EE.UU. ante el ascenso de China y Ucrania como “teatro de operaciones” de la disputa global

01 de abril, 2022 | 00.05

La relación entre el dragón chino y el águila norteamericana ha sido, durante años, sinérgica. Más allá de las evidentes diferencias en sus modelos sociales y políticos, en el ámbito comercial su relación e interpenetración ha ido creciendo exponencialmente. En 2001, año de ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), los intercambios (exportaciones e importaciones) entre ambos países era de U$S 121.500 millones, mientras que en 2018 ese número ya había superado los U$S 660.000 millones. Ese incremento, de más del 400%, declinó en parte con la gestión de Donald Trump, y en 2020 se registró una caída de las importaciones del 13% y en las exportaciones un 8,2%. 

Sin embargo, las relaciones entre ambos países se fueron deteriorando a partir del lanzamiento de la “Doctrina Obama”, también conocida como “Giro Estratégico”. El 17 de noviembre de 2011, mientras se encontraba en Australia, el por entonces titular de la Casa Blanca anunció que “como presidente he tomado una decisión deliberada y estratégica. Como nación del Pacífico, Estados Unidos desempeñará un papel más amplio y a largo plazo en la conformación de esta región y su futuro”.

Con la llegada de Trump a la Presidencia norteamericana, las tensiones se agudizaron y el conflicto tomó una escala planetaria. El programa trumpista, conocido como “American First”, puso en tensión las relaciones entre ambos países, como así también los marcos de acuerdo multilaterales. Podemos decir, literalmente, que Trump pateó el tablero global. Los “nacionalismos” empezaron a ser una amenaza mundial, lo que llevó a la élite norteamericana -al llamado “Estado profundo”- a alinear a los dos proyectos estratégicos e históricos. Nos referimos a la evidente articulación de los cuadros neoconservadores más tradicionales, históricamente representados en el clan Bush, con los globalistas, de la mano de Clinton y Obama, para poner fin al ciclo trumpista con Joe Biden como presidente. 

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Mientras el mundo observaba atónito las tensiones en el seno del imperialismo, se desarrollaba un nuevo mundo: la humanidad comenzaba a ingresar a una nueva fase del capitalismo, bajo la denominada “cuarta revolución industrial”.
Con la caída de Trump, parecía que con Biden se marcharía a un mundo con tensiones, pero con grandes acuerdos generales. Pero las apariencias engañan, y el proyecto de Biden pareciera ser una especie de “Global First”. Desde su asunción, Biden profundizó las medidas de Trump sobre China, e intentó ordenar al mundo entero en su batalla contra el dragón asiático, convocando a sus aliados históricos del G7, ordenados en la conducción angloamericana a través de la alianza política y militar del AUKUS (Australia, Reino Unido y EEUU). 

En diciembre pasado, desde Indonesia, el Secretario de Estado norteamericano Antony Blinken dijo que la administración de Joe Biden adoptará “todos los instrumentos” disponibles, incluyendo la diplomacia, las fuerzas armadas y la inteligencia para apoyar a sus aliados y socios. A su vez Biden, en el discurso de la OTAN, declaró que “va a haber un nuevo orden mundial y tenemos que liderarlo”.

Los halcones y las palomas, detrás del águila americana, no dimensionaron a tiempo que, al llevar sus inversiones a Eurasia, despertaron al dragón dormido.

Es la República Popular de China, estúpido

 

China, según expresó su presidente Xi Jinping, se plantea el objetivo de fortalecer la gobernanza global, el desarrollo impulsado por la innovación, y un avance en la construcción de una comunidad con un futuro compartido para la humanidad. El actual embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, en un artículo del libro “Más allá de los monstruos”, expresa que el Partido Comunista Chino plantea la nueva era con un socialismo con características chinas. El “sueño chino”, al que se refiere Xi Jinping, tiene que ver con la búsqueda por restituir al país a su posición en el centro del mundo, como lo fue hasta 1850

