Hace tiempo que la vicepresidenta Cristina Kirchner viene manifestándose a favor de una lista de unidad. La candidatura de Sergio Massa, surgida a partir de un acuerdo entre gobernadores, intendentes y la Confederación General del Trabajo (CGT), significó un triunfo político porque es sabido que la potencia del peronismo radica en la unidad. La lideresa del kirchnerismo jugó a ganar, optando por una fórmula de consenso muy competitiva, asegurándose diputados y senadores propios.
En su último discurso, Cristina fundamentó la opción por la fórmula Massa-Rossi diciendo que era necesario hacer comprensión de texto y de contexto para entender el surgimiento de esa síntesis.
El contexto
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De forma resumida, podemos mencionar un campo popular derrotado en el 2015 por un gobierno neoliberal que trajo, entre otros males, las cadenas que actualmente nos atan al FMI, con un endeudamiento inédito legalizado posteriormente en 2021, durante la pandemia. Mas allá del triunfo electoral del FdT –la criatura creada por Cristina–, el kirchnerismo se encontró con dificultades para hacer pie en él. También hay que considerar la crítica situación económica, la inflación, el triste gobierno de Alberto Fernández que desoyó a su base electoral y no encontró la sintonía para gobernar un frente.
Asistimos a una coyuntura de debilitamiento del campo popular con su conductora proscripta, junto con el avance de la derecha a nivel global que se expresa localmente con la mitad de nuestra sociedad debatiéndose entre Javier Milei, Patricia Bullrich o Horacio Rodríguez Larreta-Gerardo Morales.
Está claro que, desde el punto de vista del contexto, Massa es el candidato de unidad que mejor mide, estando en condiciones de ganarle a la ultraderecha, reacomodar los melones con el FMI y, tal como afirmó Cristina ese mismo día, ordenar el malestar y el desorden. Para el kirchnerismo, es el tiempo de plantear una estrategia de consolidación interna, en vistas a un futuro con mayores posibilidades.
A la lista de malestares que sufrió la militancia K que viene siendo cacheteada con pasiones tristes, se suma ahora la candidatura de Sergio Massa, que no representa a la fuerza mayoritaria de Unión por la Patria. La base de votantes de UP reconoce que la candidatura anunciada el 23 de junio es competitiva, puede triunfar y es la condición de posibilidad para seguir militando sin persecuciones ni cárcel. Sin embargo, la fórmula de consenso conseguida dista mucho de ser la esperada por el kirchnerismo. La diferencia entre lo esperado y lo obtenido produjo la emergencia de un afecto de insatisfacción que no se puede negar.
El contexto también está regulado por un tráfico emocional que se debe tener en cuenta. Los afectos se mueven entre los cuerpos, refieren al sujeto, a la subjetividad, expresando economías afectivas sobre lo social que, junto a otros factores, determinan la política. Por ejemplo, el neoliberalismo no es sólo un modelo económico, sino también un gobierno de las almas, una tecnología emocional que colonizó e impuso una agenda anímica marcada por la satisfacción narcisista y una exigencia obligatoria de felicidad.
El neoliberalismo actual devenido en neofascismo logró capitalizar la insatisfacción social, instrumentándola con discursos de odio, miedos, angustias y paranoias. En medio de las tensiones y los anuncios de fórmulas, Juan Grabois, cumpliendo con su palabra de que si Massa era el candidato él iría a las PASO, presentó su candidatura. Grabois al igual que Massa no es K ni anti K, pero se identifica mejor con lo popular que el actual ministro de Economía.
La decisión de Grabois amortiguó el golpe emocional que sintió el kirchnerismo ante el anuncio expresado por Cristina de la fórmula presidencial. La postulación de Juan 23 puede funcionar como una tramitación política de la insatisfacción, posibilitando retener el voto decepcionado y descontento, evitando la fuga por izquierda, el voto en blanco o la abstención.
Dado que no es del todo cierto que el pueblo delibera y gobierna exclusivamente a través de sus representantes, la militancia debe reconvertir los afectos de insatisfacción en demandas, movilización y formas colectivas de organización capaces de agenciar espacios novedosos.
Sería importante también que los dirigentes kirchneristas tomen nota de la insatisfacción, escuchen la queja y el enojo de la militancia para significarlas y traducirlas en demandas populares articuladas y organizadas. Por ejemplo: ¿Qué demandará el kirchnerismo y cómo mantendrá su identidad en el gobierno de Massa? ¿Cómo se institucionalizará Unión por la Patria garantizando un debate permanente, abierto y vigoroso, para que no sólo sea un frente electoral sino un frente político? ¿Qué mecanismos hay que inventar para la toma de decisiones entre todxs los que conforman UP?
La insatisfacción y las emociones experimentadas en la base electoral deben ser escuchadas y alojadas, constituyendo un faro, una orientación estratégica para elaborar proyectos colectivos. Estamos ante una oportunidad para sacudir la insatisfacción, el malestar generalizado y la expectativa colonial sobre las pasiones políticas.