Más allá del mundo de Milei

Lo más grave no fueron las palabras que Milei dijo en el foro de Davos. Lo más grave es la pública inscripción de su mirada en una profesión de fe militante, cultora del mito de la sociedad “occidental”.

21 de enero, 2024 | 00.05

La patética intervención de Milei en Davos consistió en un largo soliloquio que reproduce, de modo, en algunos pasajes bastante patético, el mito infantil del capitalismo. Para el que lo quiera conocer se recomienda la lectura de El Capital, de Marx, en el tomo I, en el título que refiere a la “acumulación originaria del capital”. Allí explica el autor en qué consiste el núcleo de la cosmovisión capitalista: consiste en una leyenda, la de que en el origen de la historia había dos tipos de seres humanos, uno de ellos era ordenado, consciente y espontáneamente laborioso; el otro era irresponsable, se gastaba la plata en diversiones (la mayor parte de las veces obscenas). Entonces, como en el cuento de la cigarra y la hormiga, resulta que el disciplinado (en el capitalismo) merece su éxito, del mismo modo que el indisciplinado, cuyo éxito es la alegría de vivir sin compromiso alguno, merece la miseria y la muerte temprana. Pero, claro, “casualmente” en el cuentito con pretensión culta y pobreza extrema (igual que en el mencionado discurso de Milei) hay un punto interesante: ¿cuál es el sentido de la vida? Ahí parece estar el problema, en el que casi nadie quiere meterse, porque meterse en eso supone una serie de definiciones ajenas a “la ciencia” y más cercanas a “la religión”. Milei no ve, o dice no ver, más allá del individuo, de su capacidad, de su ambición. Y lo que entendemos “los contemporáneos” no es lo que dice la sabiduría acumulada de la humanidad, sino el sentido de la vida “occidental” (aunque algunos de sus cultores vivan en el oriente extremo). La verdad es el dinero (y el poder, que lo acompaña,  en general, muy fielmente. Una vez que se acepta que la explicación del mundo consiste en la virtud excluyente del ahorro que es lo que distingue a los elegidos por el señor de los réprobos, pobres a fuer de su pereza e incapacidad, lo demás aparece irrefutable.

Claro que Milei ahora no es solamente ni tanto un predicador, como que es el presidente de un país inmerso en una profunda crisis, de cuyos principales responsables desde el estado argentino está colmado su gabinete y la estructura que lo apoya. Milei tomó los borradores de algunos de sus stands up, pero está hablando en Davos, ante la expresión más concentrada del modo de vida capitalista (visto, claro está, desde sus aspectos más oscuros y perversos). Entonces, se somete a una mirada que ya no es exclusivamente “técnica”, “espiritual”, ni mucho menos “científica”. La mirada necesaria sobre Milei es, y lo será cada vez más, si la fortuna nos acompaña, “política”. Tendrá que referirse a la “polis”, en nuestro caso una patria, una nación. Si se acepta esa regla de juego, la cuestión se define en el sistema de derechos y oportunidades cuyo ejercicio habilita y promueve la política. Es decir, la constitución. Que no es solamente el texto escrito con ese nombre, es una práctica social, o mejor aún, es un acuerdo acerca del significado del bien común.

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Lo más grave, hay que coincidir, no fueron las palabras que Milei dijo en el foro de Davos (que finalmente serán rápida y merecidamente olvidadas). Lo más grave es la pública inscripción de su mirada en una profesión de fe militante, cultora del mito de la sociedad “occidental”. Tenemos que “parecernos a los países exitosos”, creer en sus verdades y adorar a sus dioses. Esa es la apelación central. El problema es que “el mundo tal como es” no es un resultado de ninguna magia sino una operación hegemónica: dice cómo habrán de ser juzgadas las naciones y sus políticas según las reglas hegemónicas. Lo más grave de los dichos del presidente en Davos no es su profesión de fe liberal (cada uno tiene una determinada idea del mundo), lo más grave es que Milei es presidente en un país presidencialista. De manera que la incorporación de nuestro país al BRICS fue anulada como si eso no mereciera discusión alguna o, por lo menos, una explicación pública.

Una escena de confusión, de acumulación de conflictos, muchos de ellos innecesarios, desde Milei no es un profeta ni un adelantado. Es el resultado aleatorio de una escena de la política argentina. El país eligió abrirle paso, de modo veloz, a una lengua política que hasta hace poco tiempo era patrimonio exclusivo de un sector insignificante de la academia y de la militancia social (dicho lo de insignificante en tono totalmente respetuoso). En los últimos años la añeja tradición neoliberal logró instalarse en el núcleo de las argumentaciones a favor del capitalismo. El problema no consiste solamente ni tanto en la resurrección de una lengua merecidamente muerta sino en la articulación de su empleo como fundamento ideológico y ético para un proceso de enajenación de riqueza pública, de empeoramiento intenso de las condiciones de vida de un amplísimo sector de su población y de promesa de violencia para quienes se oponen como el que se insinúa en la Argentina.

Para el Macri-Mileísmo, el paro y movilización del miércoles próximo es la expresión de una Argentina vieja y caduca. Para la conducción de las principales centrales sindicales y para un vasto sector del pueblo argentino puede significar el nacimiento de una voz colectiva, intensa y justa que enfrente lo que pretende erigirse en una “explicación” autoritaria y sostenida por el uso ilegal de las fuerzas de seguridad contra los ciudadanos. El de la CGT puede ser “un acto más” o puede ser el punto de partida de un fuerte reagrupamiento político argentino. Un reagrupamiento no dictado por el resultado de las encuestas, sino por una tradición popular-nacional que, en última instancia, es aquello que hoy como tantas veces anteriores, los grandes grupos de poder -y sus coordinadores norteamericanos- quieren dejar al costado de la política argentina. Es la tradición de la justicia social, de los derechos que, en última instancia expresan el modo de vida colectivo.

Parece que “el ómnibus” puede pasar en el Congreso. Resulta bastante lógico en un momento tan cercano a la elección presidencial: pedirle a una sociedad que “mute” 180 grados poco después de haber resuelto en tres elecciones su decisión no parece ser muy razonable. Pero los legisladores que terminan acatando la extorsión (o mostrando su proyecto verdadero de país) serán responsables de sus actos. En todo caso, casi nunca son las cámaras legislativas las que anuncian y ponen en marcha una reversión de las conductas políticas. Aunque, dicho esto, sea necesario revisar nuestra historia reciente, especialmente la rebelión de los trabajadores contra el proyecto macrista de reforma laboral. Es muy vasta y muy mayoritaria la coalición que es necesario armar para cerrarle el paso a un plan de largo aliento de sujeción argentina a los planes de Estados Unidos y la OTAN. Argentina quedó afuera del BRICS en momentos críticos de su economía. Sería un gran objetivo nacional que los responsables de la obsesión seguidista con Estados Unidos tuvieran la obligación de rendir cuentas públicamente de actos arbitrarios y opuestos de modo manifiesto a los intereses del país y del pueblo.