Hay distintas maneras de conocer los acontecimientos que nos rodean. Todas ellas están mediadas. Si hablamos de economía la mediación disminuye en el siguiente orden: consumir lo que dice la prensa, leer informes de consultoras especializadas o analizar los agregados económicos por nosotros mismos, lo que puede completarse, en algunos pocos casos, con el diálogo directo con los actores. Los tres caminos demandan distinta cantidad de tiempo, de entrenamiento y de acceso a las fuentes, por eso el clima social general está marcado por la primera vía, que es la más rápida y elemental: lo que transmiten los medios de comunicación.
Los medios no crean la realidad, pero si tienen la gran capacidad de crear climas. A fines de 2017, por ejemplo, la población general no percibía que se estaba en los albores de una crisis económica de proporciones. En mayo de 2022, en cambio, muchos creen que la crisis está entre nosotros. Ello es así porque la puja distributiva también se expresa a través de la disputa por la conducción de la opinión pública. Los accionistas de los medios se benefician o perjudican de acuerdo al modelo que gobierne. En el capitalismo la disputa por el sentido y las ideas también es una pelea por dinero.
Esta es la razón por la que en un momento en que la actividad económica experimenta una fuerte recuperación y, en muchos sectores, supera los niveles de comienzos de 2018, los medios consiguen transmitir a la población una sensación de zozobra generalizada. A pesar de la pandemia macrista, a pesar de la pandemia del Covid-19 y a pesar del acuerdo con el FMI, la economía local recupera niveles de actividad anteriores a estas grandes crisis y al mismo tiempo comienza a ser evidente el inicio de una transformación de largo plazo en la estructura productiva.
En concreto: la economía que viene en los próximos lustros ya no estará concentrada y conducida por el sector agroexportador, sino que también tendrá dos nuevos fuertes polos generadores de divisas con gran efecto multiplicador sobre el agregado: los polos energético y minero. Y el mundo, es decir el capital transnacionalizado que conduce el día a día de la economía global, lo sabe.
Aunque el debate cotidiano este inmerso en la pequeñez de las internas, la verdadera disputa económica de fondo del presente es por la apropiación de estos futuros excedentes. Nótese además que estas capacidades potenciales de la economía local se alinean con las transformaciones geopolíticas. El mundo que viene necesitará con avidez los recursos que la economía local está en condiciones de proveer. La transición energética, indispensable para evitar el colapso climático planetario, demandará ingentes cantidades de hidrocarburos, especialmente gas, y minerales, como el cobre y el litio.
La actual administración, a pesar de las limitaciones que enfrenta, trabaja en esta dirección. El nuevo régimen de acceso a las divisas para el sector petrolero representa un paso fundamental para estimular el flujo inversor hacia el sector. Seguramente también deberá trabajarse en un régimen similar para el sector minero. Pero en el mediano plazo, el sector hidrocarburífero es el que más rápido puede crecer y aportar las siempre indispensables divisas. Más allá de las demoras evitables, la construcción de la infraestructura básica que permitirá este proceso, los oleoductos, está en marcha. Este desarrollo tendrá la capacidad no sólo de aportar dólares sino que también abaratará los costos internos de la energía mejorando la competitividad de toda la industria transformadora y reduciendo la necesidad de subsidios. A ello se agrega que la economía global, por los sucesos conocidos, se encuentra en los inicios de un nuevo ciclo alcista de las commodities. Argentina tiene nuevamente la oportunidad histórica de subirse al tren del desarrollo. No será lo mismo que estos futuros excedentes sean administrados por un gobierno nacional popular que por uno neoliberal. Esto es lo que está verdaderamente en juego.
Pero el sol del desarrollo no brillará tan fácil. El futuro promisorio depende de un presente muy frágil. Se dijo que los medios no crean la realidad, pero si los climas sociales. Esta creación es imposible en el vacío, necesita elementos concretos de los cuales tomarse y a los cuales exacerbar. El descontento del presente no responde a causas insondables ni es producto de la mera manipulación informativa, sino que deriva del hecho cierto de que, a pesar de la recuperación del crecimiento económico, la pérdida de ingresos de los trabajadores producida durante la noche macrista no logra recuperarse, especialmente en los sectores más informales. Lo que la mayoría de los votantes del Frente de Todos esperaba era que el nuevo gobierno soluciones esta pérdida. La actual administración tuvo real mala suerte, debió lidiar con la pandemia del Covid-19, ayudó a las empresas a pagar salarios y aportó ingresos de emergencia. También inyectó recursos por abajo, pero a pesar de la fuerte recuperación del empleo, no logró todavía que mejore la posición de los trabajadores en la lucha de clases.
El descontento social es producto de esta realidad palpable a la que, para colmo, desde febrero último se le sumó la aceleración de la inflación importada inducida por la guerra. El grave problema es que los tiempos para las transformaciones fuertes en la recomposición de ingresos se acortan. Finalmente es también este descontento el que profundiza las disputas intestinas y el sálvese quien pueda, un internismo que hoy resta bastante más que las limitaciones de gestión en algunas áreas. El verdadero desafío del Frente de Todos es volver a mirar el medio vaso lleno, no dejar que los medios del adversario lo convenzan del medio vaso vacío y asumir que ninguna de las facciones en pugna podrá mantenerse al margen de la responsabilidad de una potencial derrota en 2023. Una vez más lo que está enfrente es el espanto y algo aun peor, la posibilidad cierta de perder el último tren al desarrollo.