El fenómeno Milei no se comprende sin incluir el contexto de su aparición: un neoliberalismo mundial radicalizado que, después de cuarenta años de hegemonía, generó un inmenso aumento de la concentración y la desigualdad, junto con un fuerte desencanto en el sistema de creencias referidas a la política y la democracia.
En nuestro país, en el tiempo de la pandemia, la cuarentena y la angustia social generalizada, irrumpió el fenómeno libertario como un movimiento contestario contra el coronavirus, el encierro, las vacunas y el gobierno “peronista” de Alberto Fernández. Los libertarios argentinos surgieron durante la pandemia a partir de un anudamiento entre tres elementos: las redes sociales y la virtualización de la vida, la emergencia de la nueva derecha a nivel global y los rasgos de carácter de su líder, Javier Milei.
1) La pandemia aceleró la revolución tecnológica que estaba en curso provocando que, de un día para otro, se virtualizara la vida. Fue así que se creó una nueva realidad paralela, la virtual, eminentemente emocional, inmune a los datos, los argumentos y los hechos. Las redes sociales estimulan un pensamiento muy limitado basado en el “like” y se prestan para la expresión asocial del odio sin límites y sin riesgos, porque no se expone el cuerpo. Las redes, Twitter, Facebook, etc., son dispositivos de imposición de la desinformación y la reproducción de los discursos de odio, las teorías del complot y el culto de la mentira en sus variantes de posverdad o fake news.
2) La nueva derecha: la emergencia de la extrema derecha a nivel global es un fenómeno bastante reciente, pudiéndose afirmar que actualmente es la fuerza más pujante. Se ha constituido en una opción política que logró ganar en elecciones libres, alcanzando el gobierno y representación parlamentaria en varios países, como en el caso del nuestro.
En distintas naciones observamos que esta derecha radicalizada presenta ciertos elementos locales y otros generales o constantes, como por ejemplo el hecho de que, sin negar explícitamente la democracia, utilizan las instituciones para liquidarla.
Sus líderes –salvadores y víctimas a la vez– se muestran como rebeldes opositores al establishment, mientras buscan incumplir con las reglas propias de la política. Conciben la cultura como una guerra santa frente a enemigos a doblegar; en nuestro país, ese enemigo es la oposición política estigmatizada como corrupta y los empleados del Estado. Pretenden transmutar el conflicto político en moral: Milei utiliza la oposición entre la “gente de bien” contra los vagos que viven “con la nuestra”.
3) Los rasgos de personalidad: el presidente Javier Milei, panelista de televisión antes de saltar a la política, es una mezcla de influencer, pastor y troll. Sus discursos, cuando no los lee, son un conjunto de afirmaciones erróneas sobre la historia argentina o gritos reiterados con tres significantes privilegiados: “motosierra”, “viva la libertad, carajo” y “la casta”.
De un estilo ramplón que no termina de encajar en un perfil –no es aristocrático, ni popular, académico, rockstar o religioso– se auto percibe mesiánico, pues afirma que conecta con la energía de Moisés. Su tendencia a producir escándalos, agitar emociones, provocar, degradar o insultar más que dialogar, persuadir o sumar, hace pensar que se maneja mejor en las redes que en la gestión.
En la época del tecno capitalismo, la reproducción ilimitada del odio y el malestar, la bronca a través de las redes desbordaba y demandaba necesariamente un representante que aglutine, alguien que tomara el lugar de líder de los trolls. Hay personalidades que capaces y propicias para esas encarnaduras.
Sin embargo, gobernar no es trolear, y el lugar del presidente requiere diferentes prácticas comunicativas como negociar, persuadir, presionar. Ahí donde el troll se filtra, el presidente se engendra nuevos problemas y la gestión se le va de las manos.
Gobernar no es trolear
28 de febrero, 2024 | 00.05
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