Situaremos una analogía entre dos irrupciones locas y delirantes, que aparentemente no guardan relación, expresadas los últimos días en el espacio público. Una de ellas es una manifestación social y la otra una individual; nos referimos en este último caso a los resonantes y enigmáticos dichos de Eduardo Duhalde en un programa de televisión.
La primera constituye una anomalía, una reacción de rechazo y rebeldía, que se presentó a partir de la cuarentena prescripta por el Gobierno. Vimos emerger en una franja de la subjetividad una suerte de locura generalizada, un conjunto de paranoicos, no en el sentido psicopatológico sino descriptivo, saliendo a la calle a denunciar teorías conspirativas.
La franja exaltada está integrada por terraplanistas, escépticos que no creen en el coronavirus o afirman que fue creado por alguna potencia o laboratorio. Se oponen a la cuarentena porque la consideran un cercenamiento a la libertad, rechazan las vacunas aduciendo que ellas cambiarán el ADN o inocularán algún daño. Manifiestan desconfianza en la ciencia, los políticos y una posición de “estar en contra” de toda iniciativa del Gobierno de Alberto Fernández. Como ejemplos podemos citar el rechazo a la posible llegada de médicos cubanos, la reforma judicial, no ser Venezuela, no liberar a los violadores, etcétera.
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Esos reclamos no asumen el estatuto de demandas políticas, son ruidos de cacerolas y bocinas acompañados de argumentos que no resisten el menor análisis racional; constituyen acciones desestabilizadoras no articuladas, por ahora, en una organización política.
La segunda irrupción a la que hacemos referencia surgió en el contexto de un programa de televisión en el que se cocinaron muchas de las operaciones realizadas durante el gobierno de Cambiemos. En Animales sueltos, unas semanas atrás, Eduardo Duhalde expresó-amenazó con un nuevo golpe de Estado en la Argentina. Luego del masivo repudio social a esos dichos, el ex dirigente peronista se justificó aduciendo que se le había desencadenado una psicosis por efecto de la cuarentena.
Dos locuras desencadenadas durante la cuarentena, una en un sector de la subjetividad y la otra individual, como autopercepción de Duhalde. Si, como afirmó Freud, todo delirio presenta un núcleo de verdad, ¿cuál es la verdad que expresan estas dos irrupciones delirantes que aparentemente no tienen relación?
Ambos delirios muestran la desestabilización o el quiebre de la democracia como sistema simbólico ordenador.
En la época que el neoliberalismo aún no había ocupado los gobiernos la democracia, fallada e imperfecta, funcionaba como un límite, un regulador que posibilitaba, aunque injusto y desigual, cierto orden social. Estos delirios locos muestran un desorden desencadenado.
El desanudamiento de la relación democracia-neoliberalismo produce el avance de la ultraderecha global que se muestra como locura sin velo, inhibición ni semblante democrático. El desanudamiento se profundizó con la crisis producida por la pandemia, pero comenzó antes del coronavirus con los golpes blandos en la región y las guerras psicopolíticas en el mundo.
Avance antidemocrático
Desde hace unos años la región padece de una ofensiva de la derecha que busca, a través de golpes blandos, desestabilizar gobiernos democráticos. Los agentes del golpismo ya no son las Fuerzas Armadas sino las operaciones –fake news, lawfare y la instalación del odio hacia los gobiernos populares– que realizan los medios de comunicación corporativos, parte del poder Judicial y un sector del poder político articulado a las corporaciones.
Lo que comienza a llamarse extrema derecha global avanza por la senda de la decepción que dejó el neoliberalismo y el anhelo de venganza contra un enemigo construido por el poder; este es el camino que llevó a Trump y Bolsonaro a la presidencia. Emplea las guerras psicológicas utilizando las nuevas tecnologías para condicionar conductas y manipular a las poblaciones. El campo de batalla principal transcurre en los medios de comunicación hegemónicos y las redes sociales con sus ejércitos de trolls. En plena pandemia activan, incitan como nunca antes, a tomar las calles.
La estrategia de la derecha consiste en ganar la cultura construyendo imaginarios, un nuevo sentido común caracterizado por valores racistas, nacionalistas y antifeministas; escepticismo, desprecio y odio son los rasgos predominantes. Rechazan el comunismo, la globalización, la ciencia, cuestionan la política y la corrupción de los Estados. Buscan gestionar el desorden y la generación de conflictos internos a través del manejo de la información, la vigilancia, la simulación y el engaño de los medios de comunicación y las redes.
Hace un tiempo algunos pensábamos que la bolsonarización no sería factible en el país del peronismo, el sindicalismo, los movimientos sociales y los organismos de DD.HH. Todo llega y a veces por lugares imprevistos, el coronavirus fue uno de esos no calculados.
La pandemia, lejos de pacificar la llamada grieta y unirnos contra el virus se está transformando en algo brutal que potenció el enfrentamiento entre dos modelos de país dividido por campos enemigos, y está conduciendo a la muerte a un número altísimo de víctimas.
En plena pandemia, el poder desestabilizador de la derecha local llama a desobedecer la cuarentena propuesta por el Gobierno de Alberto Fernández. En franca actitud golpista, encubierta por una retórica y una estética republicana (uso de banderas, manifestaciones en días patrios, etcétera), convocan a marchas en el espacio público con la intención de boicotear la cuarentena y en consecuencia al Gobierno. Agitan el malestar social, la queja y los caprichos individuales que se expresan como reivindicaciones libertarias.
La manipulación actual promovida por los medios y las redes sociales utilizan el odio, la construcción del fantasma de robo y las noticias falsas con el objetivo bélico, propio del periodismo de guerra, de estimular la paranoia y los delirios conspiranoicos.
La batalla cultural pasa por el trabajo en varios frentes. Por una parte, el desenmascaramiento, a través de las instituciones democráticas, de las operaciones de guerra psicológica realizadas por el poder y sus “grupos de tarea” mediáticos-judiciales. Resulta fundamental en la contienda, como sucede actualmente con la reforma del Poder Judicial que busca el Gobierno, fortalecer la debilitada democracia neoliberal que heredamos del macrismo.
Por otra parte, no menos importante que la anterior, urge reconstruir la unidad latinoamericana en un contexto difícil que no desconocemos. La ofensiva de la derecha regional, planteada en la última década, dejó como saldo la pérdida de gobiernos populares.
Pese a que la Argentina se encuentra bastante sola en la región el país está llamado a producir, literal y metafóricamente a escala regional, la vacuna contra los dos virus: el coronavirus y el otro generado por la extrema derecha que hoy aparece como locura, antipopular y antidemocrática.