El 25 de junio del año 2012 a las tres de la tarde, la ciudad de La Paz llevaba su vida entre embotellamiento de minibuses, taxis que te llevan si quieren, mercados y voceadores de todo tipo en ese invierno eterno, con el cielo como un vidrio azul y el aire helado y fino. Y el país a punto de estallar por los aires.
O sea, en la muy remilgada La Paz, todo estaba como siempre.
Claro que nada de esto se notaba en el interior del Congreso, donde los diputados y senadores morían de sueño, cabeceando mientras comían a las volandas un arroz con pollo, frio de esperar en las bandejas mientras se votaba el articulo mas peleado de la ley de justicia indigenaoriginariacampesina, (así, todo junto), que se discutió “por tiempo y materia”, o sea, hasta acabar.
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Llevaban cuarenta y seis horas de debate. Lo que no hubiera sido tan grave si no fuera porque era el tercer año en ese ritmo esquizofrénico, y faltarían aun cuatro años más sesionando todos los días, sin parar nunca, ni en vísperas de fiestas.
Eran las leyes fundamentales y necesarias para poner en marcha la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia.
Fue una guerra larga donde el ahorro de aliento, el rigor de los y las congresistas y la organización estratégica de la comunicación, fue fundamental. Ya se había notado en el año y medio que le llevó a la asamblea constituyente redactar la nueva constitución, que la pelea sería desigual y complicada, ya que la nueva constitución boliviana tenía enemigos poderosos: los que vivían de los regalos de las petroleras que se robaban los recursos naturales, los que tenían tierras “adquiridas” bajo el sistema “esto es mío hasta allá”, los esclavistas de indígenas y campesinos, los negadores de todos los derechos en beneficio propio.
Y ya los habíamos visto en la muy Blanca y racista ciudad de Sucre, maltratando asambleístas al grito de “fuera indios de mierda”.
La batalla en el Congreso fue durísima, aún habiendo sido aprobada en referéndum por más del 60% de la población, aun teniendo el MAS dos tercios en ambas cámaras.
Con todo a favor y la mayoría de los medios en contra, eso tardó y así fue.
El pueblo boliviano le ganó (con organización, rigor, convicción y comunicación) a unos enemigos que disponían de dinero rápido y sin rendición de cuentas, en cantidades obscenas, para armar las más caras, absurdas, mentirosas y violentas operaciones jamás vistas: “ se vienen los comunistas”, “si tienes dos televisores te vas a quitar uno”, “van a mandar a tu hijos a Cuba aunque no quieras”, “los indios son unos resentidos que se quieren quedar con lo nuestro“, “ nos van a quitar la tierra”, consigna esta última defendida hasta por quien la plata de su sueldo de misera le alcanzaba apenas para alquilar un monoambiente.
Los grandes medios opositores (a la postre los golpistas del año 2019) fueron claves en esta tarea, en la que se vieron enfrentados y vencidos por una otra organización estratégica en la comunicación, que se dio al trabajo de esquivarlos y llegar a la gente, durante el año y medio de la Constituyente y los casi ocho años de legislar para la nueva constitución.
Y si, fue una guerra larga.
Acabo de leer que los y las constituyentes chilenos le entregaron al presidente Gabriel Boric, el texto de la nueva carta magna y solo pensé “¡ay, carajos, pobre hombre!”. Más allá de la alegría que me produjo y de la felicidad que sienten muchos chilenos por haberlo logrado, no pude evitar pensar en algunas cuestiones.
Sin duda los enemigos de esa constitución son los dueños, por ejemplo, del cobre y del agua, los dueños de las tierras y los bosques, reclamados originarios, los dueños de las deudas (y por lo tanto la vida) de los estudiantes y los dueños de los puertos. O sea, tiene enemigos con plata fácil y rápida para azuzar cuantas hordas quieran.
No pude evitar pensar que Gabriel Boric ganó con el 56% de los votos, en una elección donde votó apenas la mitad del electorado, en un país donde la votación no es obligatoria, salvo en este referéndum por la nueva constitución donde sí, votar es obligatorio.
Y esto plantea un serio problema; es evidente que a la mitad de los chilenos no les interesa votar y muy probablemente estén absolutamente desinteresados de la política, en un país que fue entrenado para la seguridad, mas que para la libertad y el cambio. Por lo que es muy posible que queden a merced de sus propios miedos, enfrentados sin armas contra las mentiras que los enemigos de la nueva constitución publiquen. Esta “información” será posiblemente absorbida en la pasiva forma de mirar televisión, y aun descuidadamente en la radio mientras se realizan otras tareas. Ambas formas repetidas durante todo el día a lo largo de dos meses. Y no es una exageración: los enemigos son poderosos y eficientes y Boric tiene para sí el 26% del pueblo chileno. Arrebañar lo que le falta es una prueba sin ninguna fantasía. Y quita el sueño. Poner ese documento a buen recaudo mientras intenta capear la andanada de peloteras tempranas y las corrientes internas dentro de sus instituciones, no es tarea sencilla. Y marcar la agenda, adelantándose para no estar todo el tiempo a la defensiva y por lo tanto perdiendo la discusión, es una esgrima para un equipo, no para una persona: nadie puede tanto.
Así que por eso pensé “ay, carajos. ¡Pobre hombre!”.
Para el pueblo de Chile, tengo sin reservas y hace años las ganas de que arriben al mejor de los horizontes.
Para el querido presidente Boric, mis ganas de decirle “ahorre aliento y organice la estrategia, que es una guerra larga”.