El escenario del 22 de octubre en estas elecciones 2023 generó muchas sorpresas, pero la capacidad de asombro no se colmó, como lo demuestran los episodios registrados en los días siguientes y que, más allá del desenlace final el 19 de noviembre, ponen de manifiesto un final abierto que excede largamente como se defina la segunda vuelta sobre cuyo resultado pareciera haber certezas compartidas por la dirigencia en general y la ciudadanía en su conjunto.
La implosión de la oposición
Es frecuente que las frustraciones electorales acarreen disputas al interior de las fuerzas que, acariciando una victoria, las urnas les revelen un yerro en los pronósticos que, convengamos, suelen ser más relato -financiados o no- que producto de un “cientificismo” analítico.
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Tampoco puede extrañar que existan realineamientos en miras a una doble vuelta, en la búsqueda de reposicionarse frente a alternativas de hierro de sumarse a una u otra fórmula en la disputa final por la presidencia, en tanto no se decide quedar fuera del juego.
Lo singular de lo que hoy ocurre es la vertiginosidad de los acontecimientos, la frivolidad o ligereza que se exhibe sin mediar una explicación racional de las nuevas alianzas que se proponen, la subestimación de la inteligencia y de la memoria del electorado en un tiempo en que los “archivos” potenciados por las redes sociales no dejan lugar para una “cosmética” que reste trascendencia a los cruces, viscerales y en apariencia irreconciliables, registrados durante la campaña.
Mal que le pese a la prensa que fomenta la despolitización, existen reglas en la política que imponen determinados comportamientos de la dirigencia, como es el caso de las coaliciones que exigen, en tanto tales, que puertas adentro o afuera se den un debate en torno a cómo proceder para llegar a una decisión consensuada ya sea para apoyar a un candidato en el tramo final o dejar en libertad de resolver esa ecuación a cada uno de los partidos que la integran.
Cortarse sólo a horas del comicio inicial, sin aviso y en las sombras, no se ajusta a la más elemental ética política y constituye una deslealtad que tanto descalifica a quienes lo promueven como erosiona los postulados básicos enunciados por la alianza de la que forman parte.
Juntos por el Cambio atraviesa, precisamente, esa lamentable experiencia alentada por el Mariscal de la derrota, Mauricio Macri, y protagonizada en primera línea por la itinerante Patricia Bullrich, en pro de intereses que no son otros que los personales de quienes -para sí y sólo para sí- persiguen encontrar un lugar bajo el sol y darles continuidad a sus negocios particulares.
El caso de Javier Milei es similar, aunque no igual, porque La Libertad Avanza no es más que su alter ego, se resume en sí mismo y sus circunstancias -por demás complejas e indescifrables-, con sus circunstanciales acólitos emprendedores de la política. Si bien nadie podría negarle el derecho de buscar los votos que le faltan para coronar su empresa, ese propósito también tiene límites, que le deparan sus declamados principios “anti sistema” y, en especial, el compromiso en esa línea asumido con sus votantes.
La defección en su caso es de tanta dimensión que hasta llega al ridículo, lugar del que se sabe difícil es volver, y deja a la vista la endeblez de sus proclamas, la hipocresía de sus gritos estentóreos contra “la casta” y la concepción mercantilista de la política que lejos de constituir un gran emprendimiento libertario no es más que una mini Pyme que no tiene destino sin el sustento del Estado que denuesta y en el que, paradójicamente, pretende recalar.
Ganar - ganar es una alternativa a la suma cero
En la Teoría de Juegos, aplicable a ámbitos de negociación de toda clase que incluye a la política, la “suma cero” consiste en una suerte de “absolutos”, en que las ganancias acumuladas de todos los participantes es igual a la sumatoria de las pérdidas, o sea, en donde lo que un jugador gana el otro lo pierde.
La contracara esta representada por la posibilidad de que todos ganen, aunque -lógicamente- no sea en igual medida en lo inmediato, pero ofrezca la posibilidad de hallar equilibrios razonables y beneficiosos para el conjunto.
En el “ganar-ganar” el juego resulta provechoso para todos, pues se plantea de tal manera que todos los que participan puedan beneficiarse de algún modo. Se trata de una perspectiva en la que haya capacidad de reconocer, entender y aceptar las necesidades del otro y sus posibilidades de colaborar en determinadas proposiciones, abriendo canales de diálogo y no sólo de confrontación, promoviendo un proceso que se desarrolle de manera razonable, potenciando las coincidencias sin desconocer las disidencias ni negar las conflictividades existentes.
Lo diverso, lo antagónico y lo plural es inherente a una sociedad, como lo conflictual que todo ello implica junto con el necesario reconocimiento de que, sin embargo, existen y es indispensable promover las convergencias, cuanto menos, en lo que nos es común al conjunto o a los intereses de la mayoría de quienes la conformamos.
La democracia social requiere reconocer y aceptar, no meramente tolerar, las diferencias y respetar la voluntad mayoritaria que nunca es homogénea aunque sí determinante del curso de acción y, a la vez, requiere un obrar responsable de las expresiones minoritarias que contingentemente se desenvuelvan en la oposición.
La revalidación del bipartidismo
A pesar de la imagen que ofrecen los primeros efectos poselectorales por la dispersión que azota a las fuerzas políticas opositoras, pareciera que más que caos revela un reordenamiento que apunta a una nueva configuración del escenario partidario y de futuras alianzas que se construyan -al menos en principio- con relación a cuestiones o temáticas puntuales.
Escenario, en el cual se hace factible que se revitalice la Unión Cívica Radical (UCR) a la par que se reagrupen, algunos escalones más abajo, otras manifestaciones animadas por conservadurismos de variada intensidad tanto como corrientes con ejes en ideologías de las llamadas izquierdas, progresismos o reunidas alrededor de demandas específicas, no alineadas en los partidos hegemónicos.
El radicalismo al que se ubica como “partido centenario” registra un largo derrotero de fracturas y reunificaciones que dieron lugar a variadas siglas que las identificaban -en todo o en parte- en esas distintas etapas, conteniendo incluso corrientes internas fuertemente antagónicas.
Más allá de esas historias, muchas veces traumáticas, su triunfo en 1983 al caer la dictadura dio cuenta de un marcado bipartidismo que protagonizaba con el peronismo, también éste un espacio en el cual se advierten disidencias internas importantes tanto en sus ciclos de mayor integración unificadora como, particularmente, en los que esa unidad de base se torna imposible.
Si bien todavía es temprano para poder apreciarlo en su capacidad totalizadora, el fenómeno que vive la Argentina tras casi 40 años de institucionalidad democrática pareciera dar por tierra con la idea de romper esa ecuación dual de larga tradición y el aliento a la aparición -y permanencia- de “terceras fuerzas” con una aptitud convocante que desplace o minimice la importancia decisoria de esos dos actores centrales con vocaciones hegemonizantes.
Esa tendencia no supone la desaparición ni, mucho menos, el menosprecio de otras identidades partidarias, como tampoco desestimar la construcción de espacios frentistas o aliancistas más amplios que resulten imprescindibles tanto en lo electoral como para la gobernanza, sino un dato orientador para el análisis de la realidad y de la idiosincrasia argentinas.
Del mismo modo, ya es hora de refrendar pactos democráticos fundacionales y de no ceder a la tentación de proponer -o admitir, siquiera- que sea legítima la pretensión de “exterminar” al adversario o de romper -por acción u omisión- reglas elementales de un republicanismo serio y garante de las libertades, derechos y principios que le dan sustento verdadero.
Una esperanza para una Democracia renovada
En esta instancia la Argentina muestra una situación novedosa, quizás sin precedentes o con escasos antecedentes analogables, en la cual pueden vislumbrarse salidas consensuadas de un laberinto crítico mayoritariamente reconocido como tal, aunque sin coincidirse en el reparto de responsabilidades.
La figura de la “grieta” ha sido un eufemismo dirigido a culpar al peronismo -con particular énfasis en su versión “kirchnerista”- de la desunión nacional, a la vez que enmascarar discursos de odio -remozados, pero tributarios de un antiperonismo anacrónico- y ocultar la preexistencia de profundas diferencias en el modelo de país deseado.
Por cierto, que no es menor en esta hora la postura que se asuma, se predique y se proponga de cara al balotaje del 19 de noviembre, en tanto allí se depositará una semilla fértil para un reencuentro político y social indispensable para un mejor vivir, como también para exacerbar las confrontaciones de suma cero y profundizar los desencuentros de las y los argentinos.
Si las estimaciones que dan por vencedor a Sergio Massa se concretan y, sin pérdida de la identidad política de la fuerza que lo respalda ni de las definiciones doctrinarias respectivas, cumple su compromiso de convocar a un gobierno de unidad nacional acorde con tales presupuestos, se abriría para la Argentina una alternativa largamente anhelada y con un enorme potencial para recuperar una institucionalidad imprescindible para un desarrollo equilibrado, capaz de proveer de un mejor y más equitativo vivir para quienes habitamos este suelo.
Una democracia lacerada por la intolerancia y que no brinde respuestas a demandas sociales impostergables, será más temprano que tarde inviable como sistema orientador para dirimir las conflictividades propias de una sociedad plural y con aptitud para restañar las inequidades, evitar las oposiciones acérrimas enceguecidas, como las inclinaciones dogmáticas no propositivas que distancian el arribo a acuerdos razonables sobre cuestiones sensibles que, es preciso consolidar, como reales y duraderas políticas de Estado.
Es ahora y no a partir del 10 de diciembre que, en función de las mejores tradiciones de las fuerzas políticas con atributos hegemonizantes y con la mirada puesta en valores democráticos compartidos, se hace necesario barajar y dar de nuevo con la grandeza que impone priorizar el destino de la Patria y la felicidad de su Pueblo.