Ante una conmoción traumática como fue el coronavirus, que desorganizó la actividad de todo el planeta, confrontó cotidianamente con la muerte y la enfermedad, interrumpió los lazos sociales y las formas de vida, es esperable el desarrollo de angustia y miedos durante y después de la pandemia.
Recordemos, una vez más, que en la Argentina la pandemia se montó sobre el virus neoliberal que odió, persiguió, expulsó, frustró, descuidó y mató. Un neoliberalismo anudado a la pandemia y a la virtualización de la vida tuvo sabor a fin del mundo. La desvitalización, el cansancio y el enojo generalizado son algunos signos que expresan una crisis en el estado anímico de la subjetividad.
La distopía existencial padecida durante casi dos años arrebató creencias, proyectos y extirpó el futuro, dejando al cuerpo social en un estado tristeza colectiva y casi sin deseos. Ante este escenario es preciso comenzar a reparar el daño económico y también el sufrimiento social; esto último significa que
necesitamos recuperar algunos sueños junto con la creencia en el porvenir.
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Dado que la pobreza no es sólo económica sino también anímica y espiritual, además de la urgente mejora salarial que se requiere para llenar
la heladera es necesario también alegrar las almas, para lo que se requieren algunos sencillos gestos de amor desde el Estado. Es preciso, desde lo simbólico, interrumpir la abulia social y alegrar los espíritus: además de una justa distribución de la riqueza, es urgente que el Ejecutivo se haga cargo y aporte gestos amorosos capaces de entusiasmar.
El amor es un don que también constituye alimento social. En esta línea, Oscar Parrilli pidió que el próximo mundial de fútbol sea declarado de interés cultural por el Poder Ejecutivo, promoviendo que cuatro partidos importantes por fecha sean transmitidos por la televisión abierta.
Recordemos que la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, conocida como Ley de Medios, fue modificada mediante un decreto del expresidente Mauricio Macri. Se cambiaron los artículos que regulan la venta de licencias, los topes a la cantidad de las mismas que puede poseer un grupo de medios y las restricciones a la propiedad cruzada y se puso fin a la gratuidad del fútbol televisado, esto es, se desmontó Fútbol para Todos, por lo que el deporte nacional quedó como un goce privilegiado solo para algunxs.
Parrilli sostiene que el artículo 77 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual establece el derecho al acceso universal a los contenidos informativos de interés relevante, entre ellos el fútbol, de manera gratuita. Dice, además, que es el Poder Ejecutivo el que debe garantizarlo confeccionando un listado anual de los acontecimientos, algo que se hizo por última vez en diciembre de 2015.
Nos adelantamos con algunas reflexiones, intentando prevenir la catarata de “heces explosivas”, como solía decir Melanie Klein, que vendrán de los odiadores seriales que, sin duda alguna, saldrán a agitar “pan y circo”, los “dueños de la realidad”: los medios de comunicación y desinformación concentrados.
La peyorativa frase pan y circo califica negativamente a los gobernantes como a los gobernados. A los primeros los juzga por realizar una práctica orientada a mantener a la población tranquila y entretenida, suscribiendo el prejuicio de que si se entretienen no piensan. La frase prejuzga a la gente humilde: la elitista ideología neoliberal ve con malos ojos que los de abajo quieran divertirse, tengan celulares o ropa de marca.
Reivindicamos tanto el derecho al pan como al goce, sabiendo desde el psicoanálisis que el hambre no se satisface sólo con comida sino también con amor, que es un don imprescindible para la vida que viene del Otro, por lo que los hombres y mujeres de todas las clases sociales tienen derecho al goce y al amor.
El Estado y sus instituciones deben escuchar y hacerse cargo de las demandas sociales que piden pan, tierra, trabajo, paz y justicia, pero
también es imprescindible que sepan que las demandas proferidas también son de amor.