Una nueva etapa política

Las recientes movilizaciones y el desgaste del gobierno de Milei indican el inicio de una etapa de mayor dinamismo político en Argentina, marcada por tensiones, movilización social y disputas dentro de la oposición.

23 de marzo, 2025 | 00.05
Una nueva etapa política Una nueva etapa política

El destacado dirigente político e intelectual boliviano Álvaro García Linera acaba de salir al cruce de las expectativas de los sectores populares y progresistas de América Latina en la inevitabilidad de la ruptura de sus pueblos con los procesos neoliberales que allí se desarrollan. No hay duda de que es así: más aún nunca ha sido así: las experiencias populares transformadoras nunca son el producto automático de la injusticia y del abuso de los sectores dominantes. A la inversa, tampoco puede asegurarse que la resignada paz que parece reinar en algunos países -incluido el nuestro-pueda mantenerse en condiciones sociales de franco y progresivo deterioro de sus condiciones de vida. La experiencia política popular tiene una complejidad mucho mayor que la que proponen las miradas deterministas o fatalistas. 

Ahora bien, igualmente equívocas y peligrosas son las lecturas basadas sobre la impaciencia, sobre la seguridad en la infalible potencia de los sectores dominantes. Si salimos de las abstracciones y nos internamos en las experiencias políticas reales, hay que aceptar que, por ejemplo que unos días antes del desembarco militar argentino en las islas Malvinas, prácticamente nadie afirmaba la inminencia de la crisis y la caída del régimen militar que se había apoderado del poder en 1976. Y tampoco en el final del año 2001 nadie creía en un derrumbe político inmediato del gobierno de De la Rúa: por el contrario, las encuestas de opinión de entonces, sostenían la continuidad del apoyo al plan de ”convertibilidad” que, en apariencia había “terminado” con el fenómeno de la inflación en nuestro país. Los actores principales de aquel drama ignoraban drásticamente que empezaba a derrumbarse ese plan y, con él, el gobierno que lo implementó.   No hay futuros “escritos” en las experiencias populares, lo que no significa que la realidad pueda transformarse sin que el cambio pase a ser bandera de determinadas clases y sectores populares. 

En estos días hemos asistido a una activación en la movilización urbana  en la capital del país. Sus actores centrales fueron los jubilados y jubiladas. Sus formas fueron pacíficas y organizadas; la violencia -que la hubo y en escala totalmente desproporcionada vino de las fuerzas de seguridad. Su impulso vino de una decisión de la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, que tuvo más que ver con el impulso desaforado e irresponsable de la funcionaria que con la exigencia de la situación concreta. El final provisorio  estuvo más cerca del debilitamiento político de la ministra que con la conducta de quienes protestaban pacífica y ordenadamente. 

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Los hechos en la ciudad de Buenos Aires no pueden considerarse una “pueblada”y mucho menos un levantamiento popular pero son una señal que sería equivocado para unos y otros ignorar. Por lo pronto, tuvimos una protesta la semana siguiente en la que no se produjeron incidentes serios y no se reiteraron las escenas de violencia de las semanas anteriores. Como suele ocurrir, la protesta exitosa generó novedades en las formas de movilización, en su composición y en su potencia: las hinchadas de fútbol confraternizando en la lucha social constituyó un hecho sin ningún antecedente. Algo nuevo sucedió en la política argentina, aunque la inmediatez de los hechos impida sacar conclusiones sólidas y duraderas. Esta nueva etapa se entronca con la fecha simbólica del 24 de marzo, cuando se cumplirá un nuevo aniversario, el número 29, del asalto el poder de la última dictadura militar en Argentina. 

Y paralelamente empieza a asomar la cercanía en el tiempo de la elección legislativa de medio término. La semana que termina vuelve a registrar la presencia política central de la ex presienta, Cristina Kirchner.  Y el hecho no puede dejar de enmarcarse en la existencia de una querella en el interior de la principal fuerza de oposición en la Argentina. La candidatura de Cristina, si se afirma lo que se insinúa con mucha fuerza tendrá que medirse con la de su ex ministro Axel Kicillof, al frente de un sector importante del peronismo, el que gobierna nada menos que la provincia más poblada y políticamente importante del país. 

Por ahora vivimos los primeros preparativos, pero claramente estamos entrando en un período de definiciones políticas muy importantes. El gobierno, por su parte, ya no vive su luna de miel. Su apoyo ha disminuido -aunque no bruscamente- pero la imagen de Milei no salió ilesa del doble proceso de la publicidad de la corrupción -que tiene como blanco al propio presidente- y su une de modo muy problemático con una crisis económica en pleno desarrollo, para la que la intervención de “ayuda” del FMI, lejos de alivianar las tensiones, las acrecienta y multiplica.

No hay, pues, efectivamente, una “situación revolucionaria” en ciernes. Pero hay una notable activación política en la Argentina. Y toda nuestra historia habilita la percepción de que entramos en una etapa dinámica y, tal vez, bastante imprevisible. Lejos de ser un problema, el proceso en el que estamos puede alcanzar el significado de una etapa de mayor movilización, de mayores tensiones, tanto como de reactivación y recreación de la vida política argentina.