La desestabilización que viene del Norte

Esta semana parece haberse iniciado la fase II del operativo conjunto del poder mediático y el judicial para proscribir a CFK y garantizar la victoria de la oposición en 2023. Los llamados a una coalición "de los buenos".

20 de agosto, 2022 | 19.15

El aparato mediático y Comodoro Py vienen llevando a cabo el operativo conjunto de preparación de la condena de Cristina Kirchner. La acción encabeza las prioridades del establishment local y de su conducción imperial: podría llamarse “2023 fase I”. Es la etapa que debe culminar -en la perspectiva de sus impulsores y protagonistas- en la proscripción de la principal dirigente política del país. Y ya se dibuja en el horizonte la fase II, cuyo nombre podría ser “el armado del partido de los buenos”, es decir la política de alianzas interpartidarias amplia y sin proscripciones salvo, claro está, la del kirchnerismo.

En este caso no hubo voceros del establishment de Estados Unidos con documentos de identidad locales: lo proclamó, directamente, el embajador de ese país en la Argentina. Habló, expresamente, a favor de la propuesta de Rodríguez Larreta de unir en una sola coalición a la derecha que se asume como tal y al “peronismo democrático” que es, claro, el de los que son amigos de la embajada en el país a cargo, justamente del orador en el consejo de las américas, el embajador de Estados Unidos Stanley

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No hay ninguna señal cifrada del intervencionismo de Estados Unidos, como siempre se reveló después de los operativos desestabilizadores: está claro y a la vista. Sorpresa, todo esto no puede provocar ninguna. Todo esto se conoce, se sabe, se comenta en cualquier sede ocasional de una conversación política más o menos bien informada. Pero justamente es la visibilidad obscena de la intervención de los poderes fácticos locales y la embajada norteamericana lo que constituye una novedad política muy interesante.

Debería darse por terminada la era política argentina en la que la complicidad del poder judicial, el poder económico local -con los oligopolios mediáticos al frente- se consideraba una fantasía política del populismo. Lo que antes se definía como “fantasía” hoy es un simple dato público de la realidad, accesible para cualquiera. Los tribunales no persiguen a los políticos. La embajada norteamericana no desconfía del “peronismo”. De lo que se trata es de un “operativo limpieza” del sistema de partidos, que produzca el resultado que la “pax” pronorteamericana que el país el país demanda. La limpieza apunta a desbrozar el sistema político argentina para una etapa (se espera que larga) en la que no crezca en su interior, otra vez, la amenaza del antagonismo con el “enemigo populista”.

Videla lo dijo claramente en marzo de 1976: los únicos enemigos del “proceso” eran los subversivos y los corruptos. Claro que no serían los tribunales quienes se harían cargo entonces de la punición de los expulsados del sistema: sería la barbarie estatal-terrorista la que haría cumplir el designio. Un designio -hay que recordar- que también la embajada de Estados Unidos de entonces contribuyó a elaborar.

Impacta el desplazamiento de la estrategia: hoy no necesita del silencio conspirativo, ni se limita a rumores que rápidamente se esparcen en la población: hoy se publica en los medios antiguos y nuevos, lo proclaman periodistas “equidistantes”. Quien no sabe todo esto es simple y exclusivamente porque no se interesa en saberlo. Del golpismo discreto y pudoroso tanto como sangriento del siglo XX hemos pasado a la conspiración abierta y a la luz del día. ¿Cómo y por qué se produjo esta metamorfosis del golpismo argentino?

Ante todo, convendría situar en el tiempo su historia. Su acta de nacimiento tuvo lugar algún día del otoño de 2008. Fue poco después de que Cristina fuera electa presidenta y los primeros pasos de la criatura fueron dados durante el conflicto suscitado por la resolución 125 sobre las retenciones móviles a los principales productos agrarios. Y lo que caracterizó esa génesis fue una confluencia multisectorial que, a diferencia por ejemplo de aquella que precediera y decidiera el golpe militar de 1976 (la tristemente recordada “asamblea” de los grandes grupos económicos de entonces) esta vez se abría paso en el interior de los partidos políticos.

