El problema de nuestro país en sus relaciones con el mundo no se modifica sustancialmente por el resultado electoral. Nada decisivo cambia. Argentina decidió mudar su status internacional en un sentido de mezcla entre intrascendencia y expectativas de ventajas por las “afinidades electivas” entre los presidentes de ambos países. Estas últimas no deben ser sobreestimadas puesto que Argentina no tiene argumentos consistentes para aspirar a un trato preferencial del nuevo gobierno.
Las expectativas de un trato “diferente” en la negociación del pago de la deuda externa argentina tienen poca consistencia. En efecto, el triunfo de Trump mejora la situación relativa del gobierno argentino en lo que hace a la renegociación, pero los límites de esa posibilidad son muy visibles. Nuestro país carece de una agenda flexible y un rumbo claro en su política internacional, como no sea su alineamiento automático con la primera potencia mundial sin que esa premisa adquiera un significado demasiado importante para Washington. Ante todo porque es un alineamiento automático y no expuesto a ninguna negociación diplomático: simplemente la administración argentina lo exhibe como un lugar natural, lo que excluye cualquier valor como prenda de negociación.
Merece atención, sin embargo, el hecho de que Milei viene haciendo un lógico y esperable esfuerzo en constituirse -y mostrarse- como un socio ideológico estable e incondicional, aunque este último aspecto no sea una ventaja cuando de lo que se trata es de una negociación. Claro que el “clima” (circunstancial y pasajero) es el de haber acertado con la apuesta -clara e indiscutible- de los libertarios en términos de identificación plena y absoluta con Estados Unidos.
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No puede negarse que el triunfo republicano acentúa un cierto “clima” entre nosotros: la sensación de estar “donde debemos estar”. En ese sentido será un activo a la hora de presentar la política del gobierno de Milei. Pero Argentina renunció a una extraordinaria oportunidad que circunstancialmente se ha clausurado: la de pertenecer a un reagrupamiento como los BRICS que hubiera dotado a nuestro país de posibilidades de maniobra en el mundo.
De todos modos, la agenda se mantiene abierta. Porque en última instancia la creación de condiciones sólidas para una política exterior independiente no está clausurada ni es fácil que lo sean en un futuro relativamente visible. La personalidad del presidente nuevamente electo de los Estados Unidos y su visión del mundo distan de tener el signo de la continuidad de una política mundial y son, ante todo, un intento por demostrar la amplitud de posibilidades geopolíticas de Estados Unidos.
Argentina luce hoy como uno de los países con cierto lugar en el mundo en el que la “onda libertaria” (ultraderechista) ha alcanzado un grado de implantación electoral e ideológica. Esa podría ser hoy el principal punto de reflexión: cómo sacar al país de una trampa estratégica e histórica dentro de la cual no tenemos ningún destino.