Hay dos diagnósticos que en los últimos años se repiten con insistencia acerca de la situación política en la Argentina. El primero de ellos tiene que ver con una incipiente crisis de representación política que -siempre se aclara- no llega a replicar aquella de 2001, pero avanza en la misma dirección. Suelen exponerse un conjunto de indicadores para sustentar este diagnóstico: la emergencia de Javier Milei, el crecimiento del voto nulo o en blanco en las elecciones provinciales de este año, la baja participación electoral en general que se viene observando desde la legislativa de hace dos años, la pérdida de centralidad del bicoalicionalismo de Unión por la Patria y Juntos por el Cambio, entre otras. Sin embargo, existen elementos para matizar estos síntomas: hasta el momento, el fenómeno Milei no se tradujo en una avalancha de votos que pueda ubicar al libertario en una virtual segunda vuelta, ni tampoco se verifica en lo que va de las elecciones distritales de este año, en las que los candidatos del Milei tuvieron una mala performance electoral. Asimismo, la abstención electoral fue relevante en las elecciones legislativas de 2021, un año sacudido aún por la pandemia y sus secuelas, mientras que en 2023 hubo disparidades apreciables en las distintas provincias y municipios en donde ya se votó. Por último, y a pesar de que el kirchnerismo-peronismo y el macrismo-radicalismo no cuentan con la potencia electoral de antaño, a medida que se acerca la elección presidencial sus candidatos encabezan en todos los sondeos las preferencias electorales.
El segundo diagnóstico que concita adhesiones es que hay una derechización de la sociedad. Milei, omnipresente, también se usa como ejemplo en este caso. Y, sobre todo, se hace hincapié en un supuesto corrimiento generalizado por parte de los jóvenes hacia opciones de derecha. Más en general, quienes postulan este diagnóstico suelen prestar atención a las expresiones sociales que confirman su tesis, pero pasan por alto aquellos hechos que la desmienten. Así, se habla de una sociedad derechizada sin que generen la mínima perturbación hechos como la legalización del aborto o las movilizaciones masivas en contra de las políticas de ajuste que se dieron durante el gobierno macrista y que explican, en buena medida, su precipitado final en 2019. Asimismo, este argumento suele pasar por arriba de la mayoría de las encuestas (las serias y las otras) en las que el rol determinante del Estado en la economía (como ejecutor de políticas públicas y nivelador de las desigualdades sociales) y las políticas progresistas suelen despertar las mayores preferencias entre los consultados. En esta misma línea, suele verificarse una brecha significativa entre las principales propuestas de Milei y los amplios rechazos que las mismas generan en la opinión pública.
Al margen de estas consideraciones, nos interesa puntualizar que los dos diagnósticos destacados arriba (crisis de representación política y derechización de la sociedad) parecen habitar dos mundos paralelos, a pesar de que ambos intentan explicar el mismo ecosistema político. No hay, en efecto, una explicación que los integre. Desde allí que aparezcan como dos procesos que corren por avenidas equivalentes, sin precisar que justamente se trata de un mismo proceso que transita por un mismo andarivel. La crisis de representación y la derechización son dos caras de la misma moneda. ¿Cómo se explica esto? ¿Esta derechización es un proceso que se desarrolla en nuestro país, en la región o es mundial? Cuando hablamos de derechización ¿a qué nos referimos?
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A pesar de que creemos que este proceso existe y se extiende en nuestro país y en la región desde hace un tiempo, disentimos en que se trate de una derechización de la sociedad. Más bien sospechamos que esta derechización proviene del lado de la oferta política, del lado de la dirigencia partidaria. Es decir, el corrimiento hacia las propuestas de derecha que se viene desplegando no se trata de un giro ideológico general, sino que se produce a partir de un desplazamiento ideológico de buena parte de la dirigencia y de los partidos políticos. Entonces, ¿será esta derechización dirigencial la que está generando un clima de apatía y de inconformismo con la “casta”? Esta crisis de representación ¿no será la respuesta social ante esta derechización de la clase política? Y por el mismo camino, ¿será este deslizamiento ideológico por parte de la dirigencia el que está alimentando esta crisis en el lazo representantes-representados? ¿Hace cuánto que esta derechización se encuentra entre nosotros?
