse solo con la lucha de clases? ¿La personalidad del ex presidente y su visión sobre el funcionamiento del sistema político no influyeron? ¿Fue todo puja entre distintas “facciones” del capital representadas por las distintas corrientes políticas?

Antes del escueto resumen de apenas 30 modificaciones legislativas de un DNU que afecta a más de 300 leyes y cuyo objetivo es cambiar de raíz el régimen económico sobre el que funciona la economía argentina, el presidente distópico Javier Milei volvió a repetir, ahora por cadena nacional, la pobre cantinela que, increíblemente, aunque montado sobre el hastío de la población luego de más de una década de estancamiento, lo llevó a la presidencia. Se trata de un discurso infantil que carece de asidero real tanto en los hechos históricos como en la teoría económica, una suerte de versión “Billiken” del neoliberalismo más rancio, una sumatoria de zonceras y saraza que nadie se tomó la tarea de contestar porque era difícil tomárselas en serio, a lo que debe agregarse la sintonía con la ideología y las demandas del poder económico.

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La versión jardín de infantes de la historia y de la teoría económica también se dejó pasar por una razón superior. Como lo volvió a demostrar la experiencia macrista, el discurso infantilizado funciona políticamente. Cuanto más simples son las consignas, más fácil le llegan a la mayoría de la población, también mayoritariamente no politizada. Según el discurso de la nueva distopía, el siglo XIX fue la era de oro de la Argentina, un tiempo en el que el país habría sido una potencia mundial, pero luego, a partir de la emergencia de las masas, desde la ley Saenz Peña al yrigoyenismo y por supuesto con el advenimiento de la bestia negra, el peronismo, “el colectivismo”, el gran edificio de la libertad decimonónica se habría derrumbado y comenzado la decadencia. Desde allí habría comenzado la fiesta del déficit fiscal, de los gobiernos que, “como las familias”, gastan más de lo que recaudan, lo que sería la causa del deterioro del valor de la moneda. Para paliar esta degradación, “los políticos” habrían sumado una multitud de regulaciones que fueron trabando el libre juego de las fuerzas económicas dando lugar a la actual decadencia. Y ya está, para los partidarios mileístas el todo quedó explicado.

Lo notable es que no hay nada en ese discurso que sea verdad o haya existido, por eso la distopía, no solo por el outsider sin historia al poder. Empezando por el principio, antes que la negación del Estado y la planificación, la generación del ’80 fue la gran constructora de un Estado laico en el desierto del siglo XIX, tiempos en el que comenzaron a construirse los servicios públicos esenciales, como la educación básica, y las grandes obras de infraestructura guiadas por el Estado, como los ferrocarriles. A diferencia del presente no había nada parecido a un “empate hegemónico”, la clase dominante local compartía un proyecto de país que se agotó por razones estructurales, la expansión de la frontera agrícola sólo basada en la fertilidad de la Pampa alcanzó un límite y no alcanzó para sostener el crecimiento de la población y sus demandas, lo que se tradujo en la irrupción de las masas, con Yrigoyen y Perón, para sintetizar. Luego, los problemas de la economía argentina están lejos de poder explicarse solamente por el déficit fiscal. Se trata de algo que solo puede decir en serio alguien que carece absolutamente de comprensión sobre los fenómenos económicos. Y no hagamos extremismo, decir que el déficit de las cuentas públicas no explica la historia no es equivalente a afirmar que el orden de estas cuentas no importe. Lo que se quiere destacar es que los límites se encuentran en la economía real, en cómo y cuánto se produce, que en una economía capitalista periférica se expresa en cantidades exportadas para abastecer la demanda interna de divisas. El límite de la expansión del gasto sin inflación está dado por la disponibilidad de dólares para financiar el crecimiento. El déficit fiscal, que en Argentina nunca fue muy distinto al del resto de los países de la región, solo es un efecto de otros problemas de fondo. El problema monetario es que se perdió la función de reserva de valor de la moneda.

Pero regresemos a la lectura infantil de la historia y la economía del presidente distópico, a la introducción al resumen de las 30 medidas del DNU. Para quién cree realmente en el discurso Billiken, la solución de todos los problemas es, además de resolver el déficit fiscal, la completa desregulación de la economía. En esto no hubo engaños frente al electorado. Que buena parte de este electorado no haya comprendido lo que verdaderamente significaba esta desregulación, o que haya creído en él “no lo va a hacer”, no significa que Milei haya mentido ¿Qué se imaginaban que era ser “liberal libertario” sino la completa desregulación de la economía? Los argentinos presencian hoy, y ya comenzaron a vivirlo en carne propia, los sueños húmedos hechos realidad del neoliberalismo más rancio. La excitación entre los cuadros más ilustres de la Universidad Torcuato di Tella es absoluta.

El detalle es que el fujimorazo del súper DNU por el que el presidente Milei se transforma en emperador pasó por encima de cualquier idea de República, de división de poderes, lo que para los grandes republicanos locales parece ser apenas un hecho menor frente al fin superior de la desregulación absoluta. Por ahora las cadenas que sujetaban a los perros de todos los lobbies empresarios están rotas. Lo que viene no será fácil para nadie. Lo notable es que hasta aquí todo se logró a fuerza de la voluntad de un personaje que se siente respaldado por las fuerzas del cielo para ser el artífice de una revolución conservadora, para transformar de raíz la economía y la sociedad. Oponer las cacerolas para defender consensos y patrimonios construidos por generaciones no será suficiente. Se necesitará mucha política, la misma que parece haber hecho mutis por el foro. Solo una cosa es segura, la “luna de miel” fue la más corta de la historia.