Mañana lunes, Lula da Silva pondrá fin a sus brevísimas vacaciones en Bahía y se reunirá con dos dirigentes históricos: Gleisi Hoffmann, presidenta del Partido de los Trabajadores, y Aloizio Mercadante, coordinador del futuro gobierno.
Hay mucho para decidir y ejecutar cuando faltan apenas dos meses para que la alianza liderada por Lula asuma, el 1º de enero de 2023. Los factores de preocupación son varios.
En primer lugar, Lula hereda un Brasil polarizado. Al conocer su victoria, la noche del 30 de octubre, dejó claro que su camino era el diálogo y no la fuerza bruta. “No existen dos brasiles. Somos un único país, un único pueblo y una gran nación”, dijo en su primer discurso como presidente electo. Nadie duda de su enorme talento negociador ni de su capacidad para sumar voluntades y acercar posiciones, habilidades comprobadas desde el primer momento de su carrera sindical hasta hoy, cuarenta años después. Pero los seguidores de Jair Bolsonaro han demostrado ser no sólo muchos sino abiertamente antidemocráticos.
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No debe descartarse que tanto la capacidad de movilización masiva de los bolsonaristas como su descaro en apelar a maniobras ilegales sean usados, durante el gobierno de Lula, como herramienta de desestabilización o golpismo. Ya sucedió con la destitución ilegítima de la ex presidenta Dilma Rousseff y con el encarcelamiento del líder petista para impedir su candidatura presidencial. Los poderes fácticos (nacionales y extranjeros) que orquestaron el lawfare están intactos y en sus puestos de lucha.
Solo basta recorrer la prensa del capitalismo financiero global para comprobar que, en la lógica de Washington y sus subalternos (especialmente en esta coyuntura crucial para Brasil, Sudamérica y el mundo), Lula es el “mal menor” pero, en cuanto estorbe, se elimina. Un artículo firmado por Michael Stott en el Financial Times pone en boca de un banquero brasileño esa lógica: “Haremos que Lula sea elegido para detener a Bolsonaro. Luego, el primer día de su gobierno, pasamos a la oposición”.
En segundo lugar, como sucedió con el gobierno argentino de Alberto Fernández, el presidente electo encuentra un país diezmado. Y no sólo lo saben los brasileños sino que, nuevamente, lo señalan los medios internacionales del establishment neoliberal. The Wall Street Journal subrayó en un título los “peligros económicos” que enfrentará Lula y el Financial Times cita al politólogo brasileño de la Universidad de Columbia, Miguel Corrêa do Lago, quien asegura: “La maquinaria del estado es un desastre y tendrá que ser reconstruida. Hay un agujero negro fiscal por el programa de bienestar electoral de Bolsonaro y Lula enfrentará una oposición muy organizada en el Congreso”.
¿Se cumplirán las promesas de campaña?
El Congreso elegido en octubre es mayoritariamente blanco, masculino y de derecha. A la alianza liderada por el Partido de los Trabajadores le costará mucho construir una mayoría para avanzar en sus programas y poder gobernar. Por el contrario, el Partido Liberal de Bolsonaro tiene la mayor bancada de la Cámara de Diputados (96 escaños) y del Senado (14 de 81). No obstante, quienes seguirán dominando -como lo han hecho históricamente- son los partidos conservadores, centro y centro derecha que conforman el grupo conocido como “Centrao”.
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La transición ha comenzado. El vicepresidente electo -derechista y católico del Opus Dei- Geraldo Alckmin, tuvo una conversación fuera de agenda, el jueves, con Bolsonaro y se reunió con Ciro Nogeira, actual jefe de gabinete, para encarar los primeros pasos. Con Nogeira también estuvieron los petistas Hoffmann y Mercadante. El equipo de Lula y los dirigentes del gobierno saliente trabajarán los próximo dos meses en las oficinas del Centro Cultural Banco de Brasil, en Brasilia. Según la presidenta del PT, también se están llevando a cabo negociaciones en el Congreso con los legisladores de todos los partidos para introducir una Propuesta de Reforma Constitucional y aumentar el techo del gasto público establecido por ley en 2016. De otra manera el PT no tendría recursos para poner en marcha los programas sociales y cumplir con las promesas electorales.
A diferencia de este panorama oscuro a nivel interno, el triunfo del PT ha generado enormes expectativas a nivel internacional, sobre todo en el Sur Global. Desde Estados Unidos a China, el regreso de Lula se percibe como el fin del aislamiento brasileño. Salvo con el estadounidense Donald Trump, el húngaro Viktor Orbán y el israelí Benjamin Netanyahu, Bolsonaro cortó o debilitó los lazos de Brasil con el resto de los países.
Lula y el nuevo orden multipolar
La presencia de Lula en los BRICS es vista como un impulso para las posiciones multilateralistas en el escenario internacional y, definitivamente, como la posibilidad para el Sur Global –y sobre todo para América latina- de recuperar la centralidad. El liderazgo lulista dará nuevo impulso a la integración de nuestros países y fortalecerá la presencia de nuestra región en el mundo.
El presidente mexicano Andrés Manuel Lòpez Obrador convocó a sus pares de Argentina, Alberto Fernández, y Chile, Gabriel Boric, a un encuentro para tratar el tema de integración y cooperación económica el próximo 24 de noviembre. Los rumores dicen que Lula podría también estar presente.
El planeta atraviesa una de las coyunturas más complejas y peligrosas. Hoy el escenario central se ubica en Ucrania, pero Estados Unidos -ante su evidente declinación hegemónica y la irrupción de nuevas potencias- ha puesto en marcha un amplio control sobre nuestra región y sus riquezas. La estrategia no es nueva.
Desde el siglo XIX –y ahí está como prueba la Doctrina Monroe-, los estrategas norteamericanos recomiendan lograr la sumisión completa del continente americano para usarlo como plataforma de expansión (siglo XX) o resistencia. Nuestros pueblos, también a lo largo de las décadas, han mostrado una fuerte capacidad de resiliencia y de lucha. Por eso un Brasil liderado por Lula, aún con todas las adversidades, está en condiciones de desempeñar un papel clave para nuestro desarrollo como región, interesada en dialogar y comerciar -de igual a igual- con todas las naciones y todas potencias. Eso sí, Brasil solo no puede. América latina debe tomar conciencia y acompañarlo en esta extraordinaria oportunidad. Sólo basta con apelar a la memoria y recurrir a la experiencia adquirida en las primeras décadas del siglo XXI.