El pasado sábado 7 de octubre ocurrió un ataque sorpresa sin precedentes de más de 12 grupos insurgentes palestinos de Gaza al Estado de Israel. En respuesta a tal ataque masivo, que pudo burlar a uno de los sistemas de seguridad e inteligencia más poderosos del mundo, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) bombardearon masivamente la Franja.
La acción armada, con el grupo islamita Hamás como principal protagonista mediático, devolvió a la escena pública un conflicto con más de un siglo de existencia. En este, el discurso hegemónico occidental ha insistido en ocultar la desigualdad entre las fuerzas enfrentadas y un sinfín de abusos, denunciados de manera intermitente por algunas voces humanitarias de la comunidad internacional.
Ante los hechos del fin de semana, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anunció a sus ciudadanos: “Estamos en guerra, y la ganaremos. Nos vengaremos por este día negro que han infligido en el Estado de Israel y sus ciudadanos. Lo que ha ocurrido hoy nunca se había visto en Israel, y me aseguraré de que no vuelva a ocurrir jamás. Hamás ha empezado una guerra malvada y cruel. Ganaremos, pero el precio será alto. Las Fuerzas de Defensa de Israel van a usar, de forma inmediata, todo su poder para desmantelar las capacidades de Hamás”.
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En pocos minutos, los medios de comunicación y la multiplicación de mensajes por redes sociales han espectacularizado el conflicto. Nos han puesto a contar muertos de lado y lado y, aunque las cifras muestran la profunda brecha en las capacidades militares entre el Estado de Israel y las insurgencias palestinas, obturan la mirada no sólo sobre un bloqueo económico impuesto desde 2007, sino de lo que los informes de ONG´s como Amnistía Internacional han calificado como una política de Apartheid del gobierno de Israel contra ciudadanos y ciudadanas palestinas.
Lo trágico es que este Apartheid, un crimen de lesa humanidad, está a plena luz del día y la prensa hegemónica mundial calla de una manera vergonzante. El lunes pasado, el Ministerio de Defensa israelí anunció que se encontraban imponiendo un asedio total a la Franja de Gaza, una estrecha porción de tierra de 40 km de largo y 11 km de ancho, donde viven más de dos millones de Palestinos, la mitad de ellos niños y niñas, y que ha sido denominada como la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.
Cuando informó esta acción militar, Yoav Gallant, el Ministro de Defensa de Israel, anunció un corte total a las provisiones de comida, agua, electricidad y gas. “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia", aseguró”. Ese es el nivel de enajenación a la condición humana que rige los destinos gubernamentales de Israel, de la mano de Netanyahu y su sionismo de tintes neofascistas.
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Desde el pasado 29 de diciembre, Benjamin Netanyahu retornó por sexta vez al cargo de Primer Ministro, de la mano de una coalición con partidos de ultraderecha sionista.
El mismo día de las elecciones que coronaron este regreso, el medio británico Financial Times publicaba en una nota de opinión: “La composición de un gobierno tan derechista también corre el riesgo de complicar las relaciones con Estados Unidos, el principal aliado de Israel”. Además, afirmaba que “si la victoria del martes consolida su reputación (de Netanyahu) de superviviente y estratega político sin parangón, también expone los feos extremos a los que estaba dispuesto a llegar para asegurar sus objetivos. Uno de los principales socios de coalición de Netanyahu será Itamar Ben-gvir, un ultranacionalista abiertamente antiárabe que en el pasado ha sido condenado por incitación al racismo.”
Ben-Gvir, el actual Ministro de Seguridad Nacional es conocido por sus expresiones contra la población árabe, e incluso apenas asumido, el 8 de enero, ordenó a la Policía retirar las banderas palestinas de cualquier espacio público en el Estado judío, por considerarla una "muestra de identificación con una organización terrorista". En este sentido, estos días se vieron imágenes de ciudadanos israelíes enfrentándose con piedras ante un grupo de policías que intentaba retirar una bandera palestina que colgaba de un cable en la calle.
El gobierno además se vio en una encrucijada cuando estallaron las protestas y huelgas contra la reforma judicial impulsada por el Primer Ministro, que, entre otras cosas, buscaba suprimir diferentes atribuciones de la Corte Suprema como la potestad de declarar ilegales los asentamientos judíos en territorio de Palestina que el actual gobierno promueve, y que tampoco pueda revisar el cambio de dirección y la transferencia de la administración militar a la autoridad civil de esos territorios ocupados, algo prohibido por toda la normativa del derecho internacional.
Llamar a la paz y condenar el genocidio
El fuego cruzado que volvió a avivarse, luego del ataque de Hamás y otros grupos políticos-armados, es un conflicto de larga data, plagado de abusos por parte de quienes, mediante un plan diseñado a medida de los intereses occidentales sobre los recursos de Medio Oriente, han promovido la ocupación Israelí en territorios densamente poblados por Nacionales Palestinos. Esto es así, aún cuando el acuerdo internacional para la fundación del Estado de Israel se fijó sobre la premisa de dos Estados.
De allí en adelante, el irrespeto de los acuerdos internacionales, el avance de Israel sobre los territorios asignados a Palestina se vió profundizado por un bloqueo económico que condena a una Nación entera a una subsistencia inhumana. Todo ataque sobre población civil merece condena. Pero ocultar tras los ataques de un grupo insurgente un crimen de Lesa Humanidad no brindará ninguna solución al drama humanitario que millones de Palestinas y Palestinos viven en Gaza y en Cisjordania.