El “triunfo parlamentario” de Milei y los límites de su proyecto

30 de junio, 2024 | 00.05

El modo dominante de la política argentina es el de la irracionalidad: la inflación creciente es el camino para la estabilidad, el aislamiento radical del mundo es el realismo, la condición de satélite impotente ante la potencia dominante en plena declinación significa el encuentro con nuestro destino, las penurias crecientes e incesantes de los sectores populares son testimonios inequívocos de la adopción del rumbo inevitable de nuestra nación, en fin, el discurso de la imposibilidad argentina  para su integración digna y democrática en el escenario mundial debe ser situado y enfrentado en su rol de doctrina sobre el presente y el futuro de la patria. 

Milei tiene su “ley base”. Logró el voto de confianza del mundo congregado alrededor de la doctrina que los poderes fácticos, del sentido común que inyectan los grandes medios de comunicación que consiguieron la plenitud del poder sobre la interpretación del mundo y sobre el lugar que en ese mundo debería ocupar nuestro país. Se abre una etapa nueva: es la del dominio de los grandes grupos económicos globales y locales en la vida política argentina. Curiosa y paradójicamente han perdido sustento las apelaciones contra los límites legales y constitucionales sostenidos en la constitución, en las leyes y en la historia: todo vale. No hay razones legales y constitucionales que puedan validarse contra la ley suprema que opera de facto: pertenecemos al mundo “occidental”, nuestro rumbo es ese rumbo, cualquier tentación de una política independiente debe ser abandonada en aras de nuestro “destino histórico liberal, democrático” y opuesto a cualquier intento de independencia nacional y de defensa de nuestros propios intereses.

La “experiencia Milei” solamente se explica desde esta despreciada perspectiva. El irracionalismo, la brutalidad, la estupidez explícita no son exteriores ni son casuales: no se puede sustentar el rumbo en el que está nuestra patria si no es desde la perspectiva de la negación de cualquier razón política sustentada en la historia. No es el menemismo, que se validaba en las transformaciones operadas en el mundo en el que vivimos. No es pragmatismo. No es “cálculo” de nuestras conveniencias nacionales. No es un tránsito hacia una nueva inserción en el mundo: es una interpretación mesiánica, brutal e irresponsable que aconseja renunciar a la patria y, desde ahí, a la historia, a los propios intereses, a cualquier idea de bien común y de futuro compartido en aras de una creencia fundamentalista, ajena a cualquier intento de visión racional y compartida de nuestro futuro.

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En la Argentina convive curiosamente la certeza de estar viviendo un proceso de sufrimiento y decadencia con el telón de fondo de una apelación mesiánica a un futuro luminoso que hasta ahora no ha aportado ni una sola razón para la confianza en su éxito. La cuestión de fondo es que no hay ningún argumento medianamente sólido a favor de que la entrega de nuestro patrimonio (no otra cosa es la esencia de la “ley base”), la condena al sufrimiento de vastas mayorías sociales y el resurgimiento de la violencia contra los cuerpos de aquellos que se rebelen contra este rumbo pudiera alimentar la esperanza en un país mejor. 

¿Cómo reacciona “la política” frente a esta amenaza terminal contra la democracia y la convivencia pacífica entre los argentinos- que incluye la reaparición de los viejos temas de la lucha “antiterrorista” que llevaran al país a su noche más amarga? La catástrofe que nos amenaza es la idea del estado de excepción, la del “terrorismo preventivo”, la de la restricción de la democracia sostenida en la existencia de un “estado de excepción” que recogen experiencias terribles en materia de persecución y terror a las que desgraciadamente algunas “izquierdas” apuestan con la secreta esperanza de encontrar vías “alternativas” a la democratización. La “buquelización” del discurso contra la violencia es un modo de sometimiento a la ideología de la opresión, de la descarga en las capas más pobres de la población de la responsabilidad por la inseguridad. Lo cierto es que en el capitalismo sin leyes ni justicia de ningún tipo que estamos viviendo no hay otra alternativa que el camino de la democratización, de la libertad.

Milei tiene “su ley”, conseguida gracias a la convivencia de los que todavía juegan su fichas a favor de los “grandes acuerdos” que, como lo demuestra la experiencia parlamentaria de estos días, consiste en aprobar la estrategia del dominio de los grandes conglomerados norteamericanos presentándolos como el rumbo de las “amplias alianzas políticas”. El oficialismo consiguió su propósito; según su argumento este rumbo es el indicado para la “normalización” de la Argentina. Ahora que obtuvieron las mayorías parlamentarias estará puesta a prueba el rumbo asumido. Habrá que ver si del programa de retiro del estado y del dominio incontestado del “mercado” (del dominio absoluto de los grandes monopolios extranjeros y “nacionales”) surge la posibilidad de mejoras para los grandes sectores sociales sistemáticamente agredidos por este gobierno y sus mandantes. En esta incógnita está planteado el futuro de nuestra democracia. 

Por lo pronto, el designio de asfixiar cualquier discurso alternativo al plan de los grandes monopolios parece haber tropezado con sus límites. Ni la amenaza represiva (cruel e injustamente desplegada contra las recientes movilizaciones populares) ni la soberbia desatada por el logro parlamentario parecen insinuar una solución al problema principal, el de proveer del consenso y/o la pasividad necesarios a este nuevo giro del añejo intento de absorber a la Argentina en los vientos del neoliberalismo, de terminar con la anomalía histórica que fue y sigue siendo el peronismo.