Han pasado casi 130 años desde los trágicos episodios de Chicago, jalonados hasta el día de hoy con otros muchos protagonizados por la clase obrera. A pesar de ello se instalan discursos políticos que reniegan de esas luchas, que menosprecian las costosas enseñanzas que nos dejaron y pregonan ideas análogas a las que animaran a los responsables de tantas injusticias.
Entre la conmemoración y la celebración ¿el olvido?
Sucede con algunas fechas que han quedado grabadas por la tragedia, que sin embargo con el tiempo marcaron un hito en las luchas por más y mejores derechos finalmente conquistados, tornándose por ello también en festivas. Entonces, sin perder su sentido conmemorativo cobraron a la vez otro celebratorio.
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Es el caso del “Día Internacional de la Mujer”, al igual que el “Día del Trabajador y la Trabajadora” (también denominado “Día del Trabajo”), ligados a históricos reclamos laborales que derivaron en cruentas y fatales consecuencias para quienes protagonizaron esas jornadas épicas entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Es que la organización de las personas que trabajan ha constituido una condición necesaria para la defensa de sus intereses de clase, para resistir las peores formas de explotación, para lograr visibilización y para el reconocimiento de derechos.
Organización que exigió asociarse en gremios, anteponer lo colectivo a lo individual, priorizar las concertaciones sindicales para asegurar derechos básicos cuando las leyes no los proporcionaban o para elevar los pisos de protección contenidos en las regulaciones estatales, a la par que ejercer acciones fundamentales de autotutela y erigir a la huelga como un derecho consagrado en Constituciones nacionales, Tratados y Convenciones internacionales.
Negar condición de mercancía al trabajo y al salario, garantizar remuneraciones y condiciones de labor irrenunciables, asegurar vacaciones pagas así como límites a la jornada y el derecho a descansos semanales remunerados, dotar de estabilidad en el empleo -relativa o absoluta- para no quedar sujetos al solo arbitrio patronal, contar con dispositivos de prevención y reparación de accidentes, reconocer a la libertad sindical entre los derechos humanos fundamentales, acceder a los beneficios de la seguridad social; entre otras tantas cuestiones que hemos naturalizado, han respondido a las luchas obreras y a las políticas elaboradas en sintonía con aquéllas.
Esa naturalización es lógica en tanto signifique entenderlos como derechos incorporados a nuestro acervo social, a la vez que configurando un punto de partida para impulsar una dinámica de mejoras constantes de los niveles alcanzados.
Muy distinto sería, si con ello perdemos de vista cuánto ha costado, incluso en vidas humanas, obtenerlos; que se han tratado de conquistas colectivas y no de graciosas concesiones filantrópicas; y que también es responsabilidad de todas las personas que trabajan sostener lo conquistado y tener conciencia de que, conforme las experiencias recogidas, siempre está latente el riesgo de perderlos.
Una fecha pasible de conmemoraciones y celebraciones, nunca de olvidos.
Propuestas que permite la desmemoria
Las asimetrías distinguen a los protagonistas del mundo laboral, a tal punto que conforma un escenario en el cual no cabe ser neutral ni admitir el retiro del Estado, para que sea factible un equilibrio que provea equidad a la relación conflictiva entre Trabajo y Capital.
La desigualdad inherente a las relaciones laborales impone implementar, mantener e incrementar tutelas individuales y colectivas, estas últimas dirigidas al espectro gremial. Todo aquello que enfile en sentido contrario, únicamente puede llevar al desamparo, acrecentando las desigualdades y tornando muy frágil la paz social.
A pesar de registrar fracasos reiterados, aparecen en el horizonte nacional propuestas que se desentienden por completo de esas claras evidencias e insisten en fórmulas que carecen de comprobaciones empíricas beneficiosas para quienes trabajan.
Desproteger, en orden a garantías de no ser privado de empleo arbitrariamente que, cuanto menos, supone que represente un costo de entidad suficiente para el empleador que limite sus márgenes de discrecionalidad, nunca ha contribuido a la creación de empleo.
Ampliar las potestades del empleador en materia de condiciones de trabajo, en la asignación de roles laborales sin apego a las categorías y calificaciones profesionales obtenidas, en la organización de los tiempos de trabajo que en la práctica altere los máximos legales -ya por cierto excesivos-, tampoco ha demostrado crear un círculo virtuoso para la modernización de las relaciones laborales sino, por el contrario, ha determinado una ostensible precarización del empleo y de vida para las y los trabajadores.
