¿Un camino minado al 2023?

11 de mayo, 2022 | 21.48

Pensar la política en clave de interna se ha vuelto un ejercicio agobiante y perturbador. No es exclusivo del Frente de Todos, somos espectadores también de las rencillas domésticas que atraviesan a la oposición que a pesar del blindaje de sus mecenas suelen dar pasos de comedia cotidianamente.

Está claro que, a más de la mitad del mandato, el Gobierno que hemos construido no cumple las expectativas sociales. Se pueden enumerar todos los escollos que se interpusieron entre el contrato electoral y la realidad concreta, no alcanza. No se pagan las cuentas con discursos descriptivos.

La ciudadanía asiste a un sinfín de correveidiles convertidos en titulares mientras sus posibilidades de subsistencia se ven cada día más acotadas. Algo no estamos haciendo bien.

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En este escenario hostil e incierto transitamos los militantes, las convicciones ideológicas, los axiomas que otrora fueron la guía, los posicionamientos personales, todas las variables de acción se encuentran hoy en contradicción entre el deber ser y el poder hacer.

La acción política está tan empantanada como el funcionamiento del Estado, el loteo resultante de la inexperiencia de una coalición se siente en cada área de gobierno, la incertidumbre y resignación reinan en los pasillos de cualquier ministerio, “no hay conducción” se escucha recurrentemente.

Hay un aroma a final de juego, las recetas que en otros tiempos fueron disruptivas y generaron entusiasmo hoy resultan una foto sepia y ajada que solo trae la nostalgia de tiempos mejores.

La acción política parece haberse concentrado, como la riqueza, en muy pocas manos. Las referencias ungidas desde la superestructura tienen escasa representatividad real y una suerte de devaluación permanente acecha los “núcleos duros” de cada sector. La militancia se ha reducido a un puñado de “orgas” y las jefaturas territoriales están cada vez más famélicas.

Cuando la dirigencia se encierra en las alturas indefectiblemente se produce el divorcio con la realidad popular. Ríos de palabras cada vez más hostiles alimentan la prensa antipolítica y perforan el techo sanitario que nos preserva de los monstruos. La apatía y el enojo se canalizan a través de personajes con dudosa salud mental y escaso desarrollo intelectual. La puteada no requiere demasiadas herramientas cognitivas, claro está.

Durante el último tiempo hemos naturalizado que la política debe estar en manos de académicos y científicos como contrapartida a la última experiencia del neoliberalismo en que la política quedó en manos de gerentes y contrabandistas. Rara actividad la nuestra en la que los políticos y políticas son la última variable a tener en cuenta.

La política aséptica de confrontación es un camuflaje para la genuflexión al poder real que es el poder que jamás está al servicio de las mayorías. La defensa de los intereses populares históricamente implicó confrontación, muchísimo más en los estertores del capitalismo financiero.

Hasta aquí un diagnóstico que puede ser ampliamente compartido. Pero de diagnósticos y buenas intenciones está empedrado el camino a la derrota. Es necesario patear el tablero de la queja que paraliza y encontrar la brújula que hemos perdido hace un tiempo.

Surgen interrogantes, entonces, que deberían encontrar respuesta más temprano que tarde.

¿Sirve este debate abierto en el seno del gobierno realmente? Los debates sobre políticas fundamentales no son leídos por la sociedad como productivos, sino simplemente como desconcierto y falta de rumbo. Y esto sin importar quién tenga razón.

¿El debate abierto tiene objetivos concretos más allá de dejar testimonio? La pirotecnia verbal que no cesa genera incertidumbre en el grueso de la militancia y dirigencia intermedia. No están claras las acciones que deberían realizarse, en medio del marasmo la consecuencia inmediata es la paralización de la actividad política que queda reducida a la observación de las disputas de cúpula. Esto aleja cada vez más a la realidad territorial de la mirada superestructural.

Mi padre solía decirme que un dirigente político debe ser la síntesis perfecta entre los libros y el barro. Con esa metáfora me alentaba a formarme profesionalmente sin abandonar la militancia territorial, fuente de realidad concreta inagotable. El barro se ha convertido en discurso con diversas interpretaciones según el exégeta de turno, pero en las patas de la dirigencia ya no hay rastros de él y se sabe que solo se deja huella sentando la pata en el barro…

Claramente es necesaria la movilización y participación de todos los actores para comenzar a reacomodar las fichas. No es tiempo de consignas ni iluminados ungidos en dirigentes. Hay un solo liderazgo claro y quienes nos sentimos identificados ideológicamente necesitamos herramientas concretas de construcción de alternativas que vuelvan a enamorar a un pueblo decepcionado que difícilmente vuelva a elegirnos si se mantiene el estado de cosas.

El Movimiento Nacional y Popular está en crisis y es mucho más que una organización. Es tiempo de contener y conducir el conjunto. El reloj comenzó a correr y los monstruos llevan ventaja. Esto último es nuestra exclusiva responsabilidad.

O inventamos o erramos.