La pospandemia ya empezó

31 de mayo, 2020 | 00.05

Uno de los debates dentro de la disciplina histórica es la periodización. ¿Cuándo comienza una era, cuando finaliza? ¿Pueden definirse límites tajantes entre ellas o estos siempre son difusos. Las eras y los mojones que los separan ¿son cuestiones “objetivas” o una construcción cultural? Por ejemplo, para Gramsci en su penetrante artículo “Análisis de las situaciones. Correlaciones de fuerzas” la Revolución Francesa finaliza en 1870. Sin embargo, él mismo señala “Para otros, la Historia de la Revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870 e incluso hasta la Guerra Mundial de 1914”. Por otro lado, en su clásico La Europa Revolucionaria George Rudé sitúa dicho final en 1815.

Cuentan que a principios de los 70, cuando se reunían preparando la visita de Nixon a China, Kissinger le preguntó a Zhou Enlai cual era su interpretación sobre el impacto de la Revolución Francesa en la historia. Parece ser que Zhou, después de cavilar un instante, le contestó que debido al escaso tiempo transcurrido era muy difícil tener una perspectiva histórica del hecho que permitiera evaluar sus efectos.

Mas radical aún es la diferencia entre la historiografía que aprendemos en la etapa escolar y, por ejemplo, la historiografía soviética. En la Geografía histórica de Europa Occidental en la Edad Media de V. Samarkin se indica que en sus manuales el fin de la Edad Media se sitúa durante “las primeras revoluciones burguesas”, cuando se despedía el siglo XVIII. ¡Mas de trescientos años después de “nuestro” fin de la Edad Media!. Aún dentro de la propia “historia oficial” que aprendemos no existe una sola visión sobre el momento “final” de dicha era, a veces se nos enseña que es el “descubrimiento” de América y otras que termina con el final del Imperio Romano de Oriente (Caída de Constantinopla).

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Mucho mas cerca en el tiempo, y quizás mas claro en relación a lo que pretendemos compartir en este artículo ¿cuándo “terminó” la crisis del 2008? ¿Terminó? Por supuesto no existe una sola respuesta. Depende de que se entienda por dicha “crisis”. De que la “generó”. De la visión o los intereses que represente quien ensaye la respuesta. Para lo banqueros finalizó al cierre de 2011, cuando habían concluido la “limpieza” de sus hojas de balance (a costa de los esfuerzos monetarios y de normativa llevados adelante por los Bancos Centrales -es decir por los estados-). ¿Pueden opinar lo mismo los trabajadores sobre quienes siguen pesando a escala global un aumento sostenido de su productividad, pero no de sus salarios y sus derechos son cada vez mas precarizados? ¿Terminó para ellos la crisis?

Para quienes sostenemos que el principal problema del capitalismo financiero es la desigualdad, ¿Fue el 2008 una crisis? ¿O solo una manifestación profunda e inherente de la crisis política de la representación democrática iniciada a medidos de los 80 por la imposición del pensamiento único neoliberal como patrón global de las democracias?

En definitiva, definir la historiografía no es una cuestión menor. Es ante todo una operación cultural. Y muy profunda en sus efectos, ya que desde un mojón pensado en términos valorativos y políticos se construye una historia y una percepción que nunca es neutral. Que no solo determina un relato sobre hechos ocurridos, también es performativa. Determina, por lo tanto, la interpretación de lo devenido y las propuestas de acción colectiva que hoy conocemos como “políticas públicas”. Es decir, cualquier decisión “científica” esta prefigurada por una “visión” filosófica e ideológica y por supuesto interpretativa.

Creemos que es necesario entender quién y en términos de que parámetros determinará que “terminó la pandemia” y por lo tanto comienza la postpandemia. Porque estamos convencidos que la lucha por el mundo de la postpandemia ya comenzó. Por lo tanto, si se espera su final para avanzar en un programa de reformas estructurales las posibilidades de concretarlo se irán debilitando. El sistema establecido avanza todos los días, aún en medio de un desastre humanitario, para no perder e incluso aumentar los privilegios construidos alrededor de la Dictadura del Capital.