Para empezar, existen varios factores que permiten explicar este proceso. Cualquier fecha de inicio de un tiempo histórico complejo resulta arbitraria, pero 2013 cumple varios requisitos para ser catalogado como el año de su génesis. Se produce en octubre de ese año la derrota legislativa del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Otro dato más aporta en la misma dirección: se da también durante ese 2013 el fracaso de la reforma judicial planteada por el gobierno de Cristina y como contraparte, comienzan a hacerse más visibles signos de una judicialización creciente de la política. ¿Cuánto influyó en los posicionamientos de la dirigencia política el temor a sufrir una causa judicial en contra? En términos económicos es también el 2013 un año de parteaguas: a partir de ese momento la economía argentina entró en una década de estancamiento, con caídas del producto, seguidas de un crecimiento mediocre y poco duradero. El período ha permitido a economistas tan disímiles como Andrés Wainer y Pablo Gerchunoff reeditar la noción de década perdida, que había sido el leitmotiv para caracterizar la década de los ochenta. Volviendo al 2013, y como tendencia, se observa en nuestro país un empeoramiento del salario, de la distribución del ingreso y de los índices de pobreza y de indigencia. Más tarde, la pandemia en 2020 y la guerra con Ucrania dos años después, no hicieron más que agravar un cuadro de situación que había encontrado límites en la última etapa del gobierno de Cristina y que se agudizó notoriamente luego del triunfo electoral de Mauricio Macri en noviembre de 2015. El peor legado de Macri, sin embargo, no fue la caída del salario real. Lo más gravoso y pesado de su herencia, sin dudas, fue la vuelta al FMI. Sus condicionamientos seguirán por un largo tiempo en la política argentina
A nivel regional, el 2013 representa el año del comienzo de un nuevo momento político en la región. Termina la era de los gobiernos progresistas y lo que viene como reemplazo es más bien un impasse, en el que la característica saliente parece ser la dificultad de los oficialismos -sean de derecha o de izquierda- para afirmarse como una alternativa duradera en el tiempo. Y a nivel internacional, finalmente, también es posible encontrar un escenario pro-derechización. Es que Milei, sin dudas, tiene características propias que es necesario atender, pero es imposible comprender su emergencia sin referirse a Trump en EEUU, a Bolsonaro en Brasil, a Vox en España y a los derrotados, pero con gran poder de fuego electoral, Katz en Chile y Hernández en Colombia. Hay evidentemente un clima de época, signado, no tanto por la polarización sino -como explicó Ernesto Semán-, por la radicalización de las fuerzas de derecha, a la par de una moderación por parte de las izquierdas.
En definitiva, hay muchas causas que contribuyeron al proceso de derechización dirigencial. O más precisamente, los factores arriba descritos, considerados en su conjunto, restringieron los márgenes de acción de la izquierda y ampliaron los de la derecha. En ese marco, la candidatura de Sergio Massa por el oficialista Unión por la Patria, ¿responde a esta lógica electoral? ¿Se corrió Cristina Fernández de Kirchner de su espacio original y “derechizó” su oferta, o se trata simplemente de una táctica electoral? Una candidatura que expresara el kirchnerismo más puro ¿no fue posible por su escasa musculatura electoral o por la necesidad de alinear la oferta electoral a una demanda social “más reaccionaria”? Las últimas propuestas electorales del kirchnerismo desde 2015 (Scioli, Fernández y Massa) ¿se organizan en la creencia de una supuesta derechización de la sociedad o es más bien un corrimiento ideológico (táctico o no) de sus capas dirigenciales?
Volviendo al comienzo, la oferta política, sin dudas, se derechizó y es probable que ello explique que una parte creciente de la sociedad encuentre poco atractivo el menú que le ofrecen. Es cierto que el bicoalicionalismo aún sobrevive, todo un dato en el contexto de fragilidad e inestabilidad que conmueve a la región, sin embargo, existen claras muestras de agotamiento. No es sólo la emergencia de Milei; la radicalización actual de Juntos por el Cambio representa un serio desafío para la pervivencia del sistema político. En ese marco, cabe preguntarse respecto del posible desenlace de los comicios presidenciales de este año. ¿Se impondrá una opción moderada (pero alejada del costal más progresista) o más bien primará la derecha más dura que expresan JxC y Milei? ¿Se encontrará obligado el candidato de UP de correrse “más al medio” debido al tráfico de candidatos de una derecha clásica? ¿Esta derechización asegura votos? La derrota de Scioli, el triunfo de Fernández y las dificultades electorales de Massa ¿no se explican en su desenlace victorioso o frustrante por la presencia de Cristina Fernández de Kirchner en la boleta?
Nuestra hipótesis es que si la sociedad escucha una voz dirigencial cada vez más uniforme y monocorde (no hay alternativas, hay que ajustar, la precariedad es la forma moderna e inevitable de las relaciones laborales en el siglo XXI, reprimir la protesta social es garantizar el justo derecho a la libre circulación) es lógico suponer que no le quedará otra que elegir, aunque descontenta, en ese marco de opciones reducidas. Creemos que para construir una mayoría en el campo nacional, popular y progresista capaz de alterar el status quo, hay que poner en discusión estos diagnósticos tan imprecisos como paralizantes. Y en todo caso, si hay tendencias hacia la derechización de la sociedad (producto de esta oferta electoral monocorde), también operan en ella contra-tendencias promisorias y esperanzadoras. Tal vez hay una expectativa exagerada en pretender encontrar en una sociedad compleja, como la nuestra, alineamientos ideológicos plenamente consistentes y coherentes.
En definitiva, en lugar del lamento conformista y exculpatorio de postular que la sociedad se derechizó (cuestión para nada confirmada), de lo que se trata es de potenciar los elementos y las posiciones más progresistas y transformadoras de las que esa misma sociedad ha dado muestras más de una vez a lo largo de la historia. ¿Lo podrá hacer UxP? ¿Podrá su candidato construir un relato en esa dirección? ¿Quedará vacante para otra oportunidad? El juego está abierto, y los próximos meses serán testigos de este devenir político.