Aún con atraso cambiario, la devaluación no es inevitable

En los últimos meses, ante la escalada inflacionaria comenzó a circular entre economistas de distintos perfiles teóricos, ideológicos y políticos la idea de que es "inevitable" devaluar la moneda.

25 de agosto, 2022 | 00.05

Durante los últimos meses, y en particular desde mediados de junio, cuando empezaron a subir los tipos de cambio financieros e informales, se generalizó entre economistas de distintos perfiles teóricos, ideológicos y hasta políticos la idea de que la devaluación de la moneda sería inevitable en tanto los niveles de la brecha cambiaria se habían vuelto insostenibles. En cierto sentido, circula la idea de que estos tipos de cambio, también denominados “dólar libre” consistirían en un valor que acarrearía el poder de la verdad: los precios verdaderos son los que se definen en el mercado, cualquier otro precio, intervenido por fuerzas externas, es ontológicamente falso. Así, si el “dólar libre” sube, quiere decir que su valor verdadero lo hace, con lo que el dólar oficial queda artificialmente atrasadísimo y la devaluación (una suba significativa y de un salto del tipo de cambio oficial) se ejercería como una fuerza de verdad, como un sinceramiento.

Otro concepto que se suele verter, y que va de la mano, es el de “atraso cambiario”. Es algo más técnico, menos filosófico, pero es similar: si el dólar está atrasado, lo está respecto de algo. ¿Respecto de qué está atrasado? De algún valor más elevado que operaría como equilibrio. No necesariamente es lo mismo que el párrafo precedente, ya que hablar de atraso cambiario no necesariamente implica reconocer en el dólar informal al valor verdadero. De hecho, esa magnitud también podría estar atrasada o adelantada. Lo que marca aquí la calificación de atraso es, ante todo, el encarecimiento relativo del país respecto de sus socios comerciales, o, lo que es lo mismo, el abaratamiento relativo del resto del mundo respecto del país.

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Estos fenómenos traerían como consecuencia un debilitamiento de las exportaciones, un estímulo a las importaciones y, por ende, un empeoramiento de las cuentas externas. Por supuesto, menos calificativos tiene la versión dinámica: en vez de decretar que determinado tipo de cambio está atrasado, podemos plantear si durante determinado lapso de tiempo este se ha atrasado o se ha adelantado. En lo que va de 2022, el tipo de cambio nominal oficial ha subido un 30 por ciento, contra un 50 por ciento de inflación local y poco menos de un 10 por ciento de inflación internacional.

Esto indica que efectivamente nos hemos estado apreciando, o que el tipo de cambio se ha ido atrasando. El Índice del Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM), que publica el Banco Central, da cuenta precisamente de esto (valores más altos nos hablan de depreciación o un país más barato, valores más bajos de apreciación o un país más caro). En agosto de 2022 marca 93 puntos, frente a 103 de diciembre de 2021 y 124 de diciembre de 2020. Es decir, llevamos más de año y medio atrasando el tipo de cambio oficial, encareciéndonos y abaratando al resto del mundo.

Los 93 puntos de hoy son similares a los de abril de 2018, antes de que empezara la avalancha de devaluaciones que significaron la crisis del modelo económico del gobierno de Macri, con la salvedad de que ahora hay cepo, con lo que solo las transacciones comerciales tienen ese tipo de cambio de referencia, mientras que el turismo, el atesoramiento, la salida de ganancias y otras se manejan con números mayores.

El récord de la última década son 130 puntos en septiembre de 2019, luego de la brusca devaluación post-derrota del macrismo en las PASO. Para que tengamos una idea, las transacciones que se hacen al valor del dólar tarjeta (es decir, tipo de cambio oficial + impuesto PAIS + retención de impuesto a las ganancias) equivaldrían a 162 puntos en el ITCRM. De la era pre-cepo, se asemeja a los valores del año 2007. Ni hablar de los valores del dólar informal, cercano a los 290 pesos, que corresponderían a 195 puntos en el ITCRM, similares a los de mediados de 2002, el momento de mayor depreciación cambiaria de los últimos treinta años.

Es decir, el dólar oficial de hoy equivale, en términos de competitividad, al dólar de abril de 2018; el dólar tarjeta al de 2007 y el dólar informal al de 2002. Los 350 pesos que registró el dólar informal hace un par de semanas, en plena corrida cambiaria, no son comparables a ningún momento de la Argentina reciente. ¿Qué queremos decir con esto? Que si el valor actual del dólar informal implica una relación de precios similar a la que había a mediados de 2002, en el peor momento de la Argentina reciente en términos de pobreza, desempleo, marginalidad, no tiene mucho sentido afirmar que ese valor del dólar tiene algo de “verdad” en un sentido filosófico ni mucho menos de equilibrio en términos económicos.

Entonces, siguiendo estos indicios, nos preguntamos, ¿está atrasado el tipo de cambio?, lo que puede traducirse en la pregunta que abrió esta columna: ¿es inevitable una devaluación? El tipo de cambio oficial parece estar un poco atrasado, sí, en tanto los períodos de puntaje similar en el pasado (abril de 2018, septiembre de 2016, noviembre de 2014) significaron problemas en el balance comercial, pero no mucho. Llevar el tipo de cambio oficial a los valores del dólar tarjeta -y ni hablar del dólar informal- implicaría una sobrerreacción que llevaría a una pulverización de los ingresos reales por la vía de la exacerbación de la inflación.

De hecho, el balance comercial sigue siendo positivo y las presiones cambiarias tienen más que ver con la especulación financiera y la demanda de atesoramiento, claramente potenciadas por la elevada inflación.

Entonces, podemos concluir que la devaluación, entendida como un salto brusco del tipo de cambio oficial que lo lleve a valores similares a los de los actuales tipos de cambio financieros, no solo no es inevitable, sino que además sería profundamente perjudicial. El actual tipo de cambio oficial está solo un poco atrasado, pero los actuales términos del intercambio (cociente entre los precios de lo que exportamos y los de lo que importamos), relativamente favorables, permiten que incluso así el balance comercial sea positivo.

Si en este momento la principal razón de la demanda de dólares, que obliga a que exista un cepo, es el atesoramiento, y la elevada inflación contribuye a que aumente, devaluar la moneda no solucionaría nada, puesto que echaría nafta sobre la inflación. O, en todo caso, podría alivianar la restricción externa por el lado de la caída de las importaciones resultante de la reducción de los ingresos de las mayorías, es decir, por el lado del ajuste.

Dejar de repetir que la devaluación es inevitable, hacer los números y comprender la necesidad de reducir la inflación sin ajustar los ingresos de los sectores populares ni frenar el ritmo de crecimiento de la economía aparecen como objetivos necesarios. Lamentablemente, pareciera que la generalización de la inevitabilidad de la devaluación ya está virando hacia la generalización de la inevitabilidad del ajuste, incluso dentro del gobierno, y eso es muy preocupante.