Podemos tomar como ejemplos obvios los despidos de Techint (nadie puede pensar que son determinados por una cuestión “económica”, son pura y llanamente un intento político de condicionar al Gobierno y liderar al capital concentrado), la furia de la “salud privada” ante la lógica idea del Gobierno de coordinar todo el sistema (no se hablaba de estatizaciones ni expropiaciones, sino simplemente de coordinación) o la negativa de los acreedores ante la razonable propuesta de negociación de la deuda (ahora los medios concentrados proponen al público que hay que “mejorar” la propuesta del Gobierno dejando muy en claro de que lado están, ya que al “mejorar” la propuesta empeora la Argentina y su población).

Un párrafo aparte merece la batalla diaria del capital concentrado en el campo del valor del dólar. Mediante muy pocas operaciones en un “mercado” que existe solamente por normativas de los estados y el “estado de las artes” de las organizaciones financieras, han más que duplicado el precio de la moneda estadounidense con las implicaciones que tienen estos movimientos para los precios y los reclamos futuros de las “empresas” privatizadas de servicios públicos entre algunos de los efectos colaterales de la sanguinaria fuga de capitales.

A poco de andar la crisis sanitaria la “paciencia” de sectores políticos opositores y funcionarios del anterior gobierno, pero muy especialmente los medios concentrados y sus estrellas, se ha agotado. Es tanto el encono de los autoproclamados republicanos, liberales, libertarios y otras variantes de defensores del capitalismo salvaje que han lanzado consignas desopilantes (cuando no contrarias a la vida) como acusar de comunista al gobierno, llamar a la desobediencia civil y calificar de gueto a la cuarentena de la Villa Azul.

Pero lo mas significativo resultó la movilización de la prensa oligárquica que se fastidió con las sucesivas prórrogas de la cuarentena y se dedicó a propalar reiterativamente la voz de sus periodistas desacreditando las medidas de protección social frente al coronavirus.

¿Porqué tanto escándalo? ¿Qué hay detrás de la exigencia de terminar con la cuarentena ya?

Su objetivo evidente es debilitar el extraordinario respaldo conseguido por el Gobierno Argentino y el presidente Alberto Fernández que ha acertado con el enfoque y las medidas para enfrentar el desastre sanitario convenciendo a la inmensa mayoría del pueblo de la necesidad de defender la vida, proteger a los más débiles y reconstruir un sistema de salud destruido. ¿Cuántas décadas llevamos con la prevalencia de políticas basadas en la privatización mercantilista de la medicina? Como olvidar que Macri hasta eliminó el Ministerio de Salud en su cruzada depredadora de las cuestiones sociales.

Primero fue el discurso de no destruir la economía. Cuando se hizo evidente que los países que habían evitado las medidas de aislamiento tampoco habían podido “salvar” la economía y acompañaban esa circunstancia con miles de muertos, pasaron al argumento de permitir a los ciudadanos decidir sobre su vida. Libertad. ¿Libertad de poner en riesgo a todos? ¿Con cuantos muertos sería razonable restringir la “libertad”?

¿Y la libertad de no sentir necesidades? ¿La libertad de no tener miedo? La libertad tampoco puede ser una idea abstracta. La supuesta libertad del capitalismo es la libertad de que unos pocos puedan hacer lo que quieran mientras las mayorías están sometidas, y entonces día a día ven restringidas sus libertades.

Entonces de a poco han ido mostrando sus verdaderas razones. Temen el fortalecimiento de la gestión estatal en un mundo donde lo que se está exhibiendo crudamente es que el mercado ha naufragado en la crisis mostrando su absoluta impotencia para conducir la emergencia.

