El desencuentro sigue siendo uno de los modos. Por estos días, no sólo se nos dificulta encontrarnos y abrazarnos. Hay otro imposible que se nos presenta y quizás no nos estemos dando cuenta. ¿Por qué no podemos ponernos en los zapatos del otro? ¿Por qué nos cuesta tanto empatizar? La invisibilización sigue siendo nuestro mecanismo de defensa más eficaz. Hartos de la espera, seguimos negando la diferencia. Buscando respuestas cerradas a cuestiones abiertas, pretendemos anticipar los efectos de este tiempo perdiendo de vista que las consecuencias de la catástrofe que representa la pandemia se verán con el correr de los años.
En esta oportunidad no quería sentarme a escribir solo. Elegí la conversación como modo de encuentro.
- Edgardo Kawior: - Alicia, ¿qué podrías decirme de lo que estamos viviendo?
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
- Alicia Stolkiner: - No sé si te puedo decir algo. Puede ser que yo esté muy cansada. Para mí esta semana ha sido de terror. De terror quiere decir que yo no soy una persona que me guste la exposición pública.
Alicia Stolkiner ha sido convocada por el presidente Alberto Fernández para sumarse al equipo de asesores sanitarios. Dicha tarea le ha requerido una enorme cantidad de entrevistas a diversos medios en estos últimos días.
- AS: Si a mí me llaman para preguntarme sobre políticas de salud mental, es mi campo. Pero hablar de cosas que están sucediendo – yo tengo un marco teórico para pensarlo, y estoy tratando de pensarlo – pero uno no puede pensar porque, por ejemplo, en estas circunstancias me estaban haciendo preguntas cada veinte minutos, es más o menos imposible.
- EK: ¿Por qué algunos ven al otro como enemigo y no resulta posible establecer un diálogo?
Leonardo Leibson: - La Argentina siempre tuvo esta zanja en el medio, no es de ahora y esto va más allá del Coronavirus. Es un problema muy nuestro. Pero como no soy historiador, ni antropólogo, ni sociólogo, no puedo decir mucho, es una impresión mía. Estoy pensando en estos tiempos que los cuerpos no entran en la pantalla, eso es verdad, que no pasan por internet, sin embargo yo estoy sorprendido de hasta qué punto hay algo de la palabra que toca el cuerpo, que no es necesariamente el sentido. La palabra, la voz, algo de la mirada, también conmueven. Algo de eso llega, toca. No digo que eso compense ni supla el encuentro concreto, pero también a veces la ausencia tiene algo, ¿no? Algo de lo que la presencia carece. Me parece que no es todo pérdida en esto. Que no es todo desventaja. Hay algunas cosas interesantes que vienen pasando, incluso pacientes que en este tiempo pueden aprovechar, les pasan cosas que de otra manera no les hubiesen pasado. Y no es para tener una visión optimista tonta, tipo “no hay mal que por bien no venga”, pero también es cierto esto. Pasan cosas que a mí me tienen sorprendido, y si bien creo que quiero que vuelva la normalidad, esto nos demuestra cuán encerrados estamos en nuestra vida cotidiana, sin la pandemia. Otro encierro, pero que no deja de serlo. No es que cuando se levante definitivamente la cuarentena, todo será maravilloso. Tampoco era tan maravilloso antes.
- AS: De pronto algo que sucede termina de catalizar algo que se venía dando. Esa es la definición mía de la pandemia, que es un desequilibrio catastrófico de un sistema que estaba en altísimo nivel de inestabilidad. De alguna manera se está deconstruyendo y se están fragilizando y terminando de romper una serie de supuestos básicos y de configuraciones subjetivas que eran hegemónicas para una determinada cultura y que están desapareciendo.
Las palabras de Leibson y Stolkiner iban resonando en mi escucha, evocando las que han venido teniendo lugar en la voz de mis pacientes. El asunto de la fragilidad. En todo caso, la grieta o la gran diferencia sería entre quienes no quieren saber nada de cuestionamientos, sólo esperando certezas y los que intentamos hacernos preguntas que quizás no tengan respuestas. La incomodidad se presenta y sospecho que su manifestación se produce ante la imposibilidad de movernos – más allá de las diferentes fases de aislamiento – nos mueve a pensar cosas que en otros momentos, quizás no las pensábamos.
