Las mayorías no odian

07 de septiembre, 2022 | 19.54

El jueves pasado, atónitos, presenciamos a través de los medios de comunicación el intento de asesinato de nuestra compañera Cristina Fernández de Kirchner, vicepresidenta de la Nación. Esta locura cometida por una persona, pero que parece tener cómplices, expresa un contexto general de odio hacia una forma de entender la vida y la política, de la cual Cristina es su referente máxima. Esa violencia ejercida directa y explícitamente contra ella, contra su cuerpo y su persona, también conlleva un mensaje directo y explícito para el resto de la sociedad.

Desde que logramos terminar con la última dictadura cívico militar en nuestro país, existe un acuerdo social de que la violencia no es la forma de resolver las diferencias políticas. Porque como pueblo hemos llegado a la conclusión de que el odio no es la base de ningún proyecto real de nación. Y nos encaminamos en la construcción de una sociedad que pueda zanjar sus diferencias sin la muerte de por medio. Lxs argentinxs dijimos nunca más hace mucho tiempo a este tipo de sucesos y no nos vamos a cansar de repetirlo, aunque haya algunxs que no quieran escuchar.

Aquellos que califican intencionadamente a este episodio como un hecho aislado, producto de un loco suelto, saben que están mintiendo. Cristina representa un proyecto de inclusión que impuso límites al poder real, y es por eso que se la agrede de esa forma. La violencia contra ella también tiene en la mira a ese modelo y a la democracia, porque permitió que, a través de la voluntad popular, ese proyecto llegara a ser gobierno. Es un odio que no pertenece a las mayorías. Es un odio de minorías intensas, que encuentran múltiples canales de difusión, y que actúa de forma concreta, generando irracionalidades tremendas como un intento de asesinato. Y que tiene, además, antecedentes cercanos, como las bolsas mortuorias en las manifestaciones, las guillotinas frente al congreso, o los pedidos de pena de muerte para la vicepresidenta. 

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Detrás del aberrante hecho de ese jueves negro, se esconde toda una construcción política y social violenta que lo sostiene y fundamenta. Construcción que eleva semejante acción al punto más alto de la violencia explícita y que forma parte de una serie de hechos sistemáticos de minorías intensas y radicalizadas en un contexto de extremo ensañamiento. Hay que decirlo sin tapujos: un sector de la política argentina no tiene ningún compromiso con la democracia. No importa lo que digan para las cámaras, como esa repetición incesante de palabras como república, independencia de poderes, o libertad. Solo basta ver sus acciones concretas para entender que, en sus bocas, esas palabras están vacías de contenido. Porque sus convicciones reales atentan contra el significado de democracia y sus actitudes lo refrendan en cada momento. Están en contra de la verdadera democracia, la que significa trabajo, educación, calidad de vida de las mayorías y ascenso social. Están en contra de la redistribución de la riqueza, de la mejora del poder adquisitivo del salario, de la asistencia social. Están en contra del verdadero objetivo de la democracia, que no es otro que la justicia social y la felicidad del pueblo.

Por suerte miles de argentinxs hablamos en la plaza, para recordarles que no queremos su forma de entender la vida. Nuestra forma de decir democracia no necesita de cámara de televisión. Alcanza con toda esa gente en la plaza diciendo: no es así, no es la manera, basta de derechas radicalizas, basta de odio, basta de pensar que nos van a detener por la fuerza y la violencia. A nosotrxs nos interesan los consensos democráticos, nos interesa la verdadera democracia, el pueblo en la calle y las políticas populares. Y vamos a defenderlos con el cuero; de la misma forma que también vamos a defender a nuestro proyecto de país y a quienes lo encarnan. Como dijo el gran Arturo Jauretche: “Las mayorías no odian, porque conquistar derechos genera alegría. Las minorías odian, porque perder privilegios genera rencor”.