Se hicieron múltiples lecturas sobre la movilización de La Cámpora desde la ex ESMA hasta la Plaza de Mayo el último 24, aunque casi todas teñidas por la crisis a cielo abierto que atraviesa la coalición de gobierno.
Sin ignorar esta coyuntura envenenada, el hecho objetivo -por su magnitud, su alcance y su repetición en el tiempo- se merece, a esta altura, algún análisis que eluda las definiciones fugaces que impone toda lucha urgente, es decir, invita a sus intérpretes a levantar un poco la vista.
Son decenas de miles de personas, quizá 40 o 50 mil, la mayoría jóvenes, que se desplazan durante 12 kilómetros por los barrios más acomodados de la CABA, en lo que se asemeja más a una procesión religiosa que a una marcha tradicional de la política.
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Según el ancho de la avenida (primero Libertador, luego Santa Fe, más tarde 9 de Julio), la columna se extiende por unas 20 ó 30 cuadras, siempre cantando los hits camporistas, al menos por cinco horas.
Con un cordón de seguridad a cada lado, que entre sus eslabones humanos no distingue géneros y que nada tiene que envidarles a los de las organizaciones sindicales más curtidas en estos menesteres.
Para ser reducida a una manifestación del poder del “aparato K”, de mínima habría que reconocer que se está en presencia de una organización disciplinada, cuantiosa, festiva y, todo indica, convencida de su contribución a una lucha de la que se sabe parte: unir pasado y presente a través del ejercicio callejero de la memoria.
Esta sería la descripción de sus protagonistas en el terreno. De los actores y la escenografía: un mar de gente y sus consignas, surcando territorios esquivos al peronismo.
Sin embargo, el hecho político añade otros condimentos simbólicos, que lo convierten en un fenómeno original. El punto de partida de la movilización, por ejemplo.
Como sucede todos los años en Polonia, en lo que se conoce como “la Marcha de la Vida”, donde miles de personas provenientes de todo el mundo caminan en el sentido inverso a las “marchas de la muerte” que llevaban a los judíos a los campos de concentración y exterminio de Auschwitz y Birkenau -un tanto para “revivirlos”, otro tanto para no dejar olvidar los crímenes del Holocausto- aquí todo comienza en la ex ESMA.
Se trata del mayor campo de concentración, tortura y exterminio de la Argentina, a escasos metros del Monumental. Donde fueron vejados, muertos y desaparecidos más de 5 mil personas, casi todos adherentes de la izquierda peronista, debido a que en el reparto de tareas del plan criminal, a la Armada Argentina comandada por el genocida Emilio Eduardo Massera se le asignó el secuestro, la tortura y la desaparición de militantes, adherentes, cuadros políticos y sindicales, y combatientes armados de la Tendencia Revolucionaria del peronismo.
No es novedad que Néstor Kirchner se reivindicaba como integrante de esa generación diezmada por la dictadura. Es noticia antigua también que la ex ESMA fue entregada por el ex presidente a los organismos de derechos humanos. Y que muchos de los miembros de HIJOS nacieron en cautiverio, precisamente, en ese predio horroroso, último lugar en el que sus madres y sus padres fueron vistos con vida.
Algunos de ellos, eligieron el kirchnerismo para militar. Y hasta donde se conoce, eso no está prohibido.
Por lo tanto, el punto de origen no es un tema menor en “la marcha de La Cámpora”. Conecta aquella tragedia del pasado con el presente. La marcha pasa a buscar a esos padres, a esas madres, a esos hermanos, a esos militantes para llevarlos nuevamente a la vida que tenían entonces.
A un lugar conocido, el destino final de la movida, la Plaza de Mayo, que es la plaza pública de las Madres y su lucha, pero antes fue de sus hijos que peleaban por un país mejor, y mucho antes de los obreros que pedían por la vuelta de Perón, y más lejos en el tiempo de los revolucionarios de 1810.
Reducir tanto simbolismo a un pleito efímero habla, sobre todo, de un análisis carente de sensibilidad política. Es como sacar conclusiones estéticas sobre una pintura concentrando la opinión en el caballete que la sostiene.
Es tan potente la marcha que se hace cada 24 de marzo, uniendo la ex ESMA con la Plaza, que cuando comenzó, en 2016, era invisibilizado por los medios hegemónicos, y como ahora -por lo multitudinario y por su incidencia en la escena del poder- ya no lo pueden tapar u omitir, entonces lo demonizan.
Asustados por lo que ven, intentan bajarle el precio, y así hablan del “aparato”, de “una demostración de fuerzas” para un 2023 anticipado y de “los micros pagos”.
Como si no hubiera historia popular, ni lucha política, ni epopeya a rememorar y los “desaparecidos” se hubieran desvanecido en el aire por voluntad propia.
No, no hablan de la marcha. Hablan de cosas que no entienden y nunca entenderán, y lo hacen en horario central, mientras el mundo a su alrededor va cambiando, sin que lo noten siquiera.