En la cercanía de una elección presidencial, cualquier esbozo de un programa electoral tiene que encabezarse bajo la forma de una respuesta al interrogante principal (e inmediato) con el que se enfrenta el país. Puesto que la idea democrática no puede sino empezar por la centralidad de la política de un gobierno legítimamente constituido en la conducción del estado nacional, de lo que se trata es de conocer de modo claro y transparente la manera en que cada partido y candidato se proponen gobernar en caso de su triunfo.
Desde aquí, se sostiene que el problema principal es qué hacer con el acuerdo firmado con el FMI como consecuencia del brutal endeudamiento concretado por el gobierno de Macri y avalado por la dirección del Fondo (en ambos casos en abierta violación con los procedimientos requeridos por el reglamento del Fondo y por las leyes argentinas). Pero no es solamente el problema moral ni jurídico y ni siquiera económico para el país, aunque el daño hecho en todos esos sentidos haya sido enorme. Es el problema central desde el punto de vista político.
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De lo que se trata es ni más ni menos que de la soberanía política de la nación. No hace falta mucha sutileza para entenderlo. Los argentinos y argentinas vamos a decidir en breve cuál es la fuerza que debe ejercer el gobierno y cuál es rumbo que queremos que asuma. Ahora bien, en el momento que estemos votando ya habrá (ya hay hoy) una limitación muy importante para el ejercicio de la soberanía democrática: el Fondo se reserva las decisiones más importantes en materia de la política económica del país, lo que es casi inseparable de cualquiera de los aspectos que hacen a la vida común. Cualquiera sea el resultado electoral, el FMI exigirá al gobierno electo el cumplimiento de una serie de dogmas establecidos por esa institución para “permitir” el pago de lo adeudado: es decir, el “programa” sigue siendo el del Fondo, cualquiera sea el compromiso asumido por el candidato finalmente triunfante…si eso es “soberanía popular”, la democracia reconquistada hace poco menos de diez años no merecería el homenaje popular.
Ahora bien, los “pragmáticos” neoliberales consideran que todo esto es palabrerío populista y que las deudas se deben “honrar”. Claro que es muy cruel hablar de esa manera cuando la deuda fue contraída de modo ilegal e inmoral, según demuestra el informe de la IGJ que, ciertamente, no es una unidad básica sino una institución estatal de composición plural y democrática. Pero el problema de la deuda no es esencialmente legal, ni siquiera es esencialmente económico. El problema de la deuda es (siempre fue, ante todo) un problema político. Y hoy estamos en condición de entender y reconocer que es un problema geopolítico.
Cuando se firmaron los acuerdos, desde la vereda crítica se afirmó que la deuda había sido una maniobra financiera para que grandes actores económicos locales y globales pudieran disponer de sus ganancias en la forma de billetes verdes. También se dijo -apoyándose en este caso en los dichos de un poderoso funcionario norteamericano- que había sido un modo de dar un inequívoco respaldo desde el gobierno de ese país a la candidatura de Macri a su reelección. Es muy probable que ambas suposiciones sean ciertas, pero ¿fue alguna de esas razones la causa principal del préstamo? Se puede poner en duda esa interpretación. En el presente global en el que vivimos, no es muy difícil ni mucho menos forzado, sostener que el proceso que terminó con el escandaloso fraude macrista tuvo una entraña geopolítica. Para introducir este registro analítico alcanza con rechazar el mito de que la deuda es una “ayuda internacional” y que el Fondo es un probo administrador de esa “ayuda”. El FMI fue y es -especialmente desde el derrumbe de la experiencia soviética- una herramienta para la construcción y el reforzamiento de lo que ha dado en llamarse el mundo unipolar. Es decir, de la estructura geopolítica sostenida en la dominación político-estratégica de Estados Unidos. El dólar es la herramienta económica de ese dominio, y el FMI su custodio autoritario.
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El drama del endeudamiento macrista, sin embargo, se desarrolla de modo simultáneo con un proceso mundial en el que la hegemonía norteamericana no muestra la solidez que tenía en los años siguientes al derrumbe soviético. Un derrumbe que es muy difícil de separar de las necesidades de la globalización financieras global. Estados Unidos es el principal aparato político-militar de sostén de ese proyecto de dominación. Es esa hegemonía la que habilita un proceso de concentración dirigido a defender ese sitial estratégico. Es una hegemonía que tiene en lo que podríamos llamar el sistema comunicativo global uno de sus soportes fundamentales. “El FMI no está controlado de modo absoluto por Estados Unidos”, se dice. Eso es cierto, pero bajo la actual estructura de la toma de decisiones del organismo, no se puede aprobar nada que no tenga el consentimiento de esa potencia.
Así y todo, la omnipotencia norteamericana es un hecho que cada vez más debe conjugarse en tiempo pasado. Como ejemplo, nuestro país -por primera vez en nuestra historia ha pagado una cuota de su deuda en yuanes, la moneda china. Existe una gran cantidad y calidad de reagrupamientos regionales que han dejado de referenciarse en forma principal con Washington. Hay nuevos actores, algunos de ellos provenientes de regiones del mundo que en otros tiempos no adquirieron relevancia central, pero que han encontrado un camino de coordinación plurinacional. Entre ellos está el BRICS -el grupo que une a Brasil, India, China y Sudáfrica. Nuestro país ha solicitado su incorporación a ese grupo, la que será tratada próximamente. Brasil y China se han pronunciado a favor de esa solicitud.
No será fácil revertir esta tendencia que es la del pasaje de un mundo unipolar a una estructura mundial multipolar. La deuda argentina no es ajena a ese forcejeo. Mucho menos en el momento en el que aparece, en un plano no muy lejano, una época mundial en la que muchos de los insumos que produce nuestro país pasarán a ser muy importantes en el contexto altamente crítico en el que se desarrolla la economía mundial. A propósito, es cada vez más frecuente la visita al país de personeros del Departamento de Estado que tienen en el centro de su agenda de encuentros la cuestión de la relación de nuestro país con la República Popular China. Claro que la Argentina no tiene por qué tener la disyuntiva de la alianza con China o con Estados Unidos. De lo que se trata -y el proceso electoral debería tenerlo muy presente- es de la elaboración de una hoja de ruta para nuestro proyecto de desarrollo independiente, que preserve el dominio estatal democrático de nuestros recursos y se oponga a cualquier intento de recolonización de nuestra patria.
En estos difíciles años del gobierno del Frente de Todos se han creado premisas para ese desarrollo independiente; la Argentina no ha cedido, en lo fundamental a las enormes presiones que vienen de Washington. Ahora que se supone vamos a una confrontación programática para la elección, sería muy importante tener una hoja de ruta sobre el futuro de los procesos de integración regional -los hoy vigentes y otros que puedan ser pensados y realizados. Un programa popular argentino no puede dejar de tener en su centro al Mercosur en su sentido integrador, abierto y de crecimiento, a Brasil como una potencia emergente de intereses claramente convergentes con los nuestros, a México como un interlocutor en el espacio americano más extendido. Y a todos los países de diversas regiones y continentes que han empezado a recorrer la ruta que lleva a un mundo realmente multipolar. Es el único camino para alcanzar en el plano global un clima de paz y cooperación en el que quepan todos los seres humanos. También eso se juega en la próxima elección.