Lo que viene puede ser un golpe bajo. Está usted avisado. No es mi culpa. En todo caso es resultado de escribir después de leer unas cifras de espanto, que dejan la boca amarga y no me permiten revolver el café sin pensar en ellas. Y es necesario (siempre) pronunciarse a favor de la vida.
El asunto es que mientras usted dormía, una mujer estuvo en la trastienda de una angustia toda la noche, y con los ojos abiertos y ardidos por el insomnio decidió que no podía seguir con esto. Es lógico. Tiene cuatro hijos y su marido se niega a usar condón. Así que no durmió suponiendo lo que le espera. Y mientras usted lee esto, ella acaba de entrar a un tugurio que huele a nausea, iluminado con una lamparita de veinticinco, donde hay unas toallas sucias, unos colchones de paja en el suelo separados por unas cortinas engrasadas que usted no tocaría ni de lejos con la punta de su paraguas. Y si viera a la doña que le va a hacer el aborto, notaría que hace tiempo que no se limpia las uñas. De todos modos lo que trae en las manos para la “operación” no es lo que usted conoce como material quirúrgico.
Pero usted ignora esa parte y no se inmuta, porque le contaron que otra mujer, acompañada de su marido acaba de entrar a una clínica, donde la recepcionista le sonríe y la acompaña por un pasillo de porcelanato italiano y coquetas réplicas de Miró en las paredes, iluminado por dicroicos muy blancos, hasta una habitación con tv cable y wi fi, donde la ayuda suavemente a ponerse una bata esterilizada y le dice que el medico viene en un minuto para el legradito. Que todo no pasa de media hora. Que se quede tranquila. Que ya llegó el anestesista.
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Las dos saben que hacen algo “prohibido”, además de angustiante.
Las dos están pasando por un trago de mierda. La diferencia son las cantidades y el envase.
No necesito decir que antes de su primer café de mañana, la primera mujer va a morir en medio de dolores que usted no consigue imaginar, sudando frio y retorcida, producto de una cosa llamada “septicemia”. No la goglée, le ahorro el trabajo: lastimada por dentro, van a comenzar a descomponerse sus órganos hasta morirse. Quizá sí, necesite decirle que esto sucede al menos catorce veces por semana en Argentina.
Así nomás es esta parte de la vida. Mientras yo escribo esto, usted toma su café, los públicos debaten en la tele entre imágenes que dan asco y los religiosos piden al cielo para que al fin caiga sobre nosotros, pecadores, las flamas del averno… las iglesias nos amenazan con excomulgarnos ya mismo.
Con nosotros van a ser más veloces y efectivos que con sus pedófilos y abusadores.
Y como la primera reacción de las iglesias fue la amenaza, no puedo sino recordar al pobre Galileo Galilei, condenado solamente porque los clérigos se negaron a mirar la realidad por el telescopio. Pero bueno, como dijo Andreas por aquella época “a Giordano Bruno le fue peor”.
Juan Pablo II, se disculpó por los horrores cometidos por la inquisición. Habían pasado varios siglos. O sea que no estaremos para el próximo pedido de disculpas, y entiendo que los libros religiosos fueron escritos exclusivamente por varones. Es la misma razón por la que creo que si los hombres tuviéramos que parir, otra sería la historia.
Es cierto que el presidente Alberto Fernandez prometió mandar la ley al congreso. Eso evitaría tener catorce mujeres por semana esperando a ver si se cumple su condena a muerte. Sería un feliz indulto a condenadas (sin crimen cometido) previamente desde el año 1886. Es cierto que hay presiones contrarias. Es cierto que hay mil problemas por resolver en el país. Es gravemente cierto que salvar a cientos (¡cientos!) de mujeres por año, es una urgencia que no permite espera. Y es igualmente cierto que en Uruguay, desde que se legalizó el aborto no se produjo una sola muerte por esta causa.
Y sí, estamos hablando, además, de salud pública. Estamos hablando de algo que existe y que puede esconder donde quiera, que total va a estar allí esperando y sucediendo siempre. Y va a pensar que está olvidablemente lejos hasta que le toque de cerca. Y va usted a salir diciendo que leyó “a un imbécil que está a favor del aborto, ¡que ignominia!” Y pues no. No estoy a favor del aborto, pero creo que es urgente despenalizarlo y atenderlo como corresponde, porque la cifra de mujeres que abortan y mueren en Argentina, es algo que no debería dejar dormir a nadie.
No se pueden cerrar los ojos, en nombre de lo que sea, ante una realidad tan brutal como la permanente muerte de mujeres que hacen y seguirán haciendo lo “prohibido” por distintas causas. No se puede. No se debe. Es cruel. Es perverso. Está mal.
Esta semana el gobierno tendrá problemas urgentes. Esta semana las corporaciones, la pandemia, el dólar, la deuda, el problema de la tierra.
Esta semana (también) como todas las eternas semanas pasadas, y todas las semanas por venir, habrá, hay, catorce mujeres condenadas a muerte. Y esperan.