Es interesante observar el proceso de construcción y desarrollo de la fuerza de ultraderecha que hoy gobierna la Argentina. Aún cuando su retórica política y económica reproduce los rasgos típicos del conservadorismo del siglo pasado su “discurso práctico” incorpora varias novedades. Es una derecha intensamente dogmática, no se presenta como una opción más sino como punto de llegada de una evolución social y política que no podía sino desembocar en esta nueva representación y este nuevo liderazgo. Bajo el actual liderazgo de Milei incorpora asimismo un registro mesiánico: no es el fruto -como lo es en realidad toda la acción política- del cruce circunstancial y aleatorio de acontecimientos, de planes y de pretensiones de liderazgo, sino de determinaciones exteriores a la voluntad de los seres humanos: su modo es el mesianismo. Es el regreso de viejos mitos construidos por el liberalismo oligárquico, que giran alrededor de la tierra y su posesión, de la superioridad de la raza blanca y la legitimidad del dominio machista. Y ante todo de la intangibilidad de las riquezas acumuladas desde las viejísimas oligarquías hasta los nuevos emergentes -que se presentan a sí mismos como “emprendedores exitosos”, símbolos de la Argentina blanca y productiva-. Como ha sucedido muchas veces en nuestra historia, estos actores se piensan a sí mismos como portadores excluyentes de la argentinidad.
Con mucha claridad, estos actores concentran su discurso en lo que es hoy el santo y seña de las nuevas derechas (nacionales, regionales y mundiales): la revancha contra el “populismo”, una voz que constituye la principal herramienta de su cohesión en el interior de su innegable diversidad. Así es como resulta posible construir un suelo imaginario común entre el pibe que trabaja en las condiciones de la desregulación laboral de hecho, operada en los últimos años y el gran empresario que busca la exclusividad del favor estatal: los une el presunto “orgullo del trabajo” frente al fenómeno nacido en el principio de este siglo: el de los planes sociales primero y después la recuperación de derechos elementales en sus condiciones sociales. Es una de las construcciones más eficaces de las clases más prósperas, el de la descripción del mundo social popular como un agregado de trabajadores sacrificados y “perjudicados” por una interpretación del derecho laboral favorable al poder de los sindicatos y perjudicial para el trabajador. Poca atención se presta, desde esta perspectiva, a ese verdadero milagro que construyó la política argentina a comienzos de este siglo y que consistió en volver a reconstruir la cultura del trabajo y su defensa contra la barbarización neoliberal.
El “nuevo” populismo de derecha tiene, así un punto de apoyo generacional. Sus filas crecen particularmente en la generación posterior a la debacle política del año 2001. Son años que incluyen una profunda revolución en las formas de vida social: las redes sociales son el punto más significativo de una transformación que incluye el trabajo, la familia, la cultura y las aspiraciones individuales y colectivas. No es casualidad la colocación del “peronismo” como punto de articulación antagónica con el “viejo país”: el peronismo trajo los sindicatos y creó la “carrera política” en clases y sectores prolijamente excluidos antes de 1945. Este nuevo “frente político-social” se encuentra con el neoliberalismo, no en los libros ni en los debates intelectuales sino en su vida cotidiana: en su manera de vivir, de trabajar, de proyectar su futuro. Y el neoliberalismo es el discurso que hasta ahora mejor se cruzó con su experiencia de vida. Las “redes sociales” son su elemento. La hiper-comunicación audiovisual facilita su autoidentificación colectiva y se constituyen como su territorio central. No hace falta decir la contribución que el fenómeno de la pandemia dio a esta nueva generación social y política entre nosotros.
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Los días que estamos viviendo son el campo de batalla que definirá el porvenir de esta nueva configuración político-cultural que adopta nuestro mundo común. El Papa Francisco acaba de hacer una enérgica advertencia contra la campaña antipolítica que se despliega en el mundo: dijo “la política sirve” y la fraternidad humana es imposible sin su práctica. No es, por eso, ninguna casualidad el coro unido del mundo neoliberal contra las instituciones políticas. Es un eco trasnochado pero intenso y muy eficaz de los mitos que presidieron la noche de los autoritarismos sobre la base de identificar la política con el abuso y el enriquecimiento ilícito.
Nuestro país se ha internado en una etapa de muchos peligros, de muchas acechanzas. El discurso con el que se abre paso no es ninguna novedad. Es la prédica de la privatización de la vida, sobre la base del ataque al Estado (que es, en última instancia el ataque a la democracia, el ataque a los derechos). El rostro verdadero de esta ideología lo hemos experimentado hace unos días con los hechos de la plaza de los dos congresos. De la mano de la divulgación irresponsable hasta lo criminal del mito de los “terroristas” y del “golpe de estado” se volvió a instalar en nuestra vida social el arma principal de los enemigos de la democracia: el miedo a la diferencia, el miedo al otro, su reducción a la violencia y a la sedición. Es necesario y urgente que nos hagamos cargo de esta situación, que exijamos la libertad de todas las personas injustamente detenidas en las mismas horas en que las provocaciones violentas de agentes de seguridad comandados por la ministra Bullrich sirvieron de telón de fondo para la represión violenta y el armado de causas judiciales exclusivamente construidas como parte de la creación de un clima de temor y de la presión para evitar la movilización callejera.
Esto sucede cuando todo indica que entramos en una fase más intensa del ajuste neoliberal, fundado, en este caso en la crítica situación de la relación del país con el FMI. Una vez más el fondo se revela como una herramienta de disciplinamiento imperial y de canal político para la opresión de pueblos y naciones a favor de los ganadores del mundo global, sin relación alguna con el pretendido “cuidado de las buenas prácticas económicas”.
En esta situación grave en sí misma. y muy amenazante en un futuro próximo es necesario revisar las prácticas políticas que, por acción u omisión permitieron este nuevo avance oligárquico-imperial en nuestra patria. Es necesario achicar el espacio del sectarismo y la mutua desconfianza entre personas y fuerzas colectivas que comparten los perjuicios de esta escalada de los poderosos. La derecha estimula y seguirá haciéndolo las disensiones entre fuerzas que podrían estar actuando en común, aun cuando fuera por puntos limitados y específicos, enfocados principalmente en la defensa de la vida, la alimentación y el techo para todas las familias de nuestra patria. La política de las verdades reveladas, de las historias intachables y gloriosas; la saga de las pertenencias a divisas invariablemente fieles a la justicia y a la igualdad deberían dejar su lugar a la generosidad y la apertura. Sin que nadie tenga que renunciar a su identidad y sus opiniones. Despejando el camino de malezas sectarias e impulsando una unidad programática. No solamente para las próximas elecciones, que asoman muy lejanas en medio de este marasmo en el que habitamos sino ya, para defender el estado de derecho, el “nunca más” de 1983 que hoy está amenazado como nunca lo estuvo.