Cabeza a cabeza

02 de enero, 2022 | 00.05

Cuando la marcha que recorrería Bolivia, reclamando tierra y territorio, llegó a Santa Cruz de la Sierra, un jueves de treinta y ocho grados y frentes agobiadas y pies lastimados, la pregunta fue una sola: “y que quieren ustedes?”.

El cacique Tupi Guaraní respondió sin titubear: “che aeka tekokawi opaetepegua”. Y ante la mirada de incomprensión de su interlocutor, y en un gesto solidario y tierno, sonrió apenas y tradujo: “yo busco justicia para todo.”

Corría el año 1990 y fueron 34 días de marcha.

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Era un nuevo inicio en la culminación de un proyecto que llevaba más de 10 años, que respondía a esa pregunta y concluyera con la nueva constitución de Bolivia. Pero para eso faltaban diecinueve años.

Culminaría cuando Evo Morales, siendo presidente, cumpliera con su promesa de campaña: una nueva Constitución Política del Estado. Una Constitución de un Estado plurinacional.

En ese lapso de tiempo pasaron muchas cosas: se votó por quienes serían finalmente los constituyentes, la asamblea discutió un año entero artículo por artículo, Sucre fue escenario de innumerables muestras de racismo y agresiones de todo tipo, y allí quedo expuesta la naturaleza de cada quien en esa historia.

Finalmente se votó en la Asamblea Constituyente lo que sería la nueva Constitución.

Aquello dio lugar a días de festejos y lágrimas y alegrías, hasta que caímos en cuenta que faltaba algo no menor: esa Constitución debía ser refrendada por el Congreso, y si bien Evo Morales era presidente, el Movimiento al Socialismo no tenía entonces mayoría en diputados ni en el senado.

Aquello dio lugar a intentos de negociaciones, donde la oposición solo quería esquivar la votación inventando “reuniones de consensos” que dilataban hasta la exasperación con movimientos de gato escaldado, con la pretensión de que un estallido social contra el gobierno, so pretexto de inacción, diera por tierra con todo.

Así que por ese lado no era posible.

Evo Morales lo entendió así, y las organizaciones sociales, que conocían el paño, también. Se llamó a sesión para votar la refrenda y la oposición seguía dilatando. Entonces el presidente se quitó la banda presidencial, la medalla y el bastón de mando y llamó a marcha con vigilia frente al congreso.

Evo Morales, dirigente campesino, también marchaba. A la cabeza.

La marcha fue de dos días, y la vigilia frente al congreso duró dos días más, en los que persistía una lluvia de agua muerta, con un frio que solo conocen los andinos.

Todos sentados en la plaza, y no solo esperando, sino alertas a que nadie saliera del Congreso hasta que no se votara la ley.

Cuando uno de los edecanes se acercó con un paraguas para cubrir “al presidente”, el dirigente campesino reaccionó casi violentamente: “saca eso de aquí y no estés jodiendo, vaya para donde no moleste!”. Recuperar la épica, incluía todo.

Eso y un par de cachorros de dinamita de los mineros, acabaron de resolver las dilaciones y se votó la ley que abría paso al referéndum que daría una nueva Constitución a Bolivia.

Con ese gesto, Evo Morales, dirigente campesino y presidente, despejaba su camino a la gloria de esos días del año 2006.

Un tiempo después, recordando, dijo: “es que solo querían joder al pueblo, a la mala. Y pues no los dejamos. Queríamos hablar y no. Querían por la fuerza? Pues entonces por la fuerza. Ni modo, pues…”.

Quizá valga anotar que varios de los que obstaculizaban allí, fueron protagonistas del golpe del 2019.

Hoy la Argentina se enfrenta a un debate sobre el tema de la justicia. Pero una parte del país debate sola, ya que la oposición anda libre por ahí y llegarán hasta donde los dejen.

No necesitan ni movimientos dilatorios. Ellos hacen y la gente se jode. Y ya.

El presidente Alberto Fernández quedo preso de una martingala jurídica, (que tiene más de martingala que de jurídica) debido a su naturaleza constitucionalista. Lo que está muy bien, pero resulta ineficiente frente a una suerte de logia conformada por jueces, políticos y medios de prensa. Y si no entiendo mal, tiene herramientas legales para resolverlas.

Aceptar el estado actual de cosas le quita musculo político, mientras llama a un dialogo al que la oposición no va, o va para moverse como gato escaldado mientras trabaja en los famosos sótanos de la democracia que iban a desaparecer.

Las dilaciones, llamadas a crear descontento en las propias filas hasta que todo salte por el aire, están a la puerta, y si aún no entraron es porque todavía no está listo el caldero con la pócima. Pero sigue cocinándose a fuego ya no tan lento. Estos protogolpistas (que ya no neo liberales) esperan mientras revuelven el caldo.

Es cierto que Alberto Fernández (a quien siempre agradeceremos que salvó la vida de Evo) no es como Evo Morales. Es cierto que a nadie se le puede pedir que sea lo que no es y es igualmente cierto que fue el candidato del Frente por su capacidad de dialogo.

Pero también quizá sea cierto que esté perdiendo apoyo popular.

En el tema de la justicia, el presidente Fernández eligió el camino más largo, y quizá el imposible.

Creo que el presidente Fernández está enfrascado en algo tan complejo que las mayorías no entienden y debería hacer algo que las mayorías entiendan, para recuperar la épica de la elección del 2019.

Por ejemplo, anda por ahí una fecha para marchar hacia los tribunales y el presidente cree en el ejercicio de los derechos ciudadanos. Y debe recuperar (si es que lo está perdiendo) musculo político para, en este escenario, poder avanzar y seguir gobernando.

Marchar es un derecho, y el presidente es un ciudadano, por lo tanto ese derecho lo asiste plenamente.

La marcha va a suceder y quizá el debiera marchar, como un primer paso, junto con la gente. A la cabeza.