Lo hemos explicado en notas anteriores. La crisis del capitalismo mundial que empezó en 2009 no sólo no ha terminado, sino que se ha conducido por el camino de salvar a los bancos y al sistema financiero, endeudando a familias y estados. Dejando a los trabajadores y al sistema productivo no concentrado a la deriva cuando no en la desesperación. Hace falta otro diseño en la economía mundial, menos corrompida por la insaciable vocación de lucro que beneficia a unos pocos concentrando la riqueza sin límites.

La pandemia puso en evidencia la impotencia de la Dictadura del Capital para atender las necesidades mínimas de la sociedad, incluso para dar respuestas módicas en situaciones de altísima gravedad. Los organismos internacionales constituidos para sostener la soberanía mundial del dólar nada pudieron hacer para prever lo que se venía. Mas aún, hay suficiente evidencia de que desoyeron todas las alertas, ignoraron todos los informes científicos, miraron para otro lado cuando el SARS y el MERS asolaban principalmente al lejano y al cercano oriente.

Ahora otean con desesperación la desoladora imagen de un mundo donde lo que mas crece son las fosas comunes para mas de medio millón de muertos. Ni siquiera en este marco pueden ensordecer la disputa sobre el control de lo tiempo por venir. La salida de los Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud, mientras llegan a sufrir 100.000 muertos es un síntoma de la debilidad y fracaso del sistema de relacionamiento internacional generado por el neoliberalismo.

Lo único que se levanta como promisorio frente a ese panorama es el Estado y los gobiernos que se han hecho cargo de la situación, como es nuestro caso.

Ahora resulta evidente mas allá de los alineamientos ideológicos particulares que la destrucción del Estado de Bienestar surgido por la lucha tenaz de los trabajadores de todo el mundo, es el resultado de una pérdida relativa de esa capacidad de combate, y se expresa en las carencias monumentales que muestran los sistemas de salud, de educación, de previsión, de protección social, de transporte público, de servicios básicos como energía, agua y tratamiento sanitario de residuos y de acceso a la conectividad.

Se intenta otear que sucederá cuando volvamos a la “normalidad”. Es una proposición inaceptable. Nadie puede considerar “normal” una situación en la cual el 1% de la población tiene ingresos similares al 50% de la misma. Nadie puede considerar “normal” una situación en a cuál la productividad crece y los salarios no. Nadie puede considerar “normal” una situación en la cual el desempleo no se reduce. Es increíble que se considere “normal” una situación en la cual la opulencia sin freno coexiste con personas que no tienen que comer o no pueden cubrir sus necesidades mínimas. ¿Es razonable que el sistema se preocupe por los “bolsones de liquidez” al tiempo que enormes sectores de la población no cuentan con ingresos mínimos? El problema central del que debemos ocuparnos hoy, estamos convencidos de ello, es de intentar visualizar los contornos de una nueva sociedad que se construirá cuando pase el temblor.

Para no repetir el error de facilitarle a los poderosos la dominación de “mercados” esenciales que se han monopolizado como la producción de medicamentos. Para impedirle a los ricos que evadan impuestos, o sea ignoren su responsabilidad social, luego de apropiarse del producto íntegro de la actividad productiva que desarrollan millones de mujeres y hombres con su trabajo.

Debemos terminar con los mecanismos de fuga de capitales y divisas hacia guaridas fiscales, las cajas fuertes del capitalismo financiarizado mundial. En este camino el gobierno viene avanzando con regulaciones indispensables del sector financiero. Es necesario terminar con la operatoria en el país de compañías radicadas en territorios “no colaborativos”, conduciendo toda la actividad de movimiento de moneda extranjera y por supuesto el comercio exterior.