Para lograr este objetivo, sin abandonar la causa del socialismo, China implementó una batería de medidas con objetivos muy concretos, como mejorar la calidad de vida de los habitantes del país, sostener el crecimiento económico de forma moderada y tender a una mejor distribución del ingreso. Este “sueño chino” se traduce en tres fechas-objetivos: los dos centenarios, uno de la creación del Partido Comunista Chino en 2021, y el otro el centenario de la creación de la República Popular China en 2049, sumados al programa “Made in China 2025”. Una meta es erradicar la pobreza extrema por completo y, para el centenario de la República Popular, la meta buscada es ser un país socialista moderno, desarrollado, fuerte y armonioso.

China en números es extraordinaria. Entre 1980 y 2021, el gigante asiático incrementó en casi 49 veces el valor del PBI, hasta alcanzar los U$S 18,46 billones, mientras los Estados Unidos apenas lo multiplicó  7 veces, superando ahora los U$S 24,79 billones de dólares, según datos del FMI. Es decir, China ya tiene un Producto Bruto Interno (nominal) equivalente al de la Unión Europea, con una relación de primacía comercial con dos tercios de los países del globo, un crecimiento sostenido por encima de la media mundial, incorporando alrededor de 500 millones de ciudadanos al sector medio, con ingresos promedio comparables a los de EEUU. El desarrollo chino se puede explicar en la relación campo-ciudad, donde en el año 1950 era del 20% urbano y 80% rural, algo que se invirtió, en los mismos valores, en el año 2021. Su comercio se explica por la cuarta revolución industrial, de la mano de la digitalización de la economía, superando el 40% del PBI con un sostenido crecimiento de más del 10% en promedio.

En el sector energético, estratégico para el desarrollo del dragón, se ha propuesto alcanzar el pico máximo de las emisiones de CO2 antes del 2030 y lograr la neutralidad del carbono para el año 2060. Para lograr la descarbonización de su economía, China se compromete a incentivar el desarrollo de nuevas tecnologías e instrumentos de financiación verde en los próximos cinco años. Esto explica la relación Rusia-Irán-China, ya que la conversión es en base al reemplazo del carbón por el gas. De ahí los acuerdos estratégicos firmados con Rusia e Irán. China saltó en escala y tiene un plan para el mundo. 

El G2: Proyectos estratégicos en disputa

En la estructura económica, en el estado global profundo, el mundo de hoy se explica bajo dos grandes proyectos estratégicos, dos alianzas que se encuentran en una lucha decisiva, que tiene varias dimensiones, pero que centralmente refiere a la pugna por la apropiación de las riquezas social y mundialmente producidas. Esta lucha, por supuesto, cuenta con una dimensión cultural, es decir, los anteojos de cómo los ciudadanos observamos el mundo. 

Esta disputa, que denominamos el G2, de dos grandes proyectos financieros y tecnológicos-digitales, está conformada por dos polos: China-Huawei-BAT, de un lado, y los Estados Unidos-GAFAM, del otro.

Mientras en términos superestructurales la República Popular de China logra encolumnar a las fuerzas estatales-nacionales de Rusia, Irán y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), por el lado económico Huawei articula a los capitales digitales y financieros “orientales”, como son ICBC, Tencent, Alibaba, Baidu, etc, con asiento en Shanghai, Shenzhen y Hong Kong. 

En ese marco, el año pasado Xi tomó la iniciativa de crear un tercer mercado bursátil en el continente, detrás de Shanghai y Shenzhen, con la intención de captar un financiamiento que les permita multiplicar las empresas “hightech” chinas, aumentado la competencia entre las gigantes tecnológicas y profundizando el desarrollo de la economía digital. Tal acción se realizó con el único objetivo de promover el nacimiento de entre 50 y 200 mil “Startups” en el corto plazo, con una bolsa que funcionaría como el Nasdaq norteamericano, sólo que recortado al sector de las pequeñas y medianas compañías de altas tecnologías.

