Los gobiernos del PT combinaron elementos del desarrollismo y el neoliberalismo en una construcción contradictoria, fueron una gran coalición política de trabajadores y capitalistas “win-win”, que permitió ampliar el salario real y reducir la pobreza y la desigualdad manteniendo las ganancias de los capitales productivos y financieros. La caída de la rentabilidad después de la crisis de 2008 rompió la coalición de clases construida durante la administración de Lula.
El gobierno de Dilma Rousseff adoptó una serie de estímulos fiscales para la acumulación de capital privado con magro crecimiento económico. Después de su reelección, el gobierno implementó un programa de “austeridad” típico con tasas de crecimiento negativas y más crisis económica. Sin apoyo político, Rousseff fue destituida del poder “desde dentro” de la coalición.
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Antes del golpe parlamentario, el gobierno de Rousseff recurrió a políticas neoliberales para intentar superar la caída del crecimiento asociada con la caída de las tasas de ganancia en el capital brasileño.
Rousseff buscó un acercamiento a los sectores de la burguesía local más concentrada y la financiera, contrario a lo que prometió en campaña contra el neoliberal Aécio Neves.
Las primeras medidas fiscales, anunciadas en enero de 2015, restringieron el acceso de los trabajadores al seguro de desempleo y restringieron los beneficios de la seguridad social. Hubo una reducción del gasto fiscal; la inversión del gobierno federal cayó un 32% en el año 2015.
El gobierno de Dilma capituló ante la visión de las grandes empresas brasileñas, consagrada en su boletín de julio de 2016 (IIDR un think tank vinculado a la gran industria brasileña, “Sin ganancias, sin inversiones” (IEDI, 2016). Realizó un gobierno sin duda y absolutamente “pragmático”, según la nominación de la gramática del poder.
Respecto al gobierno de Dilma, señalaba Gilberto Maringoni, profesor de la Universidad de San Pablo: “El ajuste dejó de ser una opción para el gobierno. Es su propia razón de ser. Si el ajuste termina, el gobierno cae. La contracción, los recortes, el brutal superávit y toda la catilinaria del neoliberalismo heavy metal –que Dilma acusó a Aécio Neves de querer implantar– llegó para quedarse. No es Dilma quien nos gobierna. Es el ajuste”.
En este sentido, Rousseff también “volvió mejor”, digámoslo en clave local. No alcanzó.
El neoliberalismo puro y duro adoptado por la política económica aumentó el desempleo y redujo el salario real, pero esta capitulación tampoco salvó a Dilma del juicio político en el Congreso y de la institución de un gobierno derecha.
Este es el peligro que se avecina para esta nueva administración de Lula. No tendrá mayoría en el Congreso y enfrentará una feroz campaña mediática. Y todo indica que Bolsonaro constituyó una coalición de derecha basada en capas pequeñoburguesas religiosas y fanáticas perdurable.
Se agrega una clase media alta antagónica particularmente en grandes ciudades del sur; con Lula recostado en una clase trabajadora debilitada y el nordeste pobre, cuasi marginal. La recuperación económica del año pasado también reforzó el apoyo a la coalición de Jair Bolsonaro.
El desempleo cayó a su nivel más bajo en casi siete años (todavía está por encima de los niveles anteriores a 2008-2009). A partir del 1 de enero de 2023 el viejo Lula va a pilotear en medio de la tormenta. Horas de vuelo no le faltan, coraje, le sobra.