Actividad e inflación en la nueva Argentina

Lo que importa para la política económica no es sólo lo que expresa el número final del IPC, sino lo que está detrás de ese número y hacia dónde se va.

12 de septiembre, 2024 | 00.05

La actual oposición descubre todos los días lo errada que era su visión de la realidad. La Argentina de LLA es, literalmente, otra Argentina. Este miércoles el Congreso desandó sus pasos y dejó firme el veto de Javier Milei al aumento marginal de las jubilaciones. Y ello ocurrió sin mayor resistencia social, con un gobierno con control absoluto de “la calle” y, si se excluye a la ultra minoría politizada, con relativa indiferencia social. 

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Siempre sensible a los deseos del poder económico, la casta que puebla el Poder Legislativo, donde el oficialismo es solo formalmente minoría, mantuvo la jubilación mínima en un valor en torno a un tercio de la canasta de pobreza de una familia tipo, alrededor de 300 mil pesos contra casi un millón. La comparación es solo una referencia, en tanto la canasta de un jubilado es distinta a la canasta tradicional, puede tener más medicamentos, pero no hay hijos a cargo. Ello convive, además, con el aumento de las tarifas de los servicios esenciales, que se llevan un porcentaje creciente de los ya magros ingresos, dejando un “ingreso disponible después de servicios” muchísimo menor. Dicho sea de paso, el “inesperado” aumento de la inflación de agosto al 4,2 por ciento fue empujado por el ajuste en los servicios, especialmente electricidad y transporte.

El fenómeno es notable, luego de un shock inflacionario que motivo una curva descendente desde los 25 puntos alcanzados el pasado diciembre, la inflación se clavó en torno al 4 por ciento mensual, pero todos los analistas, de manera prácticamente unánime, insisten en que el gran logro del gobierno es la baja de precios. Sin embargo, más allá de la buena voluntad comunicacional, en lo que va del año el IPC ya acumuló una suba del 94,8 por ciento. Y el promedio mensual está bien por arriba de los números registrados durante el gobierno anterior hasta la llegada de Sergio Massa. Los números del presente solo están por debajo de los de 2023.

Pero la película completa ofrece matices. Desde la tribuna siempre es fácil criticar con impunidad a los jugadores, pero es necesario sincerarse. Cualquiera hubiese sido el gobierno que asumiera en diciembre de 2023 tendría que haber devaluado. El valor del dólar no es solo cuestión de voluntad política. La devaluación y los ajustes tarifarios eran tareas necesarias, tales son los costos sociales intrínsecos de los “ajustes”. Lo que sí puede discutirse siempre es la forma, la profundidad, la magnitud y las compensaciones. Sin embargo, lo que importa para la política económica no es sólo lo que expresa el número final del IPC, sino lo que está detrás de ese número y hacia dónde se va.

En 2023 el gobierno precedente, en un contexto de falta de dólares, privilegió sostener el nivel de actividad económica y el empleo y el costo fue la mayor inflación. Luego de más de una década de alta inflación, los números del año pasado, con subas mensuales que alcanzaron los dos dígitos, fueron la gota que rebalsó el vaso del hastío social. El triunfo de LLA fue la consecuencia. En 2024 la ecuación funciona al revés. Se intenta frenar la inflación, el sendero descendente desde los 25 puntos de diciembre, utilizando como variable el nivel de actividad. Aquí también se trata de una consecuencia del ajuste. Se recurre a ajustes estructurales porque se vuelve insostenible el déficit externo, es decir porque faltan dólares. Una forma de remediar el faltante de divisas es reduciendo las importaciones y ello se logra frenando la actividad. Aquí también importa la magnitud.

Cumplidos nueve meses de gobierno, la sociedad que todavía no se cayó del sistema comienza a incomodarse con la persistencia del ajuste. Los analistas económicos, en línea con sus clientes empresarios, siguen festejando los datos fiscales, pero la honestidad intelectual (el mundo no es maniqueo) los lleva a dudar sobre la sostenibilidad de los números. En varias dimensiones. La primera es la habitual, el precio del dólar. El gobierno le tomó el gustito al efecto estabilizador de la apreciación, es decir al dólar barato. Al margen del juicio que pueda merecer la estrategia y sus efectos microeconómicos sobre sectores exportadores con agregación de valor o sobre el turismo, para sostener un dólar barato hay que tener con qué. Desde el ministerio de Economía supieron encontrar desde diciembre distintas vías, sucesivamente; la cuotificación del pago de importaciones, su desaliento vía impuesto país, el dólar blend y, a partir de julio, la intervención directa en los mercados paralelos, que es la herramienta más importante que quedó en pie.

La contrapartida, hasta ahora, es que se dejó de acumular reservas. La apuesta es al blanqueo de capitales, la “bala de plata negra”, según la denominó creativamente un informe de la consultora PxQ, y al comienzo del flujo inversor del RIGI. Los economistas sacan cuentas para ver si esta plata alcanza o no. El consenso provisorio es que se podría ir llevando por un tiempo. De hecho los paralelos se mantienen estables a pesar de las expectativas que provoca la continuidad de la revaluación, es decir que la inflación siga siempre por encima de la devaluación del oficial del 2 por ciento mensual. La síntesis de los operadores es que “el mercado está expectante, pero no nervioso”. Producido el shock de ajustes tarifarios, si los dólares paralelos se mantienen estables, en septiembre la inflación podría bajar del piso del 4 por ciento mensual. Dicho de otra manera, la baja de la inflación podría convertirse en realidad.

Pero para que se alineen los planetas no solo se necesita que el dólar permanezca relativamente estable, sino también que persista la caída de la actividad, que no haya reactivación. Si se recomponen salarios y aumenta el crédito aumentará el consumo, la actividad, las importaciones y la demanda de dólares. La conclusión provisoria es que sin dólares adicionales el éxito del gobierno depende de que la actividad continúe deprimida, es decir de la famosa paz de los cementerios. En los últimos meses las encuestas de opinión comenzaron a mostrar el nuevo clima social emergente. A pesar de la década de hastío que llevó a Milei al poder, la inflación abandonó el primer lugar entre las preocupaciones de los encuestados. Ahora ese lugar lo ocupan los miedos al desempleo y a la pobreza. Son las primeras fotos de la nueva Argentina que construirán el paisaje hasta diciembre de 2027. Para ese momento de desolación hay una pregunta a la que el mileísmo no le dará respuesta ¿Cuál será el modelo de desarrollo de la nueva Argentina? ¿A qué país de la región o del mundo podremos para entonces aspirar a parecernos?