El presidente Javier Milei se siente iluminado para llevar adelante una tarea indispensable que debería haber realizado el peronismo: la refundación capitalista de la economía argentina. No son pocos los sectores en los que su estilo decidido contra viento y marea genera entusiasmo, aunque cante falta envido con 4. Se comprende que luego de la impotencia metódica para impulsar transformaciones elementales de los gobiernos precedentes, la propuesta de empujar cambios a todo o nada contra un enemigo imaginario, “la casta”, despierte acompañamientos sociales tan amplios como variados.
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La “antipolítica”, que está por detrás del éxito del concepto de “casta”, no es solo una construcción maquiavélica del poder económico para ubicar el enemigo en otro lado, lejos de su responsabilidad, sino un sentimiento que crece en la población a la sombra de la ineficacia de los gobiernos. El salto al vació de los votantes en noviembre de 2023 se basó en este hartazgo, en la persistencia de la falta de soluciones a problemas básicos en la provisión de bienes públicos elementales, como la salud, la educación y la seguridad, y especialmente, en la incapacidad de estabilizar la economía luego de más de una década de estancamiento.
Enojarse contra el votante de la fuerza contraria es aceptable como catarsis transitoria, pero pasado un tiempo prudencial la tarea que sigue es comprender el fenómeno. Milei todavía gusta porque sigue representando la ilusión de un cambio radical en un orden económico y en una manera de hacer política que no estaban funcionando. Quizá uno de los peores vicios de la vieja política fue gobernar tratando de dar solamente buenas noticias, intentando satisfacer todas las demandas de los sectores medios y olvidando que las restricciones económicas existen y que no todo es un problema de distribución.
Milei pone en primer plano una sumatoria de verdades incómodas. El problema de la argentina no es la casta, todos los estados necesitan burocracias para funcionar, sino que la mal llamada casta fue ineficiente en la conducción del Estado, lo que hace que cualquier privilegio, hasta el más natural, como la jubilación de un presidente o que una provincia tenga una aeronave, provoque irritación, algo así como las antípodas del “roban pero hacen” de los años ’90.
Luego está la ideología, no es casual que la porción de la casta más atacada por un gobierno de derecha sean los representantes de los trabajadores formales e informales. Sin embargo, que los sindicalistas generalmente defiendan a la parte más débil de la relación laboral no significa que no gocen de privilegios verdaderamente corporativos. Hay dirigentes que se transformaron en “monarcas vitalicios” de sus sindicatos, hasta el punto de que las conducciones llegan a ser hereditarias. Estos son los contenidos de verdad sobre los que se funda el relato. Lo mismo sucede con los movimientos sociales, que si bien cuentan con una gran legitimidad de origen, con el paso del tiempo utilizaron el manejo de abundantes fondos públicos de la asistencia social como herramienta para la construcción de poder personal, a lo que sumaron la inserción en masa de sus cuadros en el aparato de Estado. En este escenario, no resulta casual que tanto el grueso del poder sindical como el de los movimientos sociales hayan sido funcionales a la gobernabilidad macrista, que tuvo la astucia política de sumarlos. Ahora vienen por ellos y quizá sea demasiado tarde para que recuperen el apoyo de la sociedad. Los Milei no nacen de un repollo.
Un dato adicional fue que los gobiernos nacional-populares abandonaron a manos de sus adversarios muchas banderas a las que jamás deberían haber renunciado. Se suele citar a la seguridad, cuya falta afecta mucho más a los más pobres que a los más ricos, pero uno de los peores abandonos fueron las banderas de la producción, la productividad y el crecimiento. Ideas que el progresismo urbano, incluso contra los valores históricos del peronismo, llegó a calificar “de derecha”. Durante la última década pareció que era más importante un presunto cuidado del ambiente que el desarrollo de circuitos económicos completos. Desde la explotación de recursos minerales y energéticos a un complejo exportador porcino llave en mano o la producción de salmones. Incluso la producción intensiva en el agro fue descalificada con argumentos pseudo ambientales. Luego, cuando en su “Pacto de Mayo” el presidente propone algo tan elemental como “un compromiso de las provincias de avanzar en la explotación de los recursos naturales del país”, no le está hablando a San Juan, Santa Cruz o Neuquén, sino a provincias como Chubut y Mendoza, que siendo poseedoras de abundantes recursos se negaron históricamente a su desarrollo. Los recursos pueden ser propiedad de las provincias, pero no aprovecharlos es un serio problema nacional. La actitud pusilánime de no querer enfrentarse a ninguna minoría intensa fue una de las formas de la mala praxis. Cuando Milei afirma que no gobierna buscando popularidad parece comprender de que se trata el presente. De nuevo, gobernar no es solo dar buenas noticias, creencia que puede caracterizarse como una de las peores herencias del 2001.
