La libertad avanza y la tradición de la derecha argentina

Estamos ante una etapa de definiciones políticas en el interior de la base social de la fuerza que ocupó el centro de la escena política con posterioridad al fracaso -o por lo menos en la grave insuficiencia- de la última etapa de la experiencia kirchnerista.

24 de noviembre, 2024 | 00.05

La derecha argentina nunca pudo construir y sostener en el tiempo una cultura fascista con fuerte arraigo popular. Conviene recordar que varias de las experiencias golpistas exhibieron en su impulso inicial el designio de construir una fuerza con arraigo de masas. Lonardi proclamó “ni vencedores ni vencidos”, Onganía predicó después de derrocar a Illia en 1966 la imagen de los “tiempos” (tiempo económico, social y político) para desembocar en una “verdadera democracia” pero el huracán del Cordobazo hizo volar por los aires sus sueños refundacionales. En su reemplazo, Lanusse predicó un “gran acuerdo nacional”; cuando Perón organizó su regreso, ese sueño se sumó a la saga de los papelones autoritarios. Después de la catástrofe del “proceso” iniciado en 1976 desencadenada por el desembarco en Malvinas, una vez más quedó sellado el fracaso de lo que hasta hoy fue el último intento de reanudar el impulso hacia una “nueva Argentina” sin peronismo, sin partidos políticos independientes sometido al control autoritario de las fuerzas armadas y la marginación del peronismo por vías violentas y persecutorias. Desde entonces hasta hoy las ínfulas de “regeneración” autoritaria del país entraron en un cono de sombras: las fallidas intentonas carapintadas no tuvieron otro respaldo que algunos cuadros militares muy marginales. 

El sueño de la derecha filo-fascista retorna hoy de un modo transformado: grupos de militantes de “La libertad avanza” produjeron en estos días un acto para promover -una vez más- la construcción de una “nueva Argentina”. Como a través de la historia, su repertorio está atravesado de una “anti utopía” de revancha antiperonista, antifeminista y contraria a cualquier proyecto igualitario y de justicia social. Por ahora, el relieve de este nuevo intento es bastante pobre y no puede considerarse una amenaza seria a la continuidad democrática en nuestro país. Pero hay que reconocer que el momento elegido para este nuevo lanzamiento proto fascista es muy significativo y convendría que no fuera subestimado por las fuerzas de la democracia. Como siempre se registró en nuestra historia y en la de muchos países del mundo, la amenaza autoritaria se hace fuerte en medio de dolores y privaciones que las limitaciones de la democracia facilitan. Y la Argentina de hoy es el país “postpandemia”, el país que cerró provisoriamente una fe popular muy potente desencadenada después de la crisis de 2001, que desembocó en una nueva frustración a partir del debilitamiento del peronismo con la experiencia presidencial de Alberto Fernández y el agotamiento del impulso propio del ascenso de Néstor y Cristina Kirchner que sobrevino entonces. 

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A esta ligera aproximación al clima de época que estamos viviendo convendría agregar -en un lugar central- el agravamiento de las condiciones económicas y sociales de sectores ampliamente mayoritarios de nuestra población. Ese es el contexto de la aparición de un nuevo proyecto con aspiraciones refundacionales entre nosotros, el que expresa Milei. Un proyecto que, en pocos meses -previos a las últimas elecciones- pasó de una condición marginal en la vida política argentina al lugar de una promesa que hicieron suya amplios sectores de nuestro pueblo. De esto se desprende que esta nueva aventura refundacional tiene un sello histórico del que carecieron las experiencias antes comentadas: no nació de un sector tradicional en las anteriores ocasiones, las fuerzas armadas, no prosperó inicialmente en los sectores privilegiados -históricos protagonistas de las asonadas antidemocráticas de nuestra historia. Por el contrario, su fuerza social y política principal proviene de sectores juveniles populares insatisfechos con nuestra democracia “realmente existente”. La novedad consiste, entonces, en una identidad colectiva asociada históricamente en su origen a las grandes sublevaciones populares de nuestra historia. El rostro social de sus protagonistas se parece más al de los protagonistas del Cordobazo o de la sublevación de fines de 2001 que a los “carapintadas” de la época de Alfonsín. 

En cierto sentido, estamos ante una etapa de definiciones políticas en el interior de la base social de la fuerza que ocupó el centro de la escena política con posterioridad al fracaso -o por lo menos en la grave insuficiencia- de la última etapa de la experiencia kirchnerista. No es una rareza, entonces, que las nuevas circunstancias muestren a un peronismo relativamente “hibernado” y a una derecha “tradicional” que congenia casi naturalmente con el “revolucionarismo de ultraderecha” de Milei. Tampoco debería sorprender que la derecha orgánica y relativamente consolidada no encuentre su lugar en esta crisis: intuye que hay una oportunidad histórica abierta, pero tiene que lidiar con una nueva fuerza de naturaleza política conservadora, pero audaz y hasta revolucionaria en su conducta práctica. 

Este panorama -esquemáticamente presentado- tiene una incógnita central: el futuro del peronismo. La historia del movimiento creado por Perón tiene enormes diferencias -en sus orígenes sociales, en sus banderas históricas y en lo fundamental de su experiencia práctica- con el “libertarianismo” que encabeza Milei. Pero tiene también algunos puntos en común: los dos nacieron como vástagos de una “masa sin representación en el pasado”, los dos tienen un atractivo especial en el interior de contingentes juveniles sin experiencia política previa (o casi) los dos reconocen la importancia de la organización política. El peronismo parece hoy encarar un proceso de reorganización política; la presencia de Cristina Kirchner en el interior de esta reorganización habilita a imaginar algo más que un movimiento formal y pasajero; podría dar lugar a un verdadero proceso de reorganización interna, así como de actualización programática y política. Es muy probable que, para ser exitoso, el proceso debería reunir dos facetas: la valoración plena del proceso político peronista abierto en 2003 con Néstor y Cristina y la actualización táctica y estratégica del partido-movimiento a la nueva realidad. Por ahora, cuesta trabajo creer en esa posibilidad en el contexto de una dura interna cuyo contenido histórico, programático y práctico cuesta trabajo interpretar. Para lograrlo habría que limpiar ese proceso de rencores y espíritus de revancha que siempre son caminos seguros para la derrota. 

Es probable que en los próximos meses asistamos a un proceso político que puede ser muy gravitante en el futuro político argentino.