En un contexto de pandemia con miles de contagiados y muertos diarios, el mundo se desorganizó en todos los aspectos: económico, sanitario, educacional, social y político. Las costumbres se desestabilizaron y la vida, de un día para otro reconfigurada hacia la virtualidad, exigió un inmenso esfuerzo adaptativo de parte de una subjetividad atravesada por la angustia.
Además de las secuelas en la salud física y mental que comienzan a visibilizarse y que es necesario atender, hay algo muy inquietante que podemos definir como una mutación tecno-cultural que, si bien ya se encontraba en curso, el coronavirus precipitó y requiere ser pensada.
Nos encontramos ante una subjetividad hablada por los medios de comunicación concentrados y una configuración de cableados, inteligencia artificial, binarismos y algoritmos, que se comunica cada vez más por máquinas y cada vez menos por el encuentro de los cuerpos.
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Durante la pandemia, la cultura neoliberal en la que habitábamos se anudó a la virtualización de la vida, esto es a la sustracción o mortificación del cuerpo singular y social. Así planteada la vida, se inhibe la capacidad para detectar el sufrimiento, la piel o el olor del otro y la afectación mutua de los cuerpos, que constituye la condición fundamental del amor y la política. El espacio virtual, imprescindible en los tiempos que corren, de ningún modo reemplaza la potencia palpitante de los lazos presenciales. La materialidad del cuerpo -singular y social-, sus agujeros, pliegues y sensibilidad solo se vivifican ante la presencia de los otrxs.
El sujeto pueblo tiene a la demanda como rasgo específico de la unidad articulatoria. La presencia sustancial de la voz, “las voces de la calle”, constituye una experiencia intransferible en tanto acontecimiento plebeyo temporal.
La virtualización de la vida representa un problema sólo para el campo nacional y popular, en tanto la ideología neoliberal, basada en el rendimiento y la mercantilización de todo, no lo recorta como limitación o desvitalización, sino como un progreso y una economía.
La ideología neoliberal administra determinada construcción del cuerpo asociada al organismo biológico, al individuo, la propiedad privada y el yo limitado por la piel. La ideología nacional y popular, por el contrario, promueve otra concepción: se trata de un cuerpo construido desde el Otro, que no es sin los otros. Por lo tanto, desde esta perspectiva a la que adherimos, el cuerpo es una categoría relacional, un sistema de afecciones recíprocas que testimonian el lema feminista: “Lo personal es político”.
Esta expresión, que puso en juego la segunda ola feminista, pone de relieve las conexiones entre la experiencia personal y las estructuras socio-políticas: estamos hechos de mundo, entonces lo personal no es una posesión privada, sino de todxs.
Desde esta concepción, el cuerpo tanto singular como social se encuentra abusado por el neoliberalismo, desvitalizado por la revolución tecnológica y agredido por los efectos de la pandemia.
Se han caído las antiguas creencias, certidumbres y hoy todo está en duda: desde el libre mercado hasta la democracia, la globalización se agrieta, el Estado, una categoría devaluada por el neoliberalismo, en la actual crisis pandémica cobró protagonismo saliendo a salvar a los países.
En esta coyuntura en la que hay un derrumbe de la vieja narrativa y se debe vivir en la incertidumbre, es una obligación ética del campo popular sostener con el cuerpo algunas certidumbres, construir un presente habitable y un futuro posible.
Si la izquierda no puede estar a la altura de ocupar la calle, plantear sostenes y seguridades imprescindibles para la existencia, lo hará la derecha con su método habitual: violencia, disciplinamiento, amenazas, miedos y “soluciones” autoritarias.
Es necesario, junto con la acción del Estado orientado por la ampliación de derechos, la redistribución de la riqueza y de los medios, realizar un trabajo de expansión cultural horizontal: participar en el sindicato, el barrio, el club, etc.
La izquierda no puede actuar si no es desde una acción colectiva virtual y presencial, articulada, influyendo desde el gobierno y la comunidad; debe fundamentalmente escuchar encontrar y demandar. Toda victoria de la izquierda tiene como condición triunfar en la batalla cultural para incidir y ganar el monopolio del sentido común, que es siempre conservador.
Precisamos hacer un bloque de izquierda no testimonial, sino con vocación de poder, capaz de abrirse a sectores feministas, progresistas, comunitarios, antirracistas, etc.
En contraposición a la forma de vida neoliberal y la compulsión tanática, suicida y homicida que plantea, la política de los cuerpos es fundamental. Ante un cuerpo abusado, desvitalizado y agredido por el anudamiento neoliberalismo, revolución cibernética y pandemia, resulta imprescindible su restitución, su revitalización, convirtiéndose la reconstrucción de los lazos sociales en una forma de resistencia antifascista y en una tarea militante principal.