¿Todo evento importante, político o artístico, que ocurre en el ámbito público es un acontecimiento? No necesariamente; el acto del 25 de mayo sí lo fue. Alain Badiou, en su libro de 1988, El ser y el acontecimiento, propuso el término acontecimiento para definir una emergencia imprevista que no se deriva del orden existente. Se trata de algo que cuestiona el determinismo “normal” que se esperaría de la situación previa.
Traducido a la política, no se entiende de otra forma lo acontecido el 25 de mayo, la emergencia multitudinaria en las calles en el contexto en que se encuentra la democracia –que rompió su contrato social y funciona con un Estado mafioso paralelo, compuesto por la corporación mediática y la Corte Suprema. El “mamarracho de la Corte que tenemos”, como la caracterizó Cristina en su discurso del 25, que es capaz de condenar a la lideresa del pueblo, dejando que en las elecciones de este año un tercio de la sociedad se vea privada de representación.
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Como si todo eso fuera poco, se suma al sombrío panorama una inflación descomunal, sueldos que no aumentan como los precios y un estado anímico generalizado que fluctúa entre la bronca y la depresión. Dicho de otro modo, teniendo toda la situación en contra –hasta el clima no pudo ser peor–, es completamente irracional, algo que escapa a “la comprensión de textos”, que medio millón de personas empapadas bajo la lluvia se hayan congregado el jueves 25 en la Plaza de Mayo para escuchar a Cristina. Fue un verdadero acontecimiento.
El acontecimiento implica tres instancias: un momento disruptivo en el que se presenta, el momento simbólico que estamos transitando, en el que se intenta comprender, significar o inscribir lo acontecido y, finalmente, el momento performativo, en el que la realidad es transformada a través del acontecimiento mismo; está por verse cómo, qué y cuál . Pero lo que es seguro es que el acontecimiento introduce un quiebre que altera la situación fundando una bisagra de un antes y un después.
“El medio es el mensaje” es una frase de los años sesenta, cuyo autor es Marshal McLuhan, filósofo y teórico de la comunicación. Con esa expresión, McLuhan sostuvo que el medio o la forma a través de la cual recibimos la información nos afecta más que la información misma o el contenido que posee. No importa tanto, en este sentido, el contenido de lo que dijo Cristina, sino que el “acto” fue el mensaje: la demostración de fuerzas y de entusiasmos políticos.
El acto del 25 gritó verdades y dejó varias enseñanzas, una de ellas refiere que no es cierto que la sociedad esté desvitalizada o desmovilizada, más bien todo lo contrario. El jueves patrio se hizo presente una multitud con paraguas, pilotos o bolsas de nylon que, movida por la fuerza del amor político, se convirtió en pueblo porque convocó Cristina.
El acto configuró una experiencia, un sentir colectivo y popular, hizo visible la existencia de un común donde todxs tienen parte y restituyó una subjetividad política que estaba guardada. Fue una respuesta política a los deseos violentos y antidemocráticos de terminar o hacer desaparecer al kirchnerismo. Reconfiguró lo sensible.
Quedaron fracturadas, tanto para la fuerza interna como para la oposición, por lo menos dos ideas que Clarín y La Nación lograron instalar: la “desaparición” del kirchnerismo y la subestimación del pueblo, que no habría reaccionado cuando la tocaron a Cristina.
Cristina Kirchner confirmó su liderazgo quedando claramente demostrado que es un factor fundamental en el peronismo y en el país. El 25 causó un entusiasmo que la política no ha logrado desde el 2015. El gobierno neoliberal de Macri, que rechazó la política y fue en contra de derechos, y luego el gobierno de Alberto Fernández, dejaron como uno de sus efectos que la mayoría de la sociedad asuma una posición de escepticismo y desilusión respecto de la política.
El acto dejó una llave, abrió un horizonte teórico-político que va más allá del contenido del discurso de Cristina y merece ser pensado. Los dirigentes políticos deben percibir este mensaje, esa alegría en el espacio público experimentada en comunidad: el amor político, un afecto común que puede ser el germen de un proyecto de país que reinvente la democracia, renueve su pacto e incluya a todxs.