No sería razonable repetir una situación global en la que los gobiernos hacen un enorme esfuerzo para redistribuir ingresos después de esas apropiaciones indebidas, sino garantizarles a los empleados la retribución que corresponde a su contribución al proceso productivo. Es necesario fortalecer los derechos laborales. No podemos aceptar flexibilizaciones laborales que buscaran nuevas escusas en las modificaciones generadas en esta situación de aislamiento humanitario. Una paritaria nacional debe discutir la porción global que recibirán los trabajadores en la distribución primaria de la riqueza retomando la senda del “fifty y fifty”.

Pero aún siendo conscientes de que los contornos del futuro son muy todavía difusos (y si no, recordemos la cita de Zhou contada mas arriba), sabemos el sentido que deben tener:

Devolverle al Estado la centralidad que nunca debió haber perdido a manos de las políticas de “austeridad” (ajustes salvajes sobre la inversión social y el presupuesto fiscal apara generar y pagar deudas y la privatización de servicios públicos esenciales y de actividades económicas estratégicas (que básicamente son monopolios naturales aún para la teoría económica mas ortodoxa).

Recuperar para el trabajo en el lugar del ordenador esencial que hace a la condición humana y a la organización social, terminando con la consideración del salario como un costo mas del proceso productivo. Ya existe suficiente evidencia acumulada en cuanto a los salarios como principal sostén de los procesos de crecimiento sostenible.

Es tiempo de rediseñar el sistema tributario orientado a una sociedad mas igualitaria con movilidad social ascendente. Un sistema que oriente los esfuerzas a la producción en detrimento de la actividad rentística que en sus diversas formas está presente en nuestra sociedad.

La situación de tendencia, así como la actual coyuntura, obligan a garantizar en forma urgente un ingreso básico universal a los argentinos cualquiera sea su condición laboral y social, combatiendo hasta su fin la pobreza y la marginalidad de millones de compatriotas, que serán las principales víctimas de la crisis sanitaria mundial.

Ya hemos construido los pilares fundamentales del Ingreso universal con el Plan de Inclusión Jubilatoria y la Asignación Universal por Hijo. Hoy el IFE diseñado por el Gobierno puede ser una gran plataforma para continuar con la línea política. Creemos que la estrategia 2003-2015 en este sentido marca un camino posible, sustentable y concreto como expresión concreta del “mejor que decir es hacer”.

Vale la pena compartir que imaginamos las políticas de ingresos universales no como una cuestión finalista, sino en una concepción instrumental. En un global de pésima distribución del ingreso se requieren medidas redistributivas masivas. Pero al mismo tiempo avanzar en políticas que mejoren la distribución generad dentro del modo de producción. En este sentido el ingreso universal cumple un doble rol: por un lado, corregir parcialmente la mala distribución del ingreso, por otro (y no menor) fortalecer el poder de negociación de los sectores del trabajo.

Hay que asumir definitivamente que la “postpandemia” empieza hoy. Que el “futuro” de las sociedades se juega en el campo de la discusión por la distribución del ingreso. Y sin acción del campo nacional y popular es posible que el resultado de la actual situación sea el empeoramiento de los derechos y las condiciones laborales. Un mayor ajuste sobre el sector público y los sistemas previsionales. Más certezas para los acreedores e incertidumbres para los pueblos. En definitiva, un mundo donde cada vez menos tengan condiciones dignas de vida y muy pocos se apropien de todo el valor que se genera.

Cuando se “acabe” la pandemia habrá una agenda urgente de situaciones que atender. Reparar el daño de los cuatro años de Macri, atender la coyuntura de los mas necesitados. Fortalecer el mundo del trabajo. Recomponer el entramado productivo. La base para una mejor solución requiere, sin dudas, reformas estructurales. El mundo las necesita. Nuestro país las necesita.

El injusto sistema global en el que vivimos fue consolidado en los 80. Por esa época Margaret Thatcher vociferaba “No hay alternativa” y los Sex Pistols le contestaban que así “No hay Futuro”. Preferimos la visión de los Clash “El futuro no está escrito”. Como siempre diversas fuerzas intentaran escribirlo. Que esta vez sea el campo nacional y popular.