Hasta aquí la comprensión no exhaustiva de algunos de los factores que contribuyeron a la emergencia del fenómeno Milei, de las bases de la fiesta que se vio ayer en el Congreso, es decir la explicación del presente. El punto que le sigue es la pregunta sobre el futuro, sobre si el mileísmo será capaz de mejorar las condiciones de vida de la población en lo que resta de 2024. Aquí se destaca la persistencia de las ideas zombis, esas que se probaron una y mil veces, no funcionaron, pero se resisten a morir aunque estén muertas. Aclaremos que ideas zombis existen a ambos lados de la grieta (cepo, retraso tarifario con subsidios crecientes como porcentaje del PIB, “la inflación no importa si al mismo tiempo suben los salarios”, “total es en pesos”, etc.), pero ahora gobierna uno de los lados y nos ocupamos de él. La idea zombi del presente es la del ajuste purificador, el creer que los meros súper ajustes fiscal y monetario, que ya comenzaron a provocar una fuerte recesión, serán suficiente para conjurar la inflación. La teoría que está por detrás de esta creencia es que los consumidores, mucho más en un contexto de contracción de ingresos, no convalidarán los precios más altos, dejarán de comprar y los precios bajarán.
Semejante descripción es un extravío teórico. La inflación es un fenómeno de costos, de precios básicos que se aceleran. En la economía local esos precios básicos son los salarios, el dólar y las tarifas. Ninguno de los tres está anclado ni se pronostica que vaya a estarlo. A la inflación le “falta un ancla nominal”. Los salarios, por ejemplo, crecen en promedio por debajo de la inflación, pero siguen subiendo nominalmente a una tasa interanual de tres dígitos. Las tarifas tuvieron aumentos descontrolados y seguirán subiendo porque a partir de abril se sumará también la dificultad de sostener la actual cotización del tercer precio básico, el dólar. Esto es así porque el nivel de compra de reservas de los primeros dos meses no es sostenible y se anunció que este año no habrá nueva colocación de deuda en divisas. La actual acumulación de reservas se basó, por el lado de la demanda, en el excedente producto de patear los pagos de importaciones (tanto vía Bopreal para la deuda vieja, como el pago en 4 cuotas para las nuevas importaciones), lo que no podrá sostenerse en los próximos meses, cuando se sumen las cuotas de las nuevas importaciones. Por el lado de la oferta estuvo el dólar “blend”, la posibilidad de que los exportadores liquiden el 20 por ciento de sus ventas al exterior en el CCL, lo que mantuvo bien abastecido a este mercado. Y si bien las esperanzas están puestas en la liquidación de la cosecha a partir de abril, la inflación acumulada para entonces prácticamente habrá licuado la devaluación de diciembre, lo que significará que se reanudarán las presiones sobre el dólar y muy probablemente habrá una nueva devaluación que pondrá nuevamente en marcha la aceleración de precios.
Es importante detenerse en el mecanismo de formación de precios. Cualquier empresario o comerciante pone precios en función del valor esperado de reposición de la mercancía que vende. Si todos sus costos tienen perspectiva de aumentar no dirá “uh, mirá cómo se contrajo la base monetaria y se redujo el déficit fiscal”, sino que aumentará sus precios en función de sus costos. Si no vende porque la demanda no convalida, no venderá a perdida, sino que reducirá las cantidades producidas (ajustará por cantidad no por precio). El resultado agregado será la caída de la producción y despidos, pero no la baja de precios. Es teoría, no opinión. Ya pasó muchas veces. El ajuste fiscal y monetario que inducen un poco de recesión puede servir para controlar inflaciones moderadas. Las de tres dígitos necesitan un ancla nominal.
La conclusión provisoria cae por su propio peso. La conflictividad irá en aumento. El piso de caída del producto rondará el 5 por ciento sin martes 13. La conducción política de tanto sufrimiento social será compleja y lo peor llegará en el último trimestre del año.-