Durante el primer shock neoliberal de la historia local, el de Alfredo Martínez de Hoz en los primeros años de la dictadura militar 1976-83, el economista Marcelo Diamand vivió obsesionado por lo que caracterizó como “el péndulo argentino”, definición que refiere a los cambios bruscos de política económica entre lo que él llamaba populismo, los modelos nacional-populares, y la ortodoxia. O sea, el péndulo ya existía antes del primer modelo neoliberal extremo y, 40 años después, su pendular sigue intacto.
Si bien hay formulaciones en toda la obra de Diamand sobre el contenido de los dos modelos, existen dos artículos de imprescindible relectura que abordan el problema directamente. Uno de 1977 “El péndulo argentino: ¿Empate político o fracasos económicos?” Y otro de 1983 “El péndulo argentino: ‘¿Hasta cuándo?”. Ambos se consiguen en la red y no los citaremos textualmente. Si sobrevive al tsunami, todavía se consigue un libro con la parte más importante de la obra de Diamand en la página del Ministerio de Economía.
Lo que seguramente llamará la atención al lector novel, es la perfecta caracterización que el autor logra de los dos modelos y, específicamente, de cómo ambos modelos fracasan por sus propias limitaciones. Las similitudes alcanzan también a otros dos elementos de insidiosa actualidad, la esperanza inicial que suscitan y las justificaciones finales de los fracasos: los representantes de ambos modelos creen siempre que el problema fue no haber ido lo suficientemente a fondo. Los ortodoxos consideran que la falla reside en qué el ajuste no se aplicó con la intensidad y el tiempo suficiente y los “populistas” creen que se debió a la resistencia de los empresarios. Por supuesto, lo que está en juego en ambos modelos es cuales son los sectores y las clases beneficiadas mientras duran, es decir cómo uno y otro distribuyen el ingreso, pero lo que interesa en el presente es la insustentabilidad compartida o, dicho en términos más coloquiales, que ambos “la chocan”. Y porque ambos la chocan regresa el otro. La síntesis es evidente: ambos modelos demostraron históricamente sus insustentabilidades. Lo que se necesita, pensando desde la economía y más allá de la lucha de clases, también es evidente: nuevas caracterizaciones que conduzca a un modelo sustentable.
Nótese que no hablamos de síntesis, sino de sustentabilidad. Y lo afirmamos hoy, al comienzo de un nuevo y lamentable shock ortodoxo, que una vez más no será sustentable, lo que no significa que no pueda durar si se alinean los planetas del aumento de las exportaciones, el ingreso de capitales y la improbable paz social. Desde el balotaje la urgencia periodística buscó conocer la verdadera naturaleza del ajuste que aplicará el nuevo presidente distópico rodeado de la vieja casta neoliberal. Pero cualquiera que conozca la historia económica local y la trayectoria de los personajes que llevarán adelante el experimento redivivo sabe que, con prescindencia de los matices y detalles, el plan que se conocerá cuando este artículo ya este publicado podrá reducirse a los elementos tradicionales de siempre: devaluación, aumento de tarifas y congelamiento de gastos y salarios públicos, con efecto demostración al conjunto de la economía. Nada nuevo bajo el sol, un ajuste “comme il faut”. Acomodar los precios del dólar y las tarifas provocará un nuevo salto inflacionario y la caída de ingresos junto al recorte del gasto provocará una recesión. Que el presidente distópico haya dicho que se viene un período estanflacionario no es más que el resultado de las relaciones causa-efecto. Que la vicepresidenta saliente diga que ella lo advirtió fue como mínimo innecesario.
El límite del modelo será el de siempre, la resistencia de los ajustados. Aquí también se repite una historia conocida. La industrialización temprana y el peronismo provocaron una transformación de la estructura de clases local que concitó el odio eterno de la alta burguesía y sus subalternos. Esta transformación tiene una característica central: es un proceso de no retorno: las clases sociales que conocieron una vida mejor se resistirán por siempre a perder lo logrado. Debe decirse también que en las últimas décadas las transformaciones del modo de producción capitalista alteraron esta estructura de clases, lo que agrega un matiz, pero no elimina la resistencia. Luego, cuando los votantes mileístas originales, el 30 por ciento de la primera vuelta, adviertan que los ajustados serán ellos y no la presunta casta, el panorama se pondrá espeso. Se equivocan los que creen que la sociedad votó un ajuste. La sociedad votó distintos caminos para salir de la inestabilidad interminable.
En la nueva oposición tampoco habrá sorpresas, al igual que durante el macrismo el peronismo volverá a mostrar toda su diversidad, con una parte apoyando el ajuste, otra negociando y otra --la que importa, la que cargará sobre sus espaldas la revisión del pasado y la reconstrucción del futuro-- oponiéndose y dando el debate, es decir cumpliendo el rol de verdadera oposición, que no es la zoncera mediática mayúscula de “dar gobernabilidad”.
Un último punto. El posicionamiento más cómodo y a la vez la menos comprometido para enfrentar al gobierno distópico que se inicia este domingo será cargar las tintas sobre el “ajuste”. Aquí se necesita honestidad intelectual. Sin reservas internacionales, con alto endeudamiento y al borde de la hiperinflación, cualquier gobierno que asumiese necesitaba hacer un ajuste, que es el eufemismo que sintetiza el ordenamiento macroeconómico. Volvamos al comienzo, el modelo nacional popular volvió a fracasar por sus propias limitaciones. Fracasó su política económica. A esta altura, cuando la derrota ya ocurrió, no importan las culpas personales, lo que importa mirando al futuro es identificar de una vez los errores de política. Ya desde 2021 se comenzó a hablar sobre la necesidad de un plan de estabilización, lo que también es un eufemismo para ordenamiento macroeconómico. ¿Qué significaba ajustar, estabilizar u ordenar la macroeconomía? Primero y principal acomodar los precios básicos, dólar, tarifas y salarios. Había que tener un plan para salir del cepo, reconstruir la moneda y acumular reservas. Y sin dólares y en restricción externa había que moderar el gasto, no solo achicar el déficit. El gasto empuja la actividad, la actividad las importaciones más rápido que las exportaciones y con ello, sin reservas ni crédito, el precio del dólar y la inflación. Son fuerzas macroeconómicas que si no se abordan ajustan solas o bien hacen que los gobiernos cambien.
Ahora bien, que exista la necesidad de hacer un “ajuste” no significa que cualquier ajuste esté bien. Los costos deberían repartirse y no sólo cortar el hilo por lo más delgado, como todo hace prever. Esta historia continuará, apenas acaba de recomenzar.