El viernes 5 de Junio fue el Día Mundial del Ambiente. Decretado por la ONU en alusión, acaso homenaje, a la Conferencia de Estocolmo que en 1972 estrenó, podría decirse, el debate ecológico como cuestión esencial que entonces –hace casi medio siglo– apenas empezaba a cuestionar la relación de los terrícolas con su hábitat.
Algunos peronistas memoriosos han de recordar que justo por esos días Juan Domingo Perón empezaba a incluir a la ecología como vocablo y tema político central. Indudablemente él fue uno de los primeros ambientalistas de la política latinoamericana y quizás también por eso fue tan resistido. E incomprendido por much@s jóvenes que entonces, y en realidad, no entendíamos bien a bien por qué "El Viejo", como lo llamábamos, subrayaba esa novedad.
Hoy cuando en la tele, los celulares y las redes sociales vemos con agradable sorpresa cómo algunos animales cruzan calles y avenidas desoladas a causa de la peste –en el porteño Palermo, el Delta, la costa marplatense o aquí en la esquina de mi casa– siento una nostalgia un tanto vergonzante. No por asumir responsabilidades que no me competen estrictamente, sino por ser parte de una generación que no entendió a tiempo, en aquellos años, el desastre que se venía y que hoy está a nuestras puertas. Y lo está literalmente, y por eso los lindos animales que vemos no son una buena nueva. Como no lo es el vuelo de bandadas de pájaros atípicos, ni la iguana descomunal de un metro de largo que pasó por la esquina, ni los carayás saltando entre los árboles ni las familias de carpinchos que mansamente emergen de los camalotales.
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Sus comportamientos no deberían ser motivos de alegría para nadie, ya que esas inesperadas visitas a centros urbanos denotan solamente, y patéticamente, que el bicherío se está quedando sin sus espacios naturales.
Así, de cada especie que sale en los diarios y/o se difunden alegremente en viralizadas reproducciones electrónicas, los que se ven son sólo sobrevivientes de la masacre natural. Ellos vienen huyendo de la alucinante tala de bosques, de los infinitos campos de soja y de los innumerables, letales agrotóxicos que la voracidad capitalista riega de manera criminal. Como si nos dijeran: prepárense para rajar también ustedes, que son los que siguen.
Mirando el río Negro que pasa por las dos esquinas de mi casa pensé ayer viernes, Día Mundial del Ambiente, en esta paradoja: cuando chicas y muchachos de mi generación íbamos a los bosques y costas ribereñas de aquí nomás porque el uso y disfrute de la naturaleza era absolutamente natural, si se me disculpa la redundancia. Y lo mismo hacían correntinos, formoseños, santafesinos y de todo el país. La felicidad también podía ser pescar bagres o bogas, o cazar algún pato de entre millares, o incluso algún pecarí de los que hacían temblar la tierra, porque después los comíamos en escabeche o cocidos en las "negras", como se llamaban las ollas de hierro en que se cocinaban los bichos con sal nomás y festivamente. Sin dudas eran modos primitivos, que empezaban a ser conscientes, de saber que la naturaleza era tan sobradamente rica que nuestras aventuras juveniles eran inocuas y eternas. Y no es que fuésemos mejores, ojo, sino que éramos conscientes de tener toda la vida por delante, como un infinito que dependía de cada uno/una.
Hoy la peste nos mantiene en forzada inmovilidad, como a cientos de millones de mujeres y hombres del mundo. Los pobres y jodidos, los negros en Estados Unidos, los morochos aquí y los originarios donde quiera, ni siquiera tienen naturaleza porque han sido despojados, además, de paisajes. Y la inmovilidad y confinamiento como destino, hoy se llama muerte, y muerte porque carecen de abrigos y medicinas, como carecen de trabajo y de agua los habitantes (es un decir, habitantes) de esa Buenos Aires mal aireada y enfermante en los barrios de hacinamientos masivos.
Será que esta peste nos obliga a introspecciones, a revisar bibliotecas como hermoso, quizás último ejercicio saludable, al menos para quienes tenemos bibliotecas y somos lectores. Es la peste, sin dudas, que quizás tenemos que empezar a ver, ahora, como algo más allá de lo sanitario y lo económico. O sea como lo que también está siendo: un tiempo de paranoias y racismo y violencia.
Y disculpen si estas meditaciones parecen, o son, exageradas. Que es como decir, en cierto modo, puras divagaciones literarias.