Brasil y una nueva oportunidad histórica

A días de las elecciones presidenciales, el líder del PT saca más de 10 puntos de ventaja al presidente, Jair Bolsonaro, según las últimas encuestas.

29 de septiembre, 2022 | 00.05

Este 2 de octubre se realizarán las elecciones presidenciales en la República Federal de Brasil, un hecho que podría aportar otro triunfo progresista en la región. La polarización, en una campaña que ha alcanzado altos índices de violencia, tras el asesinato de al menos tres adeptos del Partido de los Trabajadores (PT) a manos de bolsonaristas, crece de cara al domingo y promete un triunfo del ex presidente Lula, de la mano del PT. Con porcentajes que oscilan entre 45 y 47% de intención de voto, según Datafolha y el Instituto de Inteligencia en Pesquisa y Consultoría Estratégica (IPEC), respectivamente, el líder del PT saca más de 10 puntos de ventaja al presidente, Jair Bolsonaro, que gravita alrededor del 32%.

El escenario que se presenta como el más probable es el de una victoria lulista. La gran pregunta que circula en los medios es si el expresidente, que ofreció movilidad social ascendente a cerca de 35 millones de personas, logrará ganar en primera vuelta a un candidato como Bolsonaro, que como Presidente deja 20 millones de pobres y 700 mil muertos a causa del COVID, para lo que necesita más del 50 por ciento de los votos. 

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Lo cierto es que las políticas de ultraderecha implementadas desde el 2018 por el actual presidente, favorecieron a los sectores más concentrados de la economía y agravaron la desigualdad social, que ya era uno de los principales problemas para el gigante sudamericano.

Bolsonaro ha consolidado una fuerza política que reúne a los actores más conservadores de la escena nacional. Los sectores evangélicos, el movimiento pro-armas, junto a una fracción de las fuerzas militares, acompañan este esquema político, bajo las consignas de la familia tradicional y el cristianismo de derecha, en una épica que en palabras del mismo Bolsonaro “es una guerra del bien contra el mal”. Como es de esperarse, forman parte de esta alianza las expresiones políticas más derechistas de Brasil como lo son el Partido Republicano, el Partido Social Cristiano, el Partido Laborista y el Partido Liberal, al cual pertenece el actual presidente. 

Desde el PT, Luiz Inácio Lula a Silva busca expresar los anhelos políticos de los sectores populares brasileños, quienes tras el impacto de cinco años de bolsonarismo, recuerdan con nostalgia la bonanza producida por el ciclo de políticas progresistas, interrumpido por el impeachment contra Dilma Rousseff en 2015. 

En las anteriores elecciones presidenciales, Lula fue proscrito, debido a las sentencias de corrupción dictadas por el inefable juez Sergio Moro, que lo llevaron a la cárcel y que posteriormente fueron anuladas, rehabilitando sus derechos políticos. Moro, premiado en 2018 por Bolsonaro con el Ministerio de Seguridad y Justicia, salió eyectado de ese gobierno, en una disputa pública con el presidente por el control de la policía federal y los servicios de inteligencia. Bolsonaro le recriminó en ese entonces tener más inclinaciones por investigar quién mató a la concejala y militante social Marielle Franco que a quien lo apuñaló durante la campaña electoral.

La crisis política que atraviesa Brasil se ha profundizado desde que Bolsonaro asumió la presidencia, y desplegó un armamento mediático para instalar un discurso de odio, en lo que él llama la lucha contra la corrupción y el comunismo. Precursor regional en esta estrategia el bolsonarismo, acompañado de un potente ejército virtual ha insistido en instalar la misoginia, la homofobia y la violencia, como práctica que acompaña la política, al punto de tener que dar explicaciones a la justicia por la difusión de noticias falsas sobre distintos temas en los que intentó sentar posición como el Covid-19 y la agitación del descrédito al sistema electoral, el Supremo Tribunal Federal o el poder legislativo, en pos de ensalzar los gobiernos dictatoriales del pasado. 

Entre las principales políticas implementadas por su gobierno, pueden mencionarse la privatización de empresas como Electrobras, el intento de avanzar sobre Petrobras en el mismo sentido, sobre Agua y Saneamiento a nivel nacional y el Correo, además de la reducción del gasto público para la ayuda social, la flexibilización del acceso a armas para sus milicianos, la persecución a líderes políticos, el rechazo a la legalización del Aborto y la deforestación del Amazonas junto al desplazamiento de los pueblos que viven en él. Todas ellas marcan el rumbo que tomará Brasil si Bolsonaro logra alcanzar la reelección. 

Ante el escenario electoral, las tensiones políticas se han profundizado, y los sectores bolsonaristas han incrementado sus ataques contra líderes y adeptos a Lula. Durante el mes de julio, partidarios de Bolsonaro arrojaron un explosivo en un acto encabezado por Lula y asesinaron a un militante del PT, hecho que volvió a ocurrir durante este mes de septiembre, esta vez en el Mato Grosso y al que se le suma el asesinato a puñaladas de un hombre por ser “simpatizante de Lula” en el noreste del país este sábado.

Si las encuestas aciertan, el escenario sería favorable para el PT, que quedaría cerca de ganar en primera vuelta o alcanzaría la victoria en segunda, como sucedió en las anteriores elecciones en donde Lula (2003, 2007) y Dilma (2011) fueron elegidos para la presidencia.

Para esta contienda electoral, el PT ha ampliado su esquema de alianzas, nombrando al ex gobernador de Sao Paulo Geraldo Alckmin como su candidato a la vicepresidencia, un dirigente histórico del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), quien fue rival político, derrotado en varias contiendas electorales y que en 2021 se afilió Partido Socialista Brasileño (PSB) para sumarse a la fórmula como vice de Lula.

Sin embargo, no debe perderse de vista el escenario del rechazo a los resultados electorales por parte del bolsonarismo, ya ha venido adelantando como posibilidad, planteando dudas acerca del voto electrónico, lo que profundizará el conflicto y la tensión social. 

En cualquiera de los escenarios las tensiones geopolíticas no desaparecerán. Si bien no es posible establecer analogías de manera lineal, identificar continuidades permite observar el comportamiento de las fuerzas sociales en disputa a escala global y avizorar los programas políticos que ordenan cada territorio. 

Por un lado, Bolsonaro, al igual que Donald Trump, Marie le Pen, Boris Johnson, Gorgia Meloni entre otros, combinan la aplicación de medidas anti austeridad y proteccionistas, conjugadas con la valorización del orden y la seguridad, en nombre de Dios, la patria y la familia, recuperando la identidad nacional. Esta derecha populista, sigue un programa nacionalista xenófobo, a la vez que aplica medidas para ayudar a los pobres.

En contraposición, el progresismo se debate ante la contradictoria situación de ser quienes aplican políticas de austeridad y ajuste, bregando por los derechos multiculturales y oficiando, sin embargo, como garantes de las reformas necesarias para realizar la transición energética y la digitalización de la economía, que genera más desigualdad. Joe Biden, Emmanuel Macron, Alberto Fernández y Gabriel Boric encajan con su moderación en este tipo de alineamientos.

Precisamente en este sentido es que queda el interrogante acerca de lo que Lula representa en  términos geopolíticos.No sólo se trata de consumar victorias electorales, sino de generar las condiciones objetivas para gobernar pensando en las grandes mayorías y no condicionado por los sectores más avanzados de la economía. La tarea hacia adelante en caso de una victoria de Lula, será sin dudas, la de “usar la lapicera” y ejercer el poder que el pueblo le confiere.