“La lógica del tiempo y el espacio pierden su equilibrio cuando una emoción perfora el almanaque”. Esta frase premonitoria daba inicio a cada tertulia de Domingo alrededor de un piano en el barrio de Palermo hace ya dos años, cuando no sabíamos nada del COVID-19, cuando la gente se reunía en las salas de teatro y en los bares tan cerca cómo podía. Aquel ciclo que comenzó de la mano de Pablo Citarella y Matías de Ríoja proponía suspender el tiempo por un rato para sumergirnos en la música y la literatura. Creer es un gesto que nos permite emocionar, vibrar, conmovernos. De eso se trata el encuentro entre el artista y el espectador. El arte es uno de los nombres del deseo, un intento imposible por decir aquello que va más allá – incluso – de las palabras. El arte es un generador de sensaciones impensadas. Cuando el artista es artesano renuncia a un único resultado.
En la vida cotidiana pareciera que es todo lo contrario. En esa búsqueda desesperada por encontrar verdades absolutas, nos embarcamos a la ciencia, al estudio, a la aparición de certezas en una época que nos bombardea a preguntas. Perdemos la posibilidad de crear algo nuevo, sumergidos en la lógica del éxito como el encuentro con lo esperado. Entendemos que a cada problema le corresponde una única solución y de ese modo chocamos permanentemente con quien está convencido de una verdad diferente. No escuchamos para conocer, lo hacemos para saber qué responder en discusiones que no nos conducen a mejores lugares.
Los artistas saben bien del trabajo que demandan los ensayos como un modo de aprendizaje, hay prueba y no hay error, porque en el intento por alcanzar un color expresivo se va afinando el instrumento hasta escucharlo sonar de un modo singular y único. Lo que el arte provoca, muchas veces, no se puede expresar con palabras, quizás por eso la música nos acompaña a cada momento de la vida, más aún este año tan particular en el que yendo de la cama al living sentimos el encierro.
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Se cumplen seis meses del inicio de la cuarentena. La pandemia se llevó puestas diferentes actividades, entre ellas las obras de teatro y los recitales. Aparecieron los streamings como uno de los modos de llevar la cultura a las casas. Nos hemos ido acostumbrando a ver en los diferentes dispositivos a los artistas en escena. Tal vez la posibilidad de seguir ciertos espectáculos de manera online haya llegado para quedarse, quizás en una mixtura entre público en vivo y espectadores a través de la pantalla. Prefiero pensar que la tecnología puede acercarnos. Más allá de la adicción a las redes sociales de las que se viene hablando tanto en estos días, internet abre posibilidades al encuentro con los otros. Lo vivo a diario tanto con mis pacientes, como en los talleres para escribir y hasta en los vivos de Instagram. Lo que la distancia social no permite enlazar, se alcanza en el intercambio pantalla a pantalla. Conversando, escribiendo, leyendo en voz alta, pensando con otros esta realidad que nos abruma. En el encuentro virtual ya no hay Capital e Interior, incluso las fronteras de la Argentina se borran, entendiendo que la aldea global excede las banderas y todos somos ciudadanos del mundo a pesar de las diferencias.
En octubre, quizás se acuerden los protocolos para que el público regrese, lentamente a las salas. Mientras tanto, estos “Pretextos” para encontrarnos con la música y la palabra.
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* Edgardo Kawior es Lic. en Psicología, psicoanalista. Da talleres para escribir. Seguilo en Instagram / Twitter / You Tube / licenciadokawior@gmail.com
* Ilustración: Ro Ferrer