Durante más de 200 días, familias de clase media más o menos acomodadas debieron afrontar en sus casas una tarea incómoda que siempre eligieron delegar: limpiar. Esto sucedió, claro, entre quienes se tomaron con seriedad las medidas de aislamiento para evitar la expansión del coronavirus. Ahora, Horacio Rodríguez Larreta prepara un protocolo que permita la vuelta al trabajo de las empleadas de casas particulares, al menos las que residan en la Ciudad, que son apenas el 30% de las que trabajan en hogares porteños. La medida empezaría, sobre todo, a aliviar la situación económica de uno de los sectores más castigados por la pandemia, en su gran mayoría, mujeres pobres y jefas de hogar. Y sería, además, un aliciente para quienes, previsiblemente también mujeres, debieron en estos meses afrontar en casa la doble carga del trabajo remoto y el doméstico.
Las trabajadoras domésticas en Argentina
Según el estudio “Las trabajadoras de servicio doméstico en Argentina”, realizado por la economista Natsumi Shokida durante el primer trimestre de 2020 para Economía Femini(s)ta, el sector está compuesto por casi 900 mil personas, de las cuales el 98,5% son mujeres y representan un 16,4% del total de las ocupadas. O sea: es el rubro que más empleo genera entre las mujeres. Y uno de los más maltratados.
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En efecto, de acuerdo a un informe de la Unión de trabajadores Domésticos y Afines (UTDA) sobre las condiciones laborales y sociales del gremio en pandemia, se ha podido constatar que, a pesar de la prohibición de echar personal durante este período, se produjeron una gran cantidad de despidos sin causa justificada, en especial de las empleadas que trabajan de manera informal, que son muchas. En gran cantidad de casos, dice el informe, “los empleadores les exigen a sus empleadas trabajar a pesar de que sus tareas no se encuentran comprendidas dentro de las actividades exceptuadas del ASPO, bajo amenaza de despido o del no pago de los correspondientes salarios, poniendo de ese modo en serio riesgo su propia vida y salud y la de su grupo familiar conviviente”.
Por lo pronto, el protocolo que este lunes presentaría el Gobierno de la Ciudad podría resolver lo que en muchos hogares de clase media y media alta se convirtió en un inconveniente inesperado. ¿Quién lava los platos que se acumulan porque todos almuerzan y cenan en casa a diario? ¿Quién barre en un hogar donde la presencia permanente de personas genera más polvo y desorden que nunca? ¿Quién cuelga la ropa, que afortunadamente supone menos lavados porque el jogging y las pantuflas se convirtieron en el uniforme cotidiano? Es más: ¿Quién limpia el inodoro, sometido a un uso intensivo y constante?
Y además, el bicho maldito obliga a mantener parámetros más exigentes de higiene, entre los que se incluye, como mínimo, pasar un trapo con agua y lavandina a los artículos recién comprados. Todo esto, claro, sin olvidar que hay que, además del teletrabajo, hay que ayudar o incentivar a les niñes a que realicen sus tareas escolares. ¡Socorro!
Las mujeres y el doble trabajo
Estos interrogantes, lamentablemente, se siguen respondiendo del mismo modo desde hace siglos: más allá del poder adquisitivo o de la clase social a la que se pertenezca, las tareas del hogar tienden a recaer sobre el mismo género: las mujeres. “Yo estoy a cargo de todo lo de la casa: limpieza, cocina, ropa, escuelas en diversos niveles, plantas, etc. Los adolescentes sólo hacen algo bajo amenaza de abandono del hogar. Doy clases por zoom encerrada o tomo cursos de la misma forma, y mi marido, como dice él, trabaja. Yo renuncié a mi trabajo de oficina porque ahí sí que iba a tener doble o quíntuple labor”, cuenta vía Whatsapp Mariana Acevedo, ingeniera y madre de tres.
La encuesta “Mujeres en cuarentena: cuidadoras de tiempo completo y sobrecarga de trabajo”, realizada por investigadoras del Conicet y de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), indagó sobre estas cuestiones en sectores acomodados. De las 550 personas que respondieron, la mayoría eran mujeres y poseían título universitario. De ellas, 427 dijeron que limpiar es la actividad de cuidado que más realizan a diario. Paola Bonavitta, investigadora del Área de Feminismos, Género y Sexualidades de la UNC, sostiene que el aislamiento social obligatorio visibiliza y acentúa la desigual carga de cuidados más allá del bagaje cultural y el poder adquisitivo: “Un mayor capital simbólico y un trabajo formal en las universitarias quizás permite que puedan ver y ser más críticas con este exceso de trabajo de cuidados, pero en los hechos ese trabajo sigue repercutiendo en el cuerpo de las mujeres”.
“No trabaja, es ama de casa”, se escucha aún en algunos lugares. Pues bien, de acuerdo a una estimación de la Dirección de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía, el trabajo doméstico no remunerado representa el 16% del PBI, por encima de la industria y el comercio.
Si algo visibilizó la pandemia es que las tareas de cuidado e higiene son primordiales para la sociedad en su conjunto. Es hora de reivindicar dichas labores, de abrir el debate sobre salarios y condiciones dignas de trabajo para las personas que trabajan en casas particulares, y, sobre todo, democratizar las labores domésticas.