Hubo partidos de derecha pro-motín agrario, radicales igualmente amigos de los sublevados y hasta peronistas que simpatizaron con él. Nacía la primera fuerza de derecha con representación social y potencial electoral. Claro que su lanzamiento al ruedo necesitaría un tiempo. Tiempo de desgaste del gobierno kirchnerista de entonces y, sobre todo, tiempo de selección de un liderazgo electoralmente competitivo: tras la convención de Gualeguaychú que llevó al radicalismo -por primera vez desde su nacimiento- a una alianza explícita con la derecha conservadora con el apellido Macri en su acta de nacimiento.

De algún modo, el operativo se orienta en el modelo de la ciencia política “oficial”. En esa sede se coloca a la “alternancia” como el resultado virtuoso de un sistema político “maduro”. En ese sistema conviven partidos políticos (dos o tres son números más o menos adecuados). Pero no son solamente partidos capaces de “alternar”: son capaces también de ordenar y limitar políticas “de estado” que se sigan con independencia de los resultados electorales.

En la historia reciente (hasta diciembre de 2001) tuvimos ocasión de contemplar el paisaje de la “alternancia” y de las “políticas de estado”: fue la sucesión de dos períodos “justicialistas” con Menem en la presidencia y medio período radical con el prematuramente fracasado De la Rúa a su frente. Después vino la crisis, envuelta en una masiva -y duramente reprimida- movilización social popular. Y después del orden alcanzado durante la gestión de Duhalde (un orden que lamentablemente incluyó la criminal represión policial que segó las vidas de los jóvenes Kostecki y Santillán) vino el tiempo de los Kirchner

Hasta el mencionado otoño de 2008 el encono irreductible contra el kirchnerismo se centraba en las voces públicas tradicionales: la Sociedad Rural, el diario La Nación y las voces características del conservadurismo argentino. La rebelión de un sector del agro abrió paso a otra escena, que, contaba ahora con los “fierros” del Grupo Clarín que ya había roto su alianza con el gobierno, no bien tuvo claro que sus “reivindicaciones” no serían plenamente satisfechas por el gobierno de Cristina. Son esas “reivindicaciones” -plenamente satisfechas durante el gobierno de Macri- son las que construyeron el actual mapa de medios, con una colosal acumulación de recursos que encabeza claramente el grupo Clarín y tiene en “La Nación +” su “socio-competidor” más empinado. 

Tenemos entonces -desde 2015- una disputa político-electoral estructurada alrededor de dos polos políticos cuyos anclajes partidarios giran en torno de la derecha conservadora (a la cual terminó de anclarse la UCR) y la fuerza popular o “populista” en la que sobresale política y electoralmente el peronismo kirchnerista. Este recorrido ligero por la historia está en el nudo que explica los movimientos actuales del establishment. Su libreto se reconoce estrictamente en la opinión que hace pocos meses emitiera la “cristalina” directora del FMI: el plan acordado con el gobierno, dijo más o menos la funcionaria, no solucionará los problemas de fondo. El programa “verdadero” del Fondo no se puede aplicar por la presencia en el gobierno de un sector peronista “radicalizado”. El corolario está claro: hay que esperar la elección de 2023.

El nuevo telón de fondo sobre el que se recorta el nuevo golpismo en la Argentina es el drama geopolítico que se desarrolla en el mundo. Muy livianamente lo recordó el embajador Stanley cuando habló del gas, el litio y los alimentos para marcar el lugar de la Argentina en la estrategia global de Estados Unidos. El imperio enfrenta hoy una compleja realidad global. La furiosa presión que ejerce para darle continuidad al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania no es otra cosa que la puesta en escena de la fuerza militar para compensar en el plano global el manifiesto retroceso del peso específico norteamericano en la escena global.

Estados Unidos necesita a la Argentina como aliado (más preciso sería decir como rehén) en su puja contra China por el liderazgo global. Fuera de una Europa cada vez menos comprometida en el respaldo a la coalición “atlántica” (anglo- norteamericana, para ser más precisos), América Latina es considerada una región geopolítica clave para lo que en Norteamérica se considera la inevitable hipótesis de una dura lucha por el dominio mundial. Solamente desde una mirada mundial puede entenderse en plenitud el actual drama argentino.