El siglo XXI pareciera ser el tiempo de la sobre oferta de posibilidades, contenidos, expresiones culturales, y entretenimientos. El modo de existencia que enmarca nuestra vida desde hace veinte años se sostiene, y al mismo tiempo reproduce, una sociedad sobre excitada, híper estimulada por el deseo y la necesidad permanente de estar conectadxs. En la era digital los modelos comerciales cambiaron para siempre y los consumos, tal como se producían en el siglo XX, no existen más. Las industrias culturales en este marco además de producir dedican gran parte de su tiempo a la puesta en marcha de estrategias de posicionamiento digitales con el objetivo de mantener cautivxs a lxs consumidores y lograr que pasen allí la mayor cantidad de tiempo posible. La competencia entre contenidos y plataformas es por el tiempo de atención, las escuchas, las vistas, los likes y puntuaciones. Como explica Esteban Lerardo, en su libro “La sociedad de la excitación”, la nuestra es una era de la religión del entretenimiento como valor en sí mismo y desde ese paradigma “los que elaboran estrategias de mercado buscan también la conquista de todo nuestro tiempo libre para aumentar el consumo”.
La industria de la música por supuesto que también forma parte de este panorama. En los últimos tiempos las formas de producir, distribuir y consumir música han sido impactadas fuertemente y modificadas por las tecnologías digitales y las diversas plataformas de streaming como Spotify, YouTube, Apple Music, Deezer, Amazon Music o Bandcamp, son las que hegemonizan casi la totalidad del contenido disponible. ¿Pero cómo es que las nuevas plataformas digitales influyen en el consumo actual de música? Básicamente a partir del accionar de los famosos Big Data, el “Machine learning” y la intervención de los algoritmos. Estos métodos son una parte central de todas las plataformas online y han cambiado por completo las maniobras de posicionamiento. Nuestrxs perfiles, gustos, formas o hábitos de escucha, son monitoreados e incorporados a las bases de datos junto a información de otrxs usuarios y suscriptores para crear eco sistemas de “cercanía”. Lo que hace este sistema es llenar una tabla a partir del consumo y las puntuaciones de lxs usuarixs, predecir gustos y sugerir por ejemplo bandas o temas que , según sus cálculos, podrían gustarnos.
Hernán Escudero, sociólogo y científico de datos, plantea que esto no es algo completamente nuevo. En realidad las plataformas hoy en día se convirtieron en medios masivos de comunicación que nos proponen contenidos o recomendaciones como antes los hacía las radios o Mtv . Pero el tema se vuelve más complejo cuando se observa el trazado más fino . Escudero explica que el algoritmo en principio genera un análisis del audio a partir de la traducción del sonido o las ondas a datos, esencialmente porque las computadoras no entienden de palabras o emociones, sino que entienden de números. “Spotify tiene por ejemplo una interfaz a partir de la cual se ofrece datos sobre las canciones como por ejemplo la “bailabilidad” de un tema, el ratio de la proporción de instrumentalidad con respecto a lo cantado, o el género al cual se identifica, etc. Otra de las formas es lo que se conoce como NLP o procesamiento de lenguaje natural que analiza las palabras y de qué hablan las canciones. Los algoritmos te recomiendan temas que hablen de lo mismo”, describe el sociólogo. Con esa información se analizan y miden los grandes éxitos, y por eso es que muchos artistas a la hora de componer y producir elijen repetir los formatos que saben que funcionan y les garantizarán una mayor llegada a las audiencias en redes sociales y plataformas.
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Los algoritmos actúan y logran captar un volumen importante de información sobre diferentes aspectos de nuestras vidas y a partir de ello generan un “servicio” que para muchxs usuarios es práctico y confiable. Sin embargo coexiste con una dificultad que parece hoy no tener salida y es que las plataformas así como te muestran algunas cosas, ocultan otras. Como sucede con la Coca Cola, nadie conoce la fórmula del algoritmo de Spotify. Se trata de información que arrojamos a la nube pero de la cual no tenemos control o gobierno alguno. Esto obliga a preguntarse muchas cosas: ¿Qué ideas o pre conceptos producen esos algoritmos sobre nosotrxs? ¿Cuáles son las consecuencias no previstas de este funcionamiento en el arte? ¿Choca aquello de alguna manera con ciertos límites éticos?
Toda tecnología tiene ventajas y desventajas, y Escudero en este sentido plantea la fuerte necesidad de cuestionar la idea falsa que se ha creado de que lo que no se puede construir en formato de datos esencialmente no existe. “Si vos tenés una banda y no generás una manera de comunicarlo o trascendencia es como si no existieras, y a gran escala eso es un gran problema porque hay un montón de expresiones artísticas o identidades que no llegan a los algoritmos, no son debidamente captadas de la realidad o no han sido debidamente tamizados por las nuevas estructuras que nos han sido impuestas”, argumenta. Como define Ierardo se pone en marcha una “arquitectura social de una monotonía sonora, de un oído entretenido en las repeticiones de los mismos flujos sonoros que impiden la activación de la curiosidad por escuchar sonidos distintos”.
¿Se puede predecir el próximo hit?
En relación a las formas de producción musical también se visualiza un cambio drástico vinculado a las plataformas y su objetivo central que es la retención de audiencia y la necesidad de que haya más gente conectada la mayor cantidad de tiempo posible.
Nicolás Madoery es director y co fundador de la productora 432 Hertzios, representante de la distribuidora digital Ditto Music en Argentina, especialista en diseño de estrategias para proyectos musicales, marketing digital y formación en gestión musical. Sobre esto señala que los modelos de producción musical actuales buscan que su contenido colabore con esos objetivos: “las producciones musicales están condicionadas por la posibilidad de que una persona las pase o las deje. Por ejemplo cuanto más larga es una canción hay más chance de que la gente la cambie, porque te cansás , te aburrís. Por eso muchas canciones hoy en día empiezan directamente con el estribillo, o duran menos de 3 minutos”.
El director de 432 subraya que mucho de lo que ocurre está ligado a decisiones empresariales, sobre todo de las multinacionales que manejan el negocio de la música como Warner y Universal, que buscan números y reproducciones, y definen qué tipo de artistas producir. La industria tiene múltiples capas y hoy las plataformas de streaming hacen que estén todas juntas en un mismo lugar. “Hoy lxs artistas # 1 no llegan por haber sacado un álbum en un año, sino por sacar singles cada dos semanas. La estrategia es apuntar a generar tracks que le hablen a la mayor cantidad de gente posible, lograr una comunicación muy fuerte y que tengan un mood que funcione bien para una gran cantidad de cosas. El caso de Bad Bunny o J Balvin es eso”, relata. La clasificación de los “moods” es una de las formas más usadas de analizar las canciones. El mood puede definirse como el estado de ánimo general que un track refleja: alegre, enérgico, triste, reflexivo, más introspectiva, etc. “Dependiendo de las características sonoras a las canciones se les asignan ciertos moods por sistema. El algoritmo detecta ciertas características y la clasifica. Las canciones que permiten poner varios moods interpelan a mayor cantidad de audiencia”, explica.
Bad Bunny es hoy lo más escuchado del mundo. En los últimos días, por el cierre del año, las plataformas de streaming dieron a conocer las listas que conjugan las tendencias musicales que marcaron los últimos 12 meses, y mostraron su fuerte liderazgo con más de 8.300 millones de streams. El sencillo más exitoso es “Dákiti” con 280 millones de clicks en Spotify y Youtube, y su álbum “YHLQMDLG”, lanzado a fines de febrero, es también el álbum número uno. Para tomar noción del fenómeno se lo puede comparar con John Lennon, uno de los artistas más importante del siglo XX y un símbolo de la cultura popular universal. En Spotify la canción más escuchada del ex Beatle es “Happy Xmas (War is Over)”, de 1971, que acumula más de 236 millones de reproducciones, mientras que en Youtube la que lidera las listas es “Imagine” con 190 millones de escuchas.
Música para barrer, canciones para Tik Tok
Por supuesto que el acto de escucha y goce de un contenido, como puede ser la música, es una experiencia subjetiva, personal e intransferible. ¿Pero es realmente así en la actualidad? ¿Cómo podemos caracterizar el consumo del siglo XXI? A diferencia de lo que pasaba en el Siglo XX hoy la música tiene que producir necesariamente experiencias complementarias o cumplir una determinada función. En gran parte de la población se ha perdido la costumbre de “escuchar música” como hobbie o actividad en sí misma. Hoy la escucha es más dinámica pero también más liviana y desaprendida, y generalmente asociada a momentos y estados emocionales. “Vivimos un consumo muy de playlists por lo que hay canciones que cumplen una función muy específica que es acompañarnos en determinado momento o acción y no más: el deporte, la tarea doméstica, un baile en Tik Tok, el traslado en auto”, dice Madoery. Mientras en el siglo XX solíamos tener un cierto volumen de música finito en formato físico que escuchábamos de forma periódica y activa, ya sea en vinilos, casetes o CDs, hoy la oferta es infinita e inabarcable, y se desarrolla en forma de picoteo, por lo que muy raramente se escucha un álbum entero.
Sin caer en reduccionismos o análisis lineales, las formas en que la música circula, se producen, consumo, y las experiencias en relación a ella, nos sirven para acercarnos un poco más a comprender la sociedad en la que vivimos y los cambios que se producen. No sólo en términos del consumo en sentido estricto, sino a partir del mundo de los simbólico y estético que se activa alrededor. La fascinación por el entretenimiento y la repetición de patrones sonoros, audiovisuales, culturales, a la larga puede inhabilitar la escucha de la diversidad y erosionar las potencialidades del arte como tal. Todo lo contrario a lo que aspiraba Brian Eno en los 70’s con la música ambient, que incentivaba una escucha activa, expansiva y profunda. Pensando en el futuro post pandémico tal vez sea un buen momento para empezar preguntarse, incluso desde adentro, qué tipo de industria se está construyendo y qué lugares permite para el crecimiento genuino de las múltiples expresiones .