- EK: El ejercicio de pensar en voz alta se transforma casi en un acto de rebeldía, o al menos, un intento para no quedarse con la pura sensación de lo inmediato. Tal vez, esta pandemia termina de catalizar algo que ya se estaba desarrollando.
- LL: No tenemos la menor idea de lo que estamos viviendo. Nos vamos a enterar de lo que ahora estamos viviendo dentro de un buen rato. Y recién ahí vamos a poder decir “ah, mirá lo que pasó”. Ahora lo estamos viviendo, y estamos metidos hasta la nariz, o hasta los ojos, no sé. Y estamos remando como podemos. Me parece que esto es algo del orden de la catástrofe, y estamos ahí, chapoteando en la catástrofe y tratando de no ahogarnos. No sólo de que no nos agarre el virus, sino que no nos pase por arriba esta situación.
- AS: Agamben dice que hay que reincorporar la experiencia en el proceso de producción de pensamiento, pero esto es un fenómeno que nosotros no nos damos cuenta de la dimensión que tiene. No nos damos cuenta de la catástrofe en la cual estamos.
- LL: Hay miles de reacciones diferentes, por eso yo no estoy de acuerdo para nada con lo que dice Manes, ni con lo que dicen otros, de la pandemia y la enfermedad mental. Creer que eso se puede prever, que se puede suponer, por lo menos está en las antípodas del pensamiento del psicoanálisis, que no es una práctica predictiva ni preventiva. Suponer que va a ser un desastre después como si la cultura que veníamos viviendo no fuera un desastre. Como si el mundo en el que vivíamos hasta Marzo fuera un mundo saludable. Para nada. No era un mundo saludable ni lo volverá a ser. Hay problemas que la pandemia pone de relieve, o tensa más algunas cuerdas, pero el sistema sigue siendo el mismo. El capitalismo sigue siendo el capitalismo, y eso no cambia por un virus. Se pone peor, quizás. Vendrá la vacuna, tal vez, pero el mundo seguirá siendo el mundo, y el malestar en la cultura seguirá estando ahí. La especulación que se hace con respecto a algún cambio positivo a mí me parece muy artificiosa.
- EK: ¿Hay algún lugar por donde vaya hoy tu deseo que resulte diferente a los tiempos previos a la pandemia? ¿O sigue circulando por los mismos lugares?
- AS: Son los mismos lugares. Yo sigo disfrutando lo mismo que disfrutaba antes. Soy una persona grande, hay pautas que son generacionales. Y tampoco he tenido una vida sencilla. No es que todo estuvo bien, no me pasó nada grave y de pronto viene esta catástrofe. A mí, para serte franca, la gente que se queja porque no puede jugar al tenis, los miro como si fueran extraterrestres. No los puedo entender. Cuando alguien me dice “estoy aburrido de estar en mi casa, no puedo permanecer más…” y yo pienso en el otro extremo, en los docentes de mi cátedra que ya están enfermos porque trabajan en servicios de salud, pienso ¿cómo hemos creado esta subjetividad? ¿Cómo se produjo esta subjetividad? Hay quienes creen que la vida es estar en estado “pum para arriba” de felicidad constante.
- EK: ¿Y qué decir del psicoanálisis en estos tiempos tan particulares?
- LL: El psicoanálisis sigue siendo una herramienta noble en este mundo, con o sin pandemia. Porque es uno de los pocos lugares donde alguien puede ir y decir todo lo que le pasa por la cabeza y hablar de sus miedos, sus inseguridades, de sus puntos débiles, de sus preguntas, de sus enojos, de sus furias, de sus broncas y no ser juzgado por eso, ni condenado. Y además, puede realmente, en el medio de todo ese fárrago de cosas, escuchar algo, y avivarse de lo que le pasa. En ese sentido, el psicoanálisis sigue siendo una herramienta interesante, válida, noble y muy actual. Muy de esta época.
*Alicia Stolkiner y Leonardo Leibson son Lic. en Psicología profesores de la Facultad de Psicología en la Universidad de Buenos Aires.
*Edgardo Kawior es Lic. en Psicología, psicoanalista. Da talleres para escribir. Seguilo en Instagram / Twitter / You Tube / licenciadokawior@gmail.com
* Ilustración: Ro Ferrer.