En una Argentina dividida política y culturalmente, dos formas de vida se presentan en pugna: una que pretende desestabilizar al gobierno con permanentes campañas de odio, apuntando a cimentar una realidad violenta compuesta por bandos enemigos, y otra identificada con el proyecto nacional y popular que, a raíz de atravesar la pandemia, reforzó sus convicciones sobre la vida democrática, lo común y la importancia de lo público. Este sector entendió definitivamente que es imposible salvarse sólo, que la vida es posible únicamente desde lo común, que el cuerpo es un sistema de afecciones recíprocas y que el cuidado del otro es también el propio.
El cuidado, una categoría menospreciada hasta hace poco, se visibilizó como elemento esencial para lo social y por ende como pilar para la democracia. A partir del coronavirus, el cuidado se dignificó convirtiéndose en un derecho fundamental para la vida; en consecuencia, de ahora en más se trata de una cuestión política que requiere una solución colectiva, nunca individual.
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En un triste contexto de pandemia al que se le suman cotidianos ataques del odio opositor, los militantes de la vida tuvieron que resolver una encrucijada: demostrar fuerza de apoyo al presidente asediado por operaciones mediáticas de desprestigio y cataratas de falsas noticias, afirmando al mismo tiempo una ética del cuidado.
Desde la militancia y sectores del sindicalismo se fue planteando la necesidad de realizar un acto contra el odio golpista que tenga la potencia de abrazar las almas, y que simultáneamente mantenga la distancia entre los cuerpos. Atendiendo a las demandas de las bases de expresar apoyo al gobierno y recargar energía, se decidió realizar la experiencia de un pueblo virtual, una invención de democracia participativa mediante una elaborada ingeniería.
El ataque contra la plataforma virtual resultó un episodio que se suma a la lista de acciones hostiles contra el gobierno y el Frente de Tod@s. El plan de guerra tecnológica no tuvo en cuenta la reserva popular de carne y hueso que pone el cuerpo cuando hay que ponerlo, logrando que fracasen muchas de las operaciones de los ejércitos de trolls y bots. Los expertos y los big data pueden manipular los afectos de la masa, pero se muestran impotentes frente a los sentimientos populares, que no se controlan ni se reprimen sino que se conducen.
Al igual que en 1945, los hombres y las mujeres salieron espontáneamente, se autoconvocaron y nuevamente un amor aglutinante venció al mismo odio que permanece intacto, proveniente del poder antidemocrático que rechaza a los líderes y gobiernos populares.
Saltar el obstáculo que impedía concentrarse en el sitio virtual y realizar la caravana de autos y camiones fue una “elección forzada” como decía Lacan o una “salida por arriba” parafraseando a Leopoldo Marechal.
Lejos de detenerse ante el impedimento virtual, las calles se llenaron de marchantes rebelados y respetuosos, decididos por el amor y la lealtad al proyecto. El pueblo siente y actúa dando lugar a un acontecimiento no calculado; la comprensión o el saber vienen después. Esta condición temporal no debe conducir a concebir las pasiones populares como irracionales.
Tiempo de comprender
Sólo un pueblo politizado y leal a un proyecto que lo representa es capaz de apoyar a un gobierno en medio de esta tremenda crisis. Después de intenso trabajo político y formación militante hoy se puede afirmar que el campo popular está ganando la batalla cultural. Una vez más, se comprueba que la calle es el espacio para transformar el dolor y el miedo singular en afectos políticos comunes.
El 17 de octubre pasado un abrazo popular cuidadoso permitió reforzar la energía que se necesita para subsistir en este período de crisis pandémica, sanitaria y económica. Sin embargo, el acto no sólo tuvo un efecto catártico y resistente, sino también y fundamentalmente de empoderamiento, abriendo un espacio para actuar políticamente.
No se hace política sin pasión, sin una vinculación sentimental entre dirigentes y pueblo. En ausencia de tal nexo, las relaciones se reducen a un orden puramente burocrático.
El pasado 17 de octubre se renovó un pacto de lealtad y de amor entre el presidente y el pueblo, constatándose el consejo de Cristina, el 10 de diciembre, en el acto de asunción: "Presidente, confíe siempre en su pueblo, ellos no traicionan, son los más leales…no se preocupe por las tapas de un diario, preocúpese por llegar al corazón de los argentinos y ellos siempre van a estar con usted".
Nora Merlin
Psiconalista
Magister en Ciencias Políticas