El segundo polo es el articulado por Estados Unidos, donde se encolumnan los Estados que integran el G7 y el AUKUS, intentando sumar a India. Las tecnológicas se encuentran hegemonizadas por el sistema GAFAM (Google, Amazon, Facebook-Meta, Apple, Microsoft), con preeminencia de Amazon, y se articulan en torno Silicon Valley y Wall Street, donde BlackRock, State Street y Vanguard, los tres grandes Fondos Financieros de Inversión Global (FFIG), logran direccionar los grandes flujos de inversiones.

El despliegue económico y tecnológico chino se asocia a la “Ruta de la Seda”, Belt and Road Initiative - BRI, fundamentalmente como ruta energética y comercial, por un lado, y como “Ruta de la Seda Digital”, por el otro. Del lado norteamericano, el despliegue económico mundial construyó la dos iniciativas recientes: la “Red de Puntos Azules”, Blue Dot Network - BDN, y la iniciativa “B3W” o “Build Back Better for the World” (es decir, reconstruir mejor para el mundo), lanzada en el marco del G7 el pasado mes de junio. 

Esta última, es un plan de infraestructuras dirigido a naciones de Latinoamérica, el Caribe, África y el Indopacífico. Se interpreta como una respuesta al proyecto económico de la Ruta de la Seda del gobierno chino de Xi Jinping. A esto se suma el proyecto lanzado en la cumbre de la OTAN, también en junio de 2021, donde se propuso un nuevo centro de innovación tecnológica que reúna al personal militar con la industria para fomentar la creación de empresas digitales de defensa. Son estas dos grandes fuerzas estatales, energéticas, tecnológicas y financieras las que se disputan al continente Europeo. Esta es la situación que explica el conflicto de Rusia con Ucrania, apenas un “teatro de operaciones” en la guerra del G2.

Algunos hechos para comprender las jugadas en la guerra del G2

El 10 de enero de 2021, el gobierno de China y la Unión Europea firmaron un acuerdo de comercio bilateral. El 6 de julio, Angela Merkel, canciller alemana, Emmanuel Macron, presidente francés, y Xi Jinping, presidente de China, mantuvieron una reunión donde trataron el tema de un acuerdo de inversión entre la Unión Europea y China, denominado Acuerdo General sobre Inversiones (ACI). Angela Merkel, por entonces canciller alemana, afirmó que esperaba que se aprobara “lo antes posible”. Emmanuel Macron, por su parte, dijo que apoyaba “la conclusión del acuerdo de inversión entre la UE y China”.

En septiembre del 2021, en contrapartida al ACI, Úrsula Von Der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anunció la denominada “Puerta Global”, que implica intensificar el gasto internacional en infraestructuras y otros proyectos, ya que busca rivalizar con la influencia económica y política que Pekín ha ganado a través de su “Ruta de la Seda”. Von Der Leyen afirmó: “Trabajaremos juntos para profundizar en los vínculos comerciales, reforzar las cadenas de suministro globales y desarrollar nuevos proyectos de inversión en tecnologías verdes y digitales”.

Otro de los elementos centrales, y que hemos denominado como el “hecho maldito” de la guerra en Ucrania, es la culminación del gasoducto Nord Stream II, que va desde Rusia por el Mar Báltico hasta Europa Occidental, que sólo aguarda las certificaciones alemanas. Este hecho profundizaría las relaciones entre Alemania y Rusia, situación que Estados Unidos no está dispuesto a tolerar. Tras la invasión rusa a Ucrania, Alemania suspendió la certificación.

En tal sentido, hubo un hecho que pasó desapercibido antes del inicio del conflicto en Ucrania. El pasado mes de enero, un mes antes de la avanzada de Rusia sobre territorio ucraniano, hubo una curiosa cumbre energética entre Bruselas y Washington, donde se celebraron compromisos de cooperación energética para garantizar la “seguridad de suministro” hacia Europa, algo extraño con el gasoducto ruso-germano ya finalizado.

