"Este hombre cargó sobre su corazón y su conciencia la unción de un pueblo"

27 de octubre, 2020 | 00.05

El siguiente fragmento es la homilía que Jorge Bergoglio dio en la Catedral de Buenos Aires el día que murió Néstor Kirchner. El Papa Francisco eligió este mensaje para participar del libro Néstor El hombre que cambió todo (Editorial Planeta) realizado por Jorge "El Topo" Devoto. 

Sr. Jorge Devoto,

Muchas gracias por su correo.

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Me gusta la idea del libro, la gratitud de la memoria siempre ennoblece.

Quizá, lo más sentido que dije sobre Néstor fue la homilía de la Catedral, el mismo día del fallecimiento de Kirchner, por la tarde. Con gusto autorizo la publicación de esta homilía para el libro que usted está planeando publicar.

La homilía fue espontánea, luego desgrabada y publicada en el libro En tus ojos está mi palabra, pág. 988-989.

Gracias por su recuerdo de aquella entrevista con Emilio; y gracias por su cercanía a Cristina y a la familia, «en la buenas y en las malas».

Por favor, no se olvide de rezar por mí, lo hago por Usted. Que Jesús lo bendiga y la Virgen Santa lo cuide. Fraternalmente, Francisco

 

164. Morir es arrojarse en sus manos.

El libro de la Sabiduría que leímos en primer lugar sigue diciendo que las almas de los que mueren están en las manos de Dios. Una imagen que nos habla de la realidad de la muerte, pasar a las manos de Dios, y Jesús mismo, el Justo, en el momento de morir, quizás recordando esta frase del libro de la Sabiduría, reza: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

Las manos de Dios son manos de Padre, manos de misericordia. Y cuando nos visita el acontecimiento de la muerte, cuando se instala en nuestra vida diaria, en nuestra familia, en nuestro corazón, se nos invita sabiamente a pensar en esas manos. Manos de padre, manos de misericordia o, si vemos las de Jesús, manos llagadas por amor. ¡Esas son las manos que nos reciben! Morir es precisamente arrojarse en esas manos. Es un empezar de nuevo... sí y no, porque esas manos nos acompañaron toda la vida aunque a veces no nos hemos dado cuenta, pero es la revelación de esas manos que iban acompañando, que nunca nos dejaron, las que ahora nos reciben. Eso es la muerte.

Y hoy, que venimos a rezar por un hermano nuestro que murió, pensemos en esas manos. Son las manos que lo acompañaron, son las manos que lo amaron, que acariciaron su vida y que lo recibieron. Si bien el momento de la muerte es de profunda soledad porque uno muere solo, están esas manos; pero también están junto a él hombres y mujeres que lo acompañaron en su vida: hay una familia, su mujer, sus hijos, hay amor de familia... y ellos quedan acongojados. Uno no puede olvidar a aquellos que más íntimamente lo acompañaron en su vida y, en este momento, pedir al Señor por su familia, por su mujer, sus hijos, por sus amigos y por sus compañeros de militancia que están doloridos... Veo aquí varios compañeros de militancia del Movimiento Justicialista, de la Confederación General del Trabajo... tantos otros y también aquellos que en el trabajo político (porque es un trabajo) fueron sus opositores. Porque es necesario ese trabajo de conjunto. Y todos ellos participan de alguna manera de esta muerte. Todos ellos son despojados. Los que más estuvieron cerca de él en su familia, en su militancia, en su trabajo.

Y este muerto no es solamente un hombre que se enfrenta a esas manos de Dios y se deja recibir, y que hasta ahí lo acompaña este entorno de amigos y de familia, sino que este hombre cargó sobre su corazón, sobre sus hombros y sobre su conciencia la unción de un pueblo. Un pueblo que le pidió que lo condujera. Sería una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no con él, olvidara que este hombre fue ungido por la voluntad popular. Todo el pueblo, en este momento, tiene que unirse a la oración por quien asumió la responsabilidad de conducir. Las banderías claudican frente a la contundencia de la muerte y las banderías dejan su lugar a las manos misericordiosas del Padre. Los que lo acompañaron más de cerca como su familia, sus amigos y sus compañeros de militancia también sienten el desgarrón de su soledad y rezan por él; pero es precisamente el pueblo quien tiene que claudicar de todo tipo de postura antagónica para orar frente a la muerte de un ungido por la voluntad popular... Durante cuatro años fue ungido para conducir los destinos del país. Se claudica de todo y se reza. Y hoy estamos aquí para rezar por un hombre que se llama Néstor, que fue recibido por las manos de Dios y que en su momento fue ungido por su pueblo. Hagámoslo todos juntos. 

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