“A la mujer cuando es buena no hay plata con qué pagarle, pero cuando sale mala, no hay palo con qué pegarle”, arranca una famosa copla alguna vez entonada por Alfredo Zitarrosa. La idea de la “buena mujer” tiene su origen en los grandes relatos que dieron sentido a la cultura occidental, desde la Biblia hebrea y el Testamento cristiano, hasta los más importantes escritos de la arqueología, el arte, y la filosofía, que establecieron que la mujer es un sujeto inferior y dependiente del hombre. Dicho rótulo se mantendrá entonces mientras no abandone el rol que le fue asignado desde su creación, respete y sostenga una situación sociocultural de opresión, y defina su existencia a través de ciertos estereotipos de feminidad ligados a la sumisión, el servicio y la maternidad, garantes del patriarcado.
La mujer como el mal: una construcción desde el pensamiento judeocristiano
Pero es al mismo tiempo en el pensamiento judeocristiano donde aparece una clara referencia a la mujer como encarnación del mal. “Adán fue inducido al pecado por Eva, y no Eva por Adán. Aquel a quien la mujer ha inducido al pecado, justo es que sea recibido por ella como soberano”, o “Mujer, eres la puerta del diablo”, son algunas de las expresiones más naturalizadas. La construcción de mecanismos de control sobre el cuerpo y la subjetividad de las mujeres, que aún se mantiene vigente, data del inicio de las instituciones religiosas con el objetivo de reglamentar el contrato sexual y la reproducción. No sorprende entonces la similitud de los escritos de San Ambrosio (340-397) y Tertuliano ( 160- 220) con algunos titulares de los diarios más leídos de Argentina, o incluso fallos judiciales que en pleno SXXI justifican la violencia de género y los abusos porque la víctima tenía la pollerita muy corta o había decidido asistir a una fiesta sola.
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Un claro ejemplo de ello es la creación estratégica del mito de Adán y Eva que ubica en roles opuestos a Eva y a Lilith, quien fuera la primera mujer de Adán, también creada a imagen y semejanza del hombre según la Génesis I-27. Esta última se reveló a las exigencias sexuales de Adán y se atrevió a reclamar cierta igualdad. En esa circunstancia Adán acude al Padre y Dios intercede: "El deseo de la mujer es para su marido. Vuelve con él". Tras negarse a someterse a él, Dios la condenó a abandonar el paraíso para refugiarse en la oscuridad, transformándola en un demonio. Lilith fue convertida en una enemiga de la maternidad, el matrimonio, el amor por les hijes e instigadora del deseo proscrito. En el marco del imaginario patriarcal podemos ser las más buenas o las más malas. La salvación al pecado y la trasgresión es la maternidad ejercida dentro de ciertos parámetros aceptables: la madre que cuida y nutre, la esposa que obedece al marido, la que mujer mantiene unida a la familia.
¿Qué pasa con las mujeres ocupando espacios?
Este imaginario “mujer buena” o “mujer mala” sigue vigente hasta el día de hoy en casi todas las instituciones y normativas sociales, y ambos rasgos han servido como dispositivos de control social para marcar comportamientos que no son aceptables. Con la incorporación de la mujer a la vida pública y la conquista de derechos sociales, la cultura fue incorporando y mostrando otras facetas no vinculadas exclusivamente con la reproducción y la familia, pero que han propiciado la subordinación o demarcación de las mujeres por malas o por buenas. El punto conflictivo es el corrimiento de las fronteras de género establecidas y el juicio al acercamiento a rasgos o elementos que han sido históricamente adjudicados por antonomasia al hombre, como el poder, el dinero, la ambición, el sexo, la libertad, etc.
Además de los obstáculos sociales, económicos y culturales que muchas veces alejan a las mujeres de la participación política o la posibilidad de acceder a un cargo, una vez que llegan a ocupar un rol jerárquico son blanco de crítica, discriminación y estigmatización. El objetivo final es siempre quitarles credibilidad y desvincularlas de valores estratégicos como el empleo de la fuerza, la persuasión, o la seducción para conseguir una medida que favorezca sus intereses. Si una mujer emplea su capacidad intelectual o desarrolla una estrategia magistral, como fue el caso de Cristina Fernández de Kirchner como Presidenta pero sobre todo como líder de la oposición durante el mandato de Mauricio Macri, se la cataloga como “mala”, “loca por el poder”, “psiquiátrica”, simplemente por correrse del lugar de la empatía y la bondad. ¿Acaso una mujer no puede llevar adelante una estrategia solamente para “ganar”? ¿Por qué es legítimo el deseo de poder en un hombre y no en una mujer?
En general ante cualquier mínima muestra de ambición de una mujer surgen dos respuestas posibles altamente limitantes del análisis: el juicio moral o la referencia a la masculinización. Lo que se lee entre líneas es que una mujer para conseguir cierto objetivo tiene que caer en la imitación de comportamientos de lo hombres, renunciando a las propias características genuinas de bondad y el ser para otres. Cualquier similitud con la historia de Lilith, la pecadora, es pura coincidencia. Ángela Merkel, es un claro ejemplo contemporáneo. A la canciller alemana se le han adjudicado desde actitudes “masculinas” hasta el uso de un estilo de vestimenta por sus colores discretos y un corte prudente, motivados, según algunos analistas políticos, por la necesidad de ser “tomada en serio”. En una entrevista que le preguntaron sobre sus prendas contestó: "No supone ningún problema que un hombre se ponga el mismo traje azul oscuro cien días seguidos, pero si yo llevo la misma americana cuatro días en dos semanas, los comentarios empiezan a multiplicarse".
Desde su nacimiento las mujeres son inducidas a asumir casi de forma vocacional una resignación a la libertad, a los proyectos personales, a la autonomía. La idea pre formateada del instinto moldea la esencia purista de la maternidad como única opción desde las expectativas sociales. Esto no solo resulta un método opresivo por la restricción en sí misma, sino que luego se pone el acento en la culpabilización de quienes decidan correrse de esos lugares. ¿Por qué las madres nos parecen esencialmente “más buenas” que las mujeres que deciden no serlo? ¿Porqué en el imaginario una mujer con ambición necesariamente se codea con la maldad? Y en todo caso :¿Quién dijo que las mujeres no pueden ser “malas” o egoístas como los hombres? El feminismo no proclama la bondad intrínseca de las mujeres, ni exige igualdad de derechos con ese mismo razonamiento. Por el contrario, el feminismo busca quebrar preconceptos restrictivos de las posibilidades de una persona al plantear que las mujeres pueden pensar y decir con libertad sin condicionantes. Claro que este mismo criterio es atribuible a identidades feminizadas, no binarias, gays, personas trans, o travestis,etc.
Las mujeres no solamente tienen el mismo derecho que los hombres a ser “malas”, a hacer política o ocupar un cargo de poder. Además tienen derecho a cometer errores, a proclamar las ideas o políticas que sostengan, tanto como cualquier hombre. Dicho sea de paso: que existan mujeres violentas o con ideas retrógradas no justifica el machismo. Sin embargo, y este es el punto central, también el feminismo abre una puerta estratégica de debate para que podamos preguntarnos juntes si esas formas que ya conocemos son las correctas, si esas maneras “masculinizadas” de usar la fuerza y la política son las adecuadas para este momento histórico, ya no desde una mirada moralizante sino plenamente política. El planteo de “feminizar” las estrategias, las formas, los vínculos o las políticas públicas no nace del esencialismo de pensar a las mujeres como embanderadas del cuidado, el amor y la empatía social, sino de pensar que a largo plazo la única estrategia posible es el cuidado y la igualdad.