La insatisfacción democrática

En su reciente discurso en Chaco, la vicepresidenta propuso la categoría “insatisfacción” para pensar la democracia actual.

19 de mayo, 2022 | 00.05

En su última conferencia, la clase magistral que dio Cristina Kirchner cuando recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS), propuso la categoría “insatisfacción” para pensar la democracia en esta etapa que atravesamos del capitalismo neoliberal.  

Hace unos años, allá por el 2012, Eduardo Rinesi esquematizó en un artículo que escribió para la revista Debates y Combates que dirigía Ernesto Laclau, cuatro formas en que, en nuestros intercambios, pensamos la democracia argentina: en los 80 era una utopía, en los 90 una rutina, en las agitadas jornadas de fin del 2001, un espasmo y a partir del período kirchnerista no fue tanto un estado de cosas sino más un movimiento, un proceso de democratización y ampliación de derechos

Mi último libro, La reinvención democrática. Un giro afectivo, sostiene, en línea con los planteos de la vicepresidenta en Chaco, que la democracia en el contexto neoliberal devino un simulacro. Rebajada a un procedimiento formal de elección de representantes, en el que se relativiza la libertad de elección de una subjetividad colonizada por los medios de comunicación corporativos, que obedece inconscientemente y que está cohesionada por el odio social.  

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Cristina afirmó en esa conferencia, que nuestro sistema de gobierno e instituciones, ideadas con la Revolución Francesa en 1789, han quedado vetustos. Los actuales Estados nacionales se muestran impotentes frente al surgimiento de nuevos poderes monopólicos, oligopólicos o fondos de inversión, donde la cada vez mayor concentración de la riqueza conduce a una imparable profundización de la desigualdad.

Nuestra Constitución de 1853 reformada en 1994, terminó siendo una herramienta formal que numera y describe el Poder Ejecutivo, los legisladores, el Poder Judicial, en una regulación perfecta, pero las leyes muchas veces no se cumplen o cuando tocan intereses de la élite se recurre al conservador Poder Judicial, que garantiza jerarquías y privilegios.

En resumidas cuentas, hoy los Estados carecen de instrumentos adecuados para gestionar las nuevas realidades, actores sociales, económicos, mediáticos o tecnológicos y dar respuesta a las múltiples necesidades que tiene la sociedad. Esa insuficiencia hace que crezca el afecto de insatisfacción y el discurso de la antipolítica que golpea cotidianamente a la democracia.

La crisis dirigencial al interior del poder ejecutivo debe leerse también con esa clave de la insuficiencia teórico-política del Estado: nuestro sistema presidencialista, que gobierna bajo la forma “partido”, ha caducado y aún no disponemos un modo eficaz para conducir gobiernos frentistas. Recordemos que los frentes no son simplemente coaliciones para ganar elecciones, sino que constituyen en casi toda Latinoamérica una nueva herramienta política para limitar al poder concentrado. 

El Frente es un nuevo actor político surgido en los últimos años pues ha quedado demostrado que la forma “partido” resulta insuficiente para enfrentar al poder real capitalista que hoy se llama neoliberalismo. Alberto Fernández no está encontrando la sintonía para gobernar y le cuesta comprender que no es el presidente de un partido sino de un frente. Aunque tenga la lapicera, si no institucionaliza las partes y organiza una mesa de conducción en el FdT, el presidente percibirá como un obstáculo las voces diferenciales que se expresan al interior del gobierno y se aislará de sus votantes.  

La diferencia cifra el conflicto de intereses e impide el cierre de un sistema, requiere de una plasticidad capaz de la desidentificación fascinada. Si no se sabe hacer con la diferencia, que conforma por definición la materialidad frentista, resultará imposible construir políticas de desarrollo

No se puede continuar pensando la diferencia según la identidad ya dada, sino que la articulación de diferencias hará surgir una nueva identidad si somos capaces de abrirnos a lo insólito, lo inaudito y al no saber. En otros términos, saber hacer con la diferencia implica construir el Nosotrxs, romper pensamientos o repartos binarios establecidos y constituye una garantía para la pluralidad democrática. 

Para enfrentar el avasallamiento de crecientes intereses cipayos externos y de la derecha local, el FdT, y en particular el Ejecutivo, debe articular las diferencias más allá de la forma partido sumando poder en un bloque político fundado en el interés nacional