Todas esas propuestas están dirigidas a la maximización de las ganancias empresarias, al aumento de la productividad con igual propósito sin impacto alguno en una redistribución razonable, justa y equitativa que mejore los ingresos de la fuerza de trabajo.
Al objetivo antes referido se suma otro, de similar relevancia para el empresariado, que consiste en acentuar la sumisión y disciplinamiento de las personas que trabajan, propender a una baja sindicalización y debilitar a las organizaciones gremiales para neutralizar su protagonismo al que conciben como un obstáculo para sus fines rentísticos.
Al Movimiento Obrero le provee una especial fortaleza el modelo sindical vigente en la Argentina, que al favorecer la concentración de la representación genera una enorme capacidad de negociación y de conflicto, herramienta ésta fundamental para respaldar las negociaciones colectivas en la disputa por la distribución del ingreso.
Allí deben buscarse las motivaciones de ciertas iniciativas legislativas para una reforma laboral que flexibilice al máximo las regulaciones legales y convencionales, facilite engañosas figuras de deslaboralización de las relaciones de empleo, aparten de los alcances del convenio (CCT) a determinadas categorías de trabajadores (eufemísticamente tildados “fuera de convenio”), reduzcan sustancialmente los ámbitos de las concertaciones colectivas propendiendo a la prevalencia de las convenciones por empresa, establecimiento o sección y, además, introduzcan cambios en materia sindical que desarticulen por completo el modelo de organización imperante, restándole fuerza a las acciones que pueda emprender o directamente penalizándolas para restarle apoyo y habilitar intervenciones de los sindicatos.
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Las luchas por un trabajo digno
Las principales corrientes opositoras y sus aliados circunstanciales, algunos incluso renunciando impúdicamente a buena parte de sus postulados identitarios (como la UCR y el Partido Socialista), son los que plantean ese tipo de reformas a la legislación del trabajo y de la seguridad social.
Las medidas de gobierno que anuncian, en caso de triunfar en las próximas elecciones, implican la deconstrucción de los derechos sociales con la consiguiente transferencia de ingresos en favor del capital concentrado, sustentadas en la represión de toda protesta gremial reivindicativa y defensiva.
La modernización que proclaman no supone otra cosa que retrotraer a la Argentina a aquellas etapas de mayor injusticia social, con formulaciones que siempre culminaron en tragedias y en el empobrecimiento de la población trabajadora.
Pretender que el salario -directo y/o indirecto- cuya participación promedio en el costo de producción de bienes y servicios oscila entre un 2% y un 6% conspira contra la competitividad, es un claro falseamiento de la realidad.
Otro tanto, atribuir a los derechos laborales la responsabilidad de la falta de creación de empleo, menos aún si se lo pretende de calidad, digno y como un medio para la realización personal.
Han sido las luchas por un trabajo digno las que posibilitaron una movilización social ascendente, el acceso a bienes esenciales (a la salud, a la educación, a la vivienda) y el efectivo ejercicio de derechos civiles y políticos por la clase trabajadora.
Honrar esas luchas y sostenerlas
El 1° de Mayo representa justamente una síntesis de esas luchas, de los avances en procura de una sociedad más justa y más igualitaria, a la par que el rotundo rechazo a las violencias que provoca el Mercado cuando se libera de toda regulación y del necesario control del Estado como garante del bien común.
Sería una imperdonable ingenuidad confiar en que el Capital librado a sus propias reglas, que no son otras que las que aseguran la apropiación de la riqueza que genera el trabajo, decante o derrame en favor de una redistribución con equidad, resignando en medida alguna su principal objetivo: acrecentar y concentrar las ganancias.
Resignificar el 1° de Mayo hoy, implica tanto recordar a los que entregaron sus vidas en 1886 (que pasaron a la Historia como “Los Mártires de Chicago”) como a quienes también, desde entonces, continuaron sus luchas por la consagración de nuevos derechos laborales y la defensa de los obtenidos, tomándolos como referentes para enfrentar los desafíos actuales.
La fecha debe ser vivida como una Fiesta merecida de Trabajadoras y Trabajadores, a la vez que servir para reflexionar sobre su sentido profundo y para redoblar el compromiso colectivo por un trabajo digno, con derechos crecientes y una justa participación en la riqueza que generan las personas con su trabajo, siempre -hoy más que nunca- sujetas a las acechanzas de una codicia deshumanizante que no pareciera tener límite alguno.