El 4 de junio del 2021 Jen Psaki, secretaria de prensa de la Casa Blanca, declaró sobre la reunión que sostuvo Biden con Jens Stoltenberg, el Secretario General de la OTAN, a días de una Cumbre de la alianza militar noratlántica en Bruselas. Allí la vocera norteamericana afirmó que se había acordado debatir sobre “muchos temas de la agenda de la OTAN, incluido el refuerzo de la seguridad transatlántica frente a los desafíos de Rusia y China”, agregando que “el presidente espera plantear una serie de cuestiones, incluida Ucrania y lo que hemos visto como un comportamiento agresivo en la frontera por parte de los rusos”.

Para muestra hace falta un botón. Que Rusia avanzara sobre Ucrania no sorprendió a nadie, aunque nadie en “occidente” pudo preveer que lo iba a realizar con este nivel de contundencia en el plano técnico-militar (u operacional). Algunos de los elementos mencionados revisten una enorme importancia para analizar la situación general que atraviesa el mundo, para evitar que el “árbol”, es decir, el duro conflicto en Ucrania, no nos tape el “bosque”.

De águilas y dragones, el mundo no es un “Juego de Tronos”

La economía mundial está cambiando profundamente y toda la disputa está circunscripta al llamado G2 por ver quién la desarrolla, conduce y controla. La diferencia es que la Alianza China-Huawei está en franco ascenso y con un objetivo claro, donde las contradicciones internas están en segundo orden, imperando la sabiduría oriental. Del lado de la Alianza EEUU-Amazon, el objetivo está en disputa permanente, con internas que a veces parecen estar en primer orden. De hecho, ya aparecen las primeras “advertencias” de que Trump pueda volver a conducir los destinos institucionales del país del norte.

Para pensar el hoy, se podría pensar en un paralelismo con otro momento histórico de reconfiguración sistémica, y acercarnos a 1914 y la primera guerra mundial, cuando dos bloques de poder se enfrentaron por el reparto del mundo: una Inglaterra que había dominado la escena del capitalismo del siglo XIX, y las potencias emergentes con Alemania a la cabeza, y los Estados Unidos agazapado para dirimir sus tensiones con el Japón por el control del pacifico.

Más allá del ordenamiento bajo los pabellones nacionales, hoy más complejo de esquematizar por el despliegue de un capitalismo transnacionalizado, en la actualidad, al igual que en 1914, acontece una nueva fase económica (un nuevo momento en el régimen de acumulación) que amerita un nuevo reparto del mundo. Así, ciertas fracciones de capital utilizan los bloques geopolíticos para dirimir sus diferencias. Diferencias infranqueables porque se introdujo a la competencia un nuevo método de desarrollo de la producción, una técnica y organización de la misma que no tiene parangón y que ya transformó al viejo capitalismo.

Las aristocracias financieras y tecnológicas disputan la energía y los materiales necesarios para mantener su lógica de concentración y centralización, con un nuevo reparto del territorio y la riqueza socialmente producida en ellos, donde lo que se reparte supera ya lo geográfico tradicional y enmarca también una feroz disputa por el territorio virtual y espacial. Ucrania, como “teatro de operaciones”, tiene contenida toda esas dimensiones, incluso por ser el gran proveedor mundial de neón, un preciado gas que en cantidades suficientemente refinadas se usa para crear los láseres que graban los patrones de los semiconductores.

En otras palabras, así como la joven “fiera” alemana, a principios del siglo XX, reclamó su lugar en la mesa económica del mundo, hoy el feroz “dragón” chino se sienta a reclamar la parte que le corresponde, y tensiona al “águila calva”, esa que quiere conservar su viejo lugar en la cabecera de la mesa.

La pregunta geopolítica central de este tiempo es si el águila podrá apagar tanto fuego de dragón, sabiendo que el mundo no es la ficción de un “Juego de Tronos”, sino un único planeta habitado por 7.000 millones de seres humanos que pujan por vivir en el “reino de libertad”, y que exigen márgenes crecientes de justicia, equidad y dignidad.