Después de la tristeza que no cesa y de las cataratas de lágrimas vertidas a lo largo y ancho del país por la desaparición física de Maradona, no es necesario aclarar que “El 10” no fue para el pueblo solo un gran jugador de fútbol.
La mitología griega recurría a las figuras del héroe o del semidiós para explicar los fenómenos sociales de amor e idealización hacia una persona; el psicoanálisis aporta un concepto: el ideal.
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El ideal es una instancia simbólica que puede ser singular o compartida; cuando se colectiviza se convierte en un condensador de infinitas razones, pasiones, afectos que se articulan y construyen un amor político. El ideal social, figura política y amada, consiste en la encarnación humana de una potencia plebeya tejida desde abajo que se rebela contra el poder.
A diferencia del ídolo famoso, construido desde la élite por los aparatos del marketing, el ideal deviene famoso. Muy pocos son capaces de ganarse el corazón de todo el pueblo. En ese sentido Maradona, en tanto ideal, es un nombre que representa al pueblo.
El sujeto, por su vulnerabilidad radical, tiene necesidad de amparo. Desde una posición de indefensión y una religiosidad laica, el sujeto demanda al ideal, a veces sin saberlo, protección y seguridad. El ideal posibilita identificaciones, unifica a una multitud heterogénea permitiendo autoestima y pertenencia.
Ocupa el lugar de ideal quien pone el cuerpo, el alma y “se la juega” por lo común elevando lo social a la dignidad del “nosotrxs”, el pueblo, aunque más no sea por un instante. Por ejemplo, después de los duros años del Proceso y la demencial guerra de Malvinas, el amor al país era difícil de ser concebido. “La mano de Dios” le permitió a una golpeada y herida sociedad saltar de alegría venciendo a los ingleses.
La muerte de un objeto amado deja un agujero irremediable y se pierde, también, una parte de uno mismo. De ahí que la realización del duelo constituye un trabajo imprescindible que incluye algún ritual: el velatorio, el funeral, el entierro, tirar las cenizas en determinado lugar, etc. Todos esos rituales cumplen una función catártica, aportan un soporte y un escenario que permite comenzar a elaborar el duelo. Cuando muere un ideal colectivo es necesario transitar el agujero de la pérdida junto a los otros con los que se comparte el dolor. La ausencia de despedida agrega sufrimiento y el dolor no cesa.
El 26 de noviembre el país lloraba, el pueblo maradoniano precisaba acercarse al funeral planteado en la Casa Rosada, compartir con otrxs el dolor y despedirse. Miles y miles se iban sumando a la interminable fila, hasta que se produjeron desmanes que, con eficiencia organizativa, hubiesen resultado manejables. Larreta habló de riesgo y mandó a la Policía a reprimir cuerpos, afectos y desalojar la Plaza impidiéndole al pueblo su derecho a ejercer el ritual funerario. ¿Cuál es el riesgo para Larreta?
El poder tiene horror a lo popular y a sus ideales, ignorante para captar la sensibilidad plebeya, se asusta, y la interpreta como exceso peligroso, violento fanatismo fundamentalista. El poder no entiende nada del amor del pueblo; en el funeral de Diego, Larreta y su policía atentaron contra el amor del pueblo e impidieron la despedida.
¿Cómo se hace para vivir si “El 10” o “Dios” ha muerto? El pueblo desamparado y desconsolado no deja de llorar. ¿Qué hacer con tantas lágrimas?
Al ser el depositario del amor político, el cuerpo de Maradona representa legítimamente el cuerpo social que no es propiedad privada de nadie.
Maradona está enterrado en el cementerio “privado” Jardines de Bella Vista ubicado en el partido de San Miguel. Por el momento sólo podrá ser visitado por sus seres más íntimos, los que se encuentran autorizados por su familia, que deberá decidir si accede a que el público pueda acercarse, poner una flor y despedirse. Diego está en un cementerio “privado” del amor de su pueblo y viceversa.
Democratizar esa parcela, hacerla pública permitiendo las visitas será una posibilidad de restituir las formas dignas de un ritual que debió tener lugar y no fue posible. Será también un acto de legítimo derecho al amor político, al ritual de la despedida para todxs y no solo para algunxs.
Nora Merlin
Psicoanalista
Magister en Ciencias Políticas
Autora de La reinvención democrática. Un giro afectivo,