El desencadenamiento del Covid-19, allá por el 2020, causó varias especulaciones teóricas sobre el mundo que advendría después de la crisis. Ninguno de los filósofos “oraculares” aficionados a las predicciones acertaron sobre cómo sería la vida en la postpandemia.
Por ejemplo, Slavoj Zizek anunció en los aciagos días de cuarentena que el futuro sería socialista y que el virus iba a matar al capitalismo. Byung-Chul Han sostuvo que nos dirigíamos hacia un régimen biopolítico de vigilancia digital, un sistema de control en el que nuestras comunicaciones, cuerpos y salud se iban a convertir en objetos monitoreados constantemente.
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A contramano de lo anunciado y esperado, ninguno de los filósofos más reconocidos a nivel planetario, pudo predecir que el anudamiento entre neoliberalismo, pandemia, guerra y el cambio en la hegemonía mundial, iba a traer como resultado un avance global del fascismo. Cristina, en su último discurso del 17 de noviembre en La Plata, durante el acto del Día del militante afirmó: “La década de la pospandemia viene fulera, muy fulera. Los próximos años vienen con graves problemas geopolíticos, con disputas por encima de nuestras posibilidades”.
La Vicepresidenta refirió que la Argentina debía refundar el pacto democrático: “Nunca más muerte por pensar distinto”, porque un fascismo revigorizado con acciones terroristas y discursos de odio ha resurgido en nuestro país. Cristina afirmó en su discurso que las prácticas fascistas constituyen un obstáculo a la democracia, entendida como el derecho a la vida. En ese sentido, la lideresa plantea una nueva frontera antagónica delimitando el conflicto político como “Vida o muerte”. Se trata de Eros o Tánatos, diría Freud.
Es necesario, afirmó Cristina, restituir el orden y garantizar seguridad, dos componentes esenciales para la vida que, según la lideresa del Frente de Todos, es el rasgo principal, lo que diferencia una democracia de un Estado terrorista. La democracia en tanto espacio plural y no fascista debe asegurar el derecho a la vida del que piensa distinto.
Las angustias y los miedos en la subjetividad desencadenados por el coronavirus, fueron cooptados por los discursos de odio de la derecha derechizada con la complicidad de los medios corporativos y la mafia judicial. La fascinación social con los discursos de odio y las mentiras proferidas por los medios ha causado una debilidad mental generalizada.
El fascismo hoy ya no es un cuerpo extraño, sino que se infiltró en la democracia argentina y atravesó la barrera ordenadora del “Nunca más”. Cuesta aceptar que una fuerza a la que la cabe el nombre de fascista, porque normaliza la violencia de género, los discursos de odio contra los que piensan distinto y que rompe el pacto democrático, logre ser deseada y votada por muchísima gente. Se trata del accionar de un fascismo renovado encubierto por el accionar del “monárquico” poder judicial que, en lugar de garantizar la justicia, realiza golpes de estado o impide el funcionamiento de los gobiernos populares.
Una dinámica que vacía la institucionalidad democrática y la cultura política permite sostener la conclusión, que se infiere del último discurso de Cristina, de que hemos dado marcha atrás hacia tiempos predemocráticos que creíamos ya superados. Estamos en presencia de una democracia de baja intensidad que amerita ser repactada.
De ahí que la lideresa del pueblo plantee restituir el orden y la seguridad, que, aclaró, no significa el debate berreta entre manoduristas y garantistas, sino el orden y la seguridad que implica la comida en familia y no en comedores, el trabajo equilibrado con los precios y también, en sentido estricto, repensar las fuerzas de seguridad, que a veces en lugar de plantear soluciones son parte del problema.
Ni la idea de orden ni la del trazado antagónico entre vida o muerte o democracia y fascismo son nuevas en Cristina, sino que hace tiempo que las viene elaborando. El 19 de noviembre de 2018, en el Club Ferro Carril Oeste, la expresidenta participó en el Primer Foro de Pensamiento Crítico, organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Durante su disertación, afirmó: "Derechas e izquierdas son categorías perimidas. Tenemos que acostumbrarnos a eliminar esta forma de pensar y concebir una nueva categoría de frente social, cívico y patriótico, donde se agrupen todos los agredidos por el neoliberalismo". Mala división aquella entre los que rezan y los que no. En nuestro espacio hay pañuelos verdes y también celestes. Y tenemos que aprender a aceptar eso sin llevarlo a la división de fuerzas. Puede costar y no gustar, pero es lo que pienso. Esto excede izquierdas y derechas para ingresar en la categoría de pueblo”.
En esta distopía que vivimos, el conflicto político ya no es entre izquierda y derecha, sino ente vida y muerte o entre democracia y fascismo.
Esta afirmación constituye un llamado a la construcción de hegemonía, una unidad democrática y antifascista, porque tal como sostuvo Cristina en el último acto del 17 de noviembre: “Es necesario acordar políticas porque las elecciones se pueden ganar, pero los condicionamientos son tan profundos que va a requerir que todos los argentinos, o la mayor parte, tiremos todos juntos para el mismo lado. Si no, nuestro país será difícil para cualquiera”.
Para colmo de males se nos fue Hebe.