Desdolarizar: ¿epopeya o misión imposible?

27 de septiembre, 2020 | 15.26

Paul es taxista en Johannesburgo. Tiene base en el aeropuerto y trata a diario con viajantes. Pero no quiere saber nada con cobrar en dólares: “No conozco los billetes, no sé cuánto valen y es un problema porque el banco cobra por cambiarlos. Prefiero que me pague en rands”, dice, firme pero cordial. Episodios similares se repiten en otros países de África, Asia, Europa y América Latina. Salvo en localidades con alta densidad turística, "la gente" piensa en moneda local. No saben, ni les importa saber, cómo cerró el cambio del día. No están desesperados por acumular dólares bajo el colchón. No sufren la obsesión verde que desde hace décadas martiriza a los argentinos ¿Cómo hacen?

"Argentina tiene una economía bimonetaria" se suele afirmar, y con razón. Pero no es obra de una maldición ni de un desastre natural: la obsesión por el dólar es consecuencia de décadas de políticas económicas extractivistas y especulativas que destruyen el valor de la moneda local. En 2006, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos elaboró un completo informe sobre la tenencia de billetes verdes en el exterior. Con un atesoramiento promedio de 1.300 dólares per cápita, la Argentina lideró el ranking global. El podio se completó con Panamá –cuya economía está dolarizada– y Rusia. Nada parece haber cambiado desde que se difundió aquel trabajo. La devoción de los argentinos por los billetes con el rostro de George Washington es una rareza que convendría erradicar. 

La compulsión verde constituye un ancla para el desarrollo del país. Cada ciclo de crecimiento se desliza sobre una manta corta que los economistas llaman "restricción externa": cuando la economía mejora consume más dólares de los que produce. La escasez comercial es potenciada por la fuga de los individuos que ahorran en divisas -un 10% de la población, según la demanda de los últimos meses- y la sangría a gran escala de los que especulan con devaluaciones, seguros de cambio y tasas de interés.

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Desde que la dictadura impuso la financiarización de la economía, los gobiernos argentinos se percibieron obligados a negociar con los tenedores de dólares, como cerealeras y banca. Incluso le entregaron la llave del ministerio de Hacienda, como hicieron Carlos Menem con Bunge & Born, y Mauricio Macri, con banqueros y buitres financieros. La consecuencia: ciclos continuos de endeudamiento, saqueo, concentración de la riqueza y empobrecimiento general.

Por efecto de la herencia y la pandemia, el gobierno de Alberto Fernández enfrenta la misma encrucijada que sus predecesores: negociar con los acopiadores de dólares o aprovechar la crisis para emprender el necesario camino de la desdolarización. Ambos senderos están plagados de trampas. El primero pone al país en manos de sus depredadores. El segundo es una montaña rusa de tensión política e inestabilidad institucional: los dueños del dinero manejan a los medios masivos de comunicación -que moldean "sentido común" en favor de intereses concentrados- y a buena parte del sistema político, con extremos dispuestos a tirarse sobre la granada para proteger "a los ricos porque son pocos", según la exótica pero contundente explicación del agrodiputado cambiemita Ricardo Buryaille.

"Tenemos que acostumbrarnos a ahorrar en pesos" dijo el presidente Fernández luego de disponer el "supercepo" cambiario. ¿Un anticipo de que el gobierno se dispone a hacer de la necesidad virtud? El oficialismo trabaja en medidas para desdolarizar las transacciones cotidianas, incluso en el mercado inmobiliario, dónde anida una de las bacterias que provoca la persistente fiebre verde local. Pero habrá que ver para creer. Una cosa es segura: en las arenas movedizas por las que transita el gobierno, no son prudentes los amagues.

 

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Adrián Murano

Nació en el barrio porteño de Villa Urquiza, en 1973. Egresado de la escuela de periodismo Taller Escuela Agencia (TEA), lleva 30 años desarrollando el oficio de periodista en radio, gráfica y tevé.
En radio trabajó en las radios América, La Red, Del Plata y Somos Radio, entre otras emisoras, donde cumplió tareas como productor, columnista y animador. En la actualidad conduce Verdades Afiladas, en el mediodía de El Destape Sin Fin, de Buenos Aires.

En televisión fue columnista político en las señales de noticias A24 y CN23, participó de ciclos periodísticos en la Televisión Pública, y condujo el programa de entrevistas Tenemos Que Hablar (#TQH).
Escribió sobre actualidad política y económica en Noticias, Veintitrés, Poder y Perfil, entre otros, donde cumplió tareas como cronista, redactor y editor.

En la última década ejerció la secretaría de Redacción en el diario cooperativo Tiempo Argentino. En la actualidad escribe y edita en El Destape.

Publicó los libros de investigación periodística Banqueros, los dueños del poder (Editorial Norma) y El Agitador, Alfredo de Angeli y la historia secreta de la rebelión chacarera (Editorial Planeta).