La crisis del presente es probablemente una de las más extrañas de la historia reciente. Los datos más llamativos de esta “extrañeza” surgen de tres elementos relacionados.
El primero es que, a pesar de la grave escasez de divisas, la crisis externa no termina de desarrollarse a la manera tradicional, es decir mediante un salto devaluatorio que reacomode las cuentas con el exterior vía una fuerte recesión, con la catástrofe política que habitualmente acompaña a este tipo de turbulencias.
Una explicación posible, muy poco técnica pero bien gráfica, es que, como lo atestigua el alto consumo en los comercios cercanos a las fronteras, el tipo de cambio ya está lo suficientemente devaluado, con lo que la actual administración ya habría logrado el objetivo de alcanzar –aunque no para todos– un tipo de cambio ultracompetitivo y sólo le quedaría en el tintero la quimera de la estabilidad.
“Quimera” en tanto es extremadamente difícil para el tipo de cambio conseguir las dos cosas, competitividad y estabilidad, al mismo tiempo. Pero lo concreto es que Argentina ya está literalmente regalada en divisas y existe un gran incentivo para exportar, aunque al valor de los paralelos, lo que significa que el cepo funciona como una fuente de distorsiones que impide la expresión macroeconómica plena de los efectos reales del tipo de cambio. Dicho de otra manera: existe un incentivo gigantesco para sobrefacturar importaciones y adelantar pagos de deuda al exterior, para acceder así a los dólares súper baratos del BCRA, y para subfacturar exportaciones o directamente optar por el contrabando para hacerse de dólares al valor paralelo. No debe olvidarse aquí que para el análisis económico no corren las consideraciones morales, sino que debe ponerse la lente sobre el sistema de incentivos que es el que efectivamente genera las conductas económicas.
Pero preguntémonos nuevamente que significa que el tipo de cambio ya esté suficientemente devaluado. La respuesta debería ser sencilla: que el grueso de los bienes transables locales sean más baratos en dólares de lo que lo son en el resto del mundo. Claro que con cepo la respuesta no es tan sencilla ¿Baratos a qué dólar, al oficial o al paralelo? Una respuesta rápida la brindan otra vez los compradores del exterior ¿Qué compran y que no compran nuestros vecinos en las fronteras? Compran al valor del paralelo y adquieren alimentos, pero menos electrodomésticos e indumentaria. Allí la respuesta, que también permite adelantar cuales serían los precios que resultarían más afectados frente a una hipotética unificación cambiaria.
En términos macroeconómicos, no de distribución del ingreso, que el tipo de cambio ya esté suficientemente devaluado significa hacerse otra pregunta ¿Una devaluación adicional mejoraría o no las cuentas externas? Aquí la respuesta vuelve a ser la misma ¿Devaluación del oficial o del paralelo? La respuesta, una vez más, parece ser la existencia del desdoblamiento.
El segundo componente, ya descripto en este espacio, es el de la “informalidad próspera” que se deriva parcialmente de los efectos del cepo y que supone la existencia de una porción de la economía oculta tanto al fisco como a las estadísticas oficiales y que se manifiesta en el sostenimiento del consumo agregado a pesar de los números oficiales de crisis. Las hipótesis que se derivan son, primero, que el tamaño de la economía, el PIB, es mayor al que registra el INDEC, segundo, que las exportaciones están subestimadas y que parte de ellas ingresan en negro a la economía. La tercera hipótesis es que, como consecuencia de las dos primeras, la pobreza está sobreestimada. La economía es más grande, los ingresos son mayores y la pobreza menor, por ello el consumo se muestra sostenido a pesar de que por detrás exista una mayor heterogeneidad social. Lo que se definirá en los próximos meses es cuál será la representación política de esta “nueva heterogeneidad”.
El tercer componente es el más nuevo: durante todo 2023 los salarios registrados comenzaron a ganarle a los precios y ello ocurre en un contexto marcado por la aceleración de la inflación. Si bien no es un indicador tan bueno como el SIPA, el RIPTE funciona como “indicador proxi” y crece desde diciembre pasado, como puede observarse en el gráfico.
Pero además, también los datos oficiales muestran que la Remuneración al Trabajo Asalariado (RTA), la masa salarial real per cápita que surge de las cuentas nacionales, crece desde 2020 y según la métrica que se tome se encuentra incluso por arriba de 2019.
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Los tres componentes “extraños” de la crisis del presente suponen un desafío para el análisis y obligan a abrir nuevas perspectivas. Una primera conclusión es que la economía efectivamente tiene un serio problema de deuda que deberá enfrentar en algún momento, pero que ese momento no es el presente, ya que se encuentra en período de gracia en los pagos y de rollover con los organismos. Hoy la actividad no resulta afectada por el endeudamiento. Una segunda conclusión es que el verdadero problema deriva de los intentos fallidos por resolver el “carácter bimonetario de la economía”, es decir de haber fallado en recuperar la función de reserva de valor de la moneda propia, lo que se traduce en sostener un esquema cambiario ineficaz, el cepo, en tanto parece ser mayor fuente de problemas que de soluciones. La tercera conclusión es que la crisis sería menos profunda que su construcción mediática y que, más allá de la nueva heterogeneidad social a representar, están dadas las condiciones para que, si se encuentra algún esquema de estabilización macroeconómica, la actividad se expanda más o menos rápidamente en los próximos años. El carácter “extraño” de la crisis, entonces, es que ocurre más en la macroeconomía que en la economía real.