Más allá de las razones, los argentinos eligieron como presidente a un showman desvencijado, a un extremista que dice barbaridades que hasta ayer habrían significado la muerte política de quien las profiriera. Son tiempos distópicos en los que la nueva conciencia social es el emergente de los micromundos tribales de las redes sociales. El individualismo defensivo frente a la decadencia secular del Estado de bienestar es el caldo de cultivo de las ultraderechas globales, las mismas que hoy se solazan con el descubrimiento de la nueva y fulgurante criatura sureña.
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El ascenso meteórico al poder, la curiosidad y el asombro del resto del mundo y la propia inestabilidad emocional alimentan la megalomanía del Presidente, una peligrosa danza entre raptos de furia insegura y ego desenfrenado. En el escenario internacional practica la misma estrategia que le reportó buenos resultados en el pago chico, el método de las ofensas e improperios contra quienes elige como adversarios, pero que, ya al frente del Poder Ejecutivo, significan impulsar peleas de adolescente dogmático contra los principales socios comerciales y estratégicos y, de paso, con los países que podrían ayudar a juntar votos en el directorio del FMI. La misma megalomanía lo lleva a confundir curiosidad antropológica por la impostura metódica con reconocimiento global. Sorprende el payaso, no el estadista. Y sorprende el plagio reincidente, no la originalidad intelectual.
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Pero mientras los viajes transcontinentales en avión presidencial a cargo del erario y el clima de los mítines en el extranjero lo hacen imaginar un auge permanente de celebridad global y economía en recuperación, una ficción retroalimentada con los diarios de Yrigoyen de la prensa local que, contra viento y marea, sigue pronosticando estabilización y recuperación en V, la realidad económica muestra señales de que lo único inminente es una nueva deriva.
El pragmatismo obligado que debió ensayar de apuro el ministro Caputo fue un ajuste de políticas producto del fracaso del ideario original. El shock devaluatorio no corrigió los precios relativos, solo provocó un nuevo shock inflacionario. La liberación de precios regulados, como los de las prepagas, no corrigió la situación del sector, sino que provocó un nuevo deterioro del sistema, con cargo a proveedores y clientes y una inmensa transferencia de recursos vía aumento desproporcionado de las cuotas. El corte de la obra pública, no significó la aparición de cientos de obras privadas. La Construcción sigue y seguirá desmoronada. Quizá el ejemplo más patético de fiscalismo bobo serán los cientos de millones de dólares que se gastarán este invierno en importaciones de gas por no haber enviado los fondos para las plantas de compresión del nuevo gasoducto Néstor Kirchner. La retirada del Estado de acciones y responsabilidades esenciales será carísima en el mediano plazo y provocará un deterioro sin precedentes de la infraestructura. Son daños que llevará mucho tiempo reparar.
Mientras en el carnaval dark del Luna Park se coreaba “Keynes ladrón”, su teoría volvía a confirmarse. En estos casi seis meses la política económica del gobierno provocó una hiperrecesión de manual. Si se derrumban todos los componentes de la demanda agregada, el PIB se desploma. Es el ABC del mainstream de la profesión, la ecuación macroeconómica básica de John M. Keynes. El oficialismo creyó durante todos estos meses en las virtudes mágicas de la recesión. Pensó que la aniquilación de la demanda funcionaría como estabilizador automático en un contexto de liberalización de todos los precios. No funcionó. El ancla de los precios fueron los salarios por la recesión y el dólar por las manganetas del mesadinerista Caputo, como cuotificar el pago de importaciones y mandar parte de la liquidación de exportaciones al CCL. Como el plan económico es un inasible indefinido, que se resuelve en el día a día, a alguien se le ocurrió que la recuperación podría venir por el lado del crédito al consumo y, en consecuencia, se apuró una nueva baja de tasas sin ton ni son que despertó a los dólares paralelos y reactivó la brecha cambiaria. Lo que aparentaba venir bien comenzó a ir mal. Se soltó una de las anclas y la economía empezó nuevamente a garrear. En plena sensación de auge comenzó la deriva.
La ecuación macroeconómica de Keynes también permite predecir otro efecto, la recesión, es decir la caída persistente de la actividad, significa una caída más que proporcional de las importaciones, lo que es un alivio transitorio para el abastecimiento de divisas, ya que el superávit externo quita presión sobre la cotización. El punto crítico es la duración de la recesión. El acompañamiento al oficialismo incluye un pacto tácito. Se acepta el sacrificio inicial, pero para ir a un mundo mejor, el valle de lágrimas de la recesión debe conducir sí o sí al paraíso de la recuperación. Si el paraíso se demora el pacto se rompe y la paciencia empieza a decaer, como ya sucede en Misiones. La megalomanía puede llevar a autoconvencerse de que “los salarios empezaron a ganarle a la inflación”, que “ya pasamos la parte más baja de la V” o que el oscuro titular de Hacienda “se convirtió en un rockstar”, pero los números de la economía dicen otra cosa. La confianza social no tardará en flaquear.
Mientras tanto, desde Córdoba la única promesa residual del Pacto de Mayo fue que, si se aprueba la ley bases en el Congreso, se podrán bajar impuestos. Dicho de otra manera, la promesa es que se seguirá desfinanciando y destruyendo al Estado, porque está claro que no queda nada para recortar, es decir se seguirá deteriorando la infraestructura pública y reduciendo recursos para salarios de maestros, profesores, médicos, enfermeros, policías y fuerzas de seguridad. De nuevo, romper al Estado es fácil, recuperarlo no.
La esperanza inicial de la sociedad comenzará a disolverse en un Estado de anomía generalizada. Las elites locales siguen sin encontrar un proyecto de país. Volvieron a creer que la salida era una nueva vuelta de tuerca de disciplinamiento económico y solo se dejaron entusiasmar por una mayor laxitud en las relaciones laborales y en pagar menos impuestos olvidándose que el resto de la sociedad también existe y sus demandas importan. La economía volvió a caer en un modelo social y económicamente insustentable. La hora vuelve